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Con la liberación de Alan Jara, Sigifredo López y los cuatro uniformados, vuelve Colombia a conmoverse con los horrores del secuestro. La dicha  sublime de quienes recobraron la libertad contrasta con el sufrimiento inefable de quienes siguen viviendo en cautiverio. ¡Libres a todos los quisiéramos!

Pero no hay asomo de humanidad en los plagiarios. Los secuestrados son rehenes: mercancía para doblegar al enemigo. Y en la medida en que el secuestro rinda sus miserables frutos, más colombianos inocentes conocerán el martirio del encierro. En esta encrucijada insoportable no faltan las voces que piden negociar con la guerrilla. Un murmullo se siente que pide el intercambio humanitario: un  rumor de voces que no albergan siempre las mismas intenciones. Hay voces que recogen los mejores sentimientos, hay voces ingenuas que piensan que puede haber honor en una guerrilla desalmada, hay voces que azuzan buscando dividendos, hay voces infiltradas, hay voces traicioneras. Hay voces sin recuerdo que olvidan que en busca de la paz un presidente casi les entregó el país y siempre lo engañaron.

¿Negociar? Desde luego, suele ser la forma en que los seres humanos resuelven sus conflictos. ¿Pero acaso estas bestias son humanas?  Han sucumbido en el mundo las doctrinas que abrazaron, y los rezagos de su ideología son el pretexto tras el que encubren sus acciones criminales. Que el pueblo para ellas carece de sentido lo corroboran sus acciones terroristas.

Hay que entender que las FARC son un cartel de narcotraficantes. ¿Se debe entonces negociar con ellas? ¡Vaya dilema! Lo que suena cuerdo, a la luz de nuestras propias experiencias, es convenir un sometimiento a la justicia. Cosa difícil con un grupo tan demencial como soberbio. De todas maneras el gobierno nunca ha cerrado la puerta de la negociación. Pero son las FARC las que tienen la palabra. Álvaro Uribe no les va a rogar -como otros presidentes- para que pongan condiciones.

Este gobierno no vive arrodillado, pero ha sido magnánimo con los guerrilleros que se han arrepentido. Es la guerrilla la que debe demostrar su vocación de paz. Estoy seguro de que si las FARC depusieran sus armas y pararan su barbarie, este gobierno las trataría con la mayor benevolencia. Todo guerrillero en armas en Colombia es un bandido que puede liquidarse, sin embargo, todo guerrillero arrepentido es un hermano que puede perdonarse. 

Luis María Murillo Sarmiento M.D.

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