Identificarse Registrar

Identificarse

Vuelve a estar en el ojo del huracán en Colombia el decreto 230 que expidió en el 2002 el presidente Andrés Pastrana y que consigna en sus artículos la promoción automática de los alumnos, consistente en que 95% de los estudiantes sean promovidos al siguiente grado así no hayan aprobado el precedente. Puede parecer de entrada un desatino, pero se le puede ver con ojos más benévolos cuando se lo interpreta como recurso contra la nada despreciable cifra de deserciones escolares. Y las habrá sin duda reducido, como lo hizo el incentivo económico que estableció en Bogotá el alcalde Luis Eduardo Garzón con idéntico propósito.

En su momento se creyó que facilitar la promoción del estudiante esfumaba el sentimiento de fracaso y con él la apatía por las actividades escolares. Hoy las voces se levantan contra la vida fácil que la norma encierra: alcanzar el premio sin ningún esfuerzo, coronar sin conseguir la meta. Aunque los críticos claman porque la norma se reforme, debemos aceptar que la solución es más compleja, que va más allá de las opiniones que se tengan sobre la evaluación y los criterios que han de determinar que un estudiante apruebe o se promueva. El meollo del asunto está en nuestro sistema educativo, carga difícil de lidiar por infecunda, que sabe a tortura a padres y estudiantes.

Educar es preparar a los niños para vivir en sociedad, desarrollar las facultades intelectuales y morales, dice el diccionario. La erudición, motivo primordial de las evaluaciones, es sólo un componente: el componente hipertrofiado de los planes de educación que se olvidan de la formación moral que rescataría al país de la degradación en que se encuentra. Lo menos que un padre demanda de un colegio es que haga un hombre de bien de su muchacho: Pero concentradas en cultivarle el intelecto, se olvidan estas instituciones de los frutos del espíritu. ¡Más vale un hombre de bien aunque ignorante! “Que no sepa historia, pero que no sea un delincuente”, “Que no me le enseñen cálculo pero que no me lo vuelvan drogadicto”, son ruegos reales que parecerían caricatura. ¿Cómo ocultar que las conductas delictivas que vemos en la sociedad comienzan en las aulas? ¿Qué hay en los colegios armas, droga, robos, extorsiones, agresiones y diferentes formas de violencia, mientras la atención se concentra con tozudez en las materias? Y para colmo al muchacho con problemas  habitualmente se le da la espalda, se le cierran las puertas del colegio o de la escuela: Para no formar y corregir se deshacen del problema. Vistas así las cosas, que académicamente un niño pase o pierda el año es lo de menos. Claro que deben los padres formar en los hogares, pero el esfuerzo se derrumba si otra es la influencia que de sus condiscípulos reciben por falta de supervisión en las escuelas.

¿Y qué decir de la academia? Qué cultiva más que el pensamiento la memoria. Que por desabrida e inflexible la mayoría de los estudiantes la rechazan. Sin embargo, hoy los muchachos en forma autodidacta aprenden en el computador con tal destreza que parece la máquina un órgano más cumpliendo a cabalidad con sus funciones. Sin el aburrimiento que las aulas les producen pasan horas interminables frente al ordenador dominando por entero las aplicaciones que le son interesantes; chateando, descargando música, bajando del ciberespacio fotos y videos, jugando en línea, practicando partituras, conociendo el mundo y los países desde los mapas que los satélites les brindan, aprendiendo la biografía de sus jugadores y cantantes favoritos, conociendo la historia de las tribus urbanas juveniles –esbozo de conocimiento socio antropológico-, conociendo flora exótica y animales salvajes, para mencionar una mínima fracción de lo que hacen. Nociones que las generaciones de la vetusta máquina de escribir no aprenderían tan fácil. Actividades que desarrollan las facultades mentales de los jóvenes y que para la vida práctica son más importantes que saber definir un hiato o un diptongo, o poder reconocer el trinomio que como un cuadrado perfecto puede ser factorizado. Y qué vergüenza, estas actividades se hacen con dedicación y sin esfuerzo, mientras sufren en las aulas los maestros para mantener a los mismos chicuelos concentrados en sus clases. Los muchachos se niegan a aprender porque es mala la enseñanza, porque son excesivas las materias, porque los contenidos académicos se volvieron dogma -¿o acaso todo lo que se enseña es pertinente?-, e incapaces de cambiar son los de siempre; porque son rígidos y desconocen que las inclinaciones y las habilidades no son idénticas en todos los muchachos -¿hasta cuándo continuarán los contenidos rígidos, iguales para todos?; porque no exploran ni desarrollan la vocación de los alumnos, al extremo que a punto de graduarse vacilan aún en escoger carrera. Si esta misión al menos se cumpliera  años antes de recibir su cartón de bachiller los jóvenes tendrían una clara visión de su futuro. Triste es que al cabo de 15 años de “academia” los colegios gradúen seres inútiles que comienzan a olvidar lo que aprendieron. Y que lo refute el primer adulto que recuerde de tan exhaustiva enseñanza los detalles.

El gobierno debe darle un vuelco total a la enseñanza, revisar el currículo para dejar en él lo pertinente, flexibilizar la profundidad y la intensidad de las asignaturas -para que el estudiante aprenda con agrado-, anteponer –pero de verdad- el razonamiento a la memoria, acoplar las materias con la inclinación vocacional del estudiante –lo escaso para uno puede ser insuficiente para otro-, desarrollar mejores métodos para la enseñanza, educar con sentido práctico desarrollando habilidades que hagan del bachiller un ser laboralmente productivo. Si no ha de hacerse, ¿para qué reformar la promoción automática? ¿Para qué volver al sobresalto de los años reprobados por culpa de un conocimiento que de pronto da igual adquirirlo que ignorarlo? Reconozcámoslo: los adultos no sabemos enseñar, estamos pervirtiendo la formación intelectual de los muchachos. Falta ingenio para que los conocimientos que pretendemos inculcar se adquieran con la facilidad  con que los niños aprenden jugando en su computador la “Edad de los imperios”. Tal como van las cosas los maestros serán desplazados por los ingenieros de sistemas. Y no es lo deseable, podrían trabajar mancomunadamente. Éstos ya demostraron que tienen la llave para acceder a la mente de los niños, pero los maestros son los guías con los que deben los jóvenes poner el conocimiento a prueba, analizando y criticando lo aprendido. Grabar datos ya pasó de moda, lo hacen los computadores en sus discos duros, La mente del hombre es para más encumbrados menesteres. La inteligencia humana está hecha para enriquecer y procesar, más que para memorizar conocimientos.

 

Luis María Murillo Sarmiento M.D.

http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)

http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)

Por favor comparta este artículo:
Pin It

Grupos

Están en línea

Hay 162 invitados y ningún miembro en línea

Temas populares

No se han encontrado etiquetas.

Concursos

Sin eventos

Eventos

Sin eventos
Volver