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Andando por las ciudades encuentro cada día más almacenes que ofrecen antigüedades y, supongo que es la moda, cada día más gente pendeja que paga miles de pesos por artículos que no valen la pena y cuyo valor sólo está en la mente del comprador, cegado por la palabrería de los vendedores.

Ante todo lo digo por Envigado, ciudad donde vivo actualmente y en mi barrio Mesa abundan estas casas que ofrecen “reliquias” antiguas a unos precios exorbitantes. Yo conozco algo de este tema. Por una parte, pasé mi infancia cerca de mis tías que no coleccionaban nada, pero si tenían artículos heredados de sus abuelos y bisabuelos desde mediados del siglo XIX. Por otra parte, hice un curso en el museo Colonial en Bogotá hace muchos años y aprendí a distinguir lo genuino de la falsificación.

En la actualidad los almacenes de esta clase adquieren muebles con ciertas características de vejestorios, las lijan de mala manera y luego las pintan a los brochazos… y listo, muebles antiguos a la orden. Igual pasa con ollas y enseres de cocina, se dejan al aire libre en un patio durante semanas y cuando se oxidan les pasan un   trapo sin quitarles el orín y eureka, ahí están los utensilios envejecidos. Y ni que decir de olas de barro, olletas, chorotes, múcuras y otras vasijas en arcilla. El proceso es bien sencillo, (Ojalá sean vasijas usadas) se entierran varios meses y lógico, al desenterrarlas llevan tierra y barro adheridos; eso les da la calidad de precolombinos.

Tanto es el afán de coleccionar cosas viejas (no antigüedades reales) que hasta compran ropa vieja con el cuento que esas prendas pertenecieron a personajes históricos. En mis años de adolescente vendimos ropa de los abuelos y bisabuelos a muchos pendejos que se creían coleccionistas. Pero entre tanto harapo si se nos fueron una espada verdadera del bisabuelo de un amigo que lucho en la guerra de los mil días, unos zamarros del mismo personaje, los estribos de su silla de montar y el quepis de oficial del ejercito liberal. Por fortuna nos pillaron muchos años después cuando ya estábamos fuera del alcance de la furia de nuestros padres.

He visto comprar cubiertos de “plata” y vajilla correspondiente por una millonada cuando sé que esos artículos se consiguen en almacenes de segunda por la décima parte de lo que piden las pretenciosas casonas de artículos usados pero antiguos. Sólo hay que buscar. Muebles que valen nuevos $150.000 he visto como les quitan la pintura y luego les dan una pátina para envejecerlos y les ponen $450.000 o más. Y no sigo porque me dan ganas de llorar por la imbecilidad de tantos seres humanos que se dejan llevar por una moda que para mi no representa nada. Los muebles, vajillas, trajes, objetos históricos y antiguos de verdad deben estar en los museos. A mi no me llama la atención comprar cosas viejas y por lo general inservibles. Imaginen una silla donde, supuestamente estuvo sentado Bolívar, en mi sala, donde nadie puede tocarla ni sentarse porque es sagrada, jajajaja.

Me disculpan los coleccionistas de trastos inservibles y falsificados. No los entiendo.

Edgar Tarazona Angel

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