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La Santísima Virgen es la mejor y más pura de las madres, es más radiante que el sol, es el lucero de la mañana ‘‘el amor a nuestra madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza’’ (Camino 492)

 

Gracias Madre mía porque fuiste fiel a la voluntad de Dios cuando el ángel San Gabriel te anunció que ibas a ser madre de Jesús, Tú dijiste que sí, por tu obediencia y humildad nació Jesús que nos redimió del pecado y nos abrió las puertas del cielo. Tú eres madre de Dios y madre nuestra. Tú eres madre del amor hermoso, tu corazón es sensible y apasionado para que aprendamos a ser fieles al servicio de la iglesia.

 

“Meditemos frecuentemente todo lo que hemos oído y vivido sobre nuestra madre, en oración sosegada y tranquila. Y, como poso, se irá grabando en nuestra alma ese compendio, para acudir sin vacilar a Ella, especialmente cuando no tengamos otro asidero. ¿No es esto interés personal, por nuestra parte? Ciertamente lo es. Pero ¿acaso las madres ignoran que los hijos somos de ordinario un poco interesados, y que a menudo nos dirigimos a ellas como último remedio? Están convencidas y no les importa: por eso son madres, y su amor desinteresado percibe – nuestro aparente egoísmo– nuestro afecto filial y nuestra confianza segura.

 

No pretendo – ni para mí, ni para vosotros – que nuestra devoción a Santa María se limite a estas llamadas apremiantes. Pienso- sin embargo – que no debe humillarnos si nos ocurre eso algún momento. Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos le demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de nuestra Madre Santa María.

 

Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que Cristo nazca, por la gracia, en nuestra alma, y en la de muchos que se identificarán con Él por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera participaremos de su maternidad espiritual. En el silencio, como Nuestra Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat (un sí) que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios.”

 

Madre mía gracias por ser como eres, gracias por tu humildad, pureza, sencillez y obediencia a la voluntad de Dios. Ayúdanos a tus hijos a ser fieles a Jesús.

 

Esta es la llave para abrir la puerta de los cielos: - el que hace la voluntad de mi Padre… ¡ése entrará!

 

De que tú y yo nos portemos como Dios quiere – no lo olvides – dependen muchas cosas grandes. (Camino 754,755).

 

“Virgen del Carmen, tú eres mi vida.

Velad por mí, cuando mi alma

Deje este suelo; llévame al cielo

Cerca de Ti.”

 

La Santísima Virgen es nuestra abogada suplicante y nuestra intercesora, todo lo que ella pide a Jesús su hijo nunca lo niega. Por esto, cuando pidamos algo, digamos madre hazlo por tu hijo, hijo hazlo por tu madre.     

 

 Delia Dousdebés Veintimilla-.

26/03/2019

 

 

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