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Con los cuerpos pintados de rojo sangre, y sus flechas apuntando hacia los cielos, los aborígenes del Amazonas parecían como extraídos de un diorama de museo. La foto que el mes de Mayo dió la vuelta al mundo en menos de veinticuatro horas, ejerció sobre mí la misma fascinación que ejerció sobre la mayoría de las personas. El hecho de que más adelante fuera desmentida la noticia de que esta tribu jamás ha hecho contacto con una civilización más avanzada que la suya propia me resulta irrelevante. Mi asombro sigue siendo el mismo. Y mi dilema sigue en pie.

Lo primero que me vino a la mente al ver aquélla foto fue que yo había sido catapultada a través del tiempo a una época obscura en la cual se creía que la tierra era plana. Luego me sobrecogió un pánico visceral al comprender que la historia está por repetirse.

Escritor al fin, Pablo Neruda encontró consuelo ante los atropellos cometidos por los españoles en el Nuevo Mundo al señalar que "se llevaron nuestro oro pero nos dejaron las palabras"  Sin embargo, el choque cultural que ahora parece inminente entre los aborígenes del Amazonas y 'nosotros' me deja un sabor muy amargo en la boca.

Respeto la opinión ajena y hasta me sorprende la facilidad conque muchos formulan sus planteamientos sin aparente lugar a dudas. Por un lado están los que consideran que es mejor dejar a esa gente vivir en su micro mundo, observándolos de lejos  con curiosidad científica para aprender de ellos lo que podamos, y de paso quizás aclarar algunas imprecisiones históricas. Por el otro están los que piensan que debemos brindarles la oportunidad de asomarse al ventanal de nuestro presente, que para ellos sería algo así como un futuro con visos de magia, y ver "qué hay de nuevo", a fin de que decidan por sí mismos si quieren o no contagiarse de nuestra locura. 

Pero después de que fueran consultadas varias fuentes de buen crédito, todo parece indicar que los aborígenes fotografiados ya han hecho algún tipo de contacto con nosotros. De ser así, sus arcos al aire sólo confirman que ellos prefieren su privacidad y su espacio. Es más, quizás ya saben que el "progreso" no trae nada bueno. Y quizás también por eso uno de ellos va pintado de negro, como anticipando un mal augurio.

Pienso en los dos postulados anteriores y comprendo que ambos poseen argumentos válidos. Pero a la postre me inclino por dejar a esa tribu en paz. Me parece que lo mejor sería que ellos fueran trillando su propio camino mientras huyen de los buscadores de petróleo, de los taladores de árboles, de las infecciones por contagio con elementos foráneos y hasta de la vacuna, si es preciso; pero sobretodo de los evangelizadores empeñados en dormirlos con cuentos del averno. De éstos últimos deberán huir como si se tratara de la marabunta!

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