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Los 3200 millones de pesos a que ha sido condenada la nación por el Consejo de Estado por fallas médicas en los últimos años, sobresaltan a un gremio cuya vocación siempre ha sido humanitaria. La medicina en buenas manos es una actividad segura pero no infalible. Dispone razonablemente los medios para el desenlace feliz, pero no puede en un caso en particular garantizar un resultado.

Aunque la mayoría de las complicaciones se pueden prevenir, algunas son inevitables. No todo acto médico fallido o que produce un daño es indefectiblemente producto de la negligencia. Circunstancias que rebasan la diligencia y la pericia, y ajenas al ejercicio del médico, son con frecuencia la causa de un resultado infortunado: La idiosincrasia del paciente, los efectos secundarios o colaterales –consecuencias adversas esperables de un tratamiento médico o quirúrgico- y los errores asistenciales o administrativos, sólo para mencionar algunos.

Por ello conviene mirar con lupa los errores que promueven las demandas. Y al hacerlo, encuentra tranquilidad de conciencia el cuerpo médico. Sabe que no fue por su culpa que un paciente cayó de una camilla, que en la farmacia confundieron el medicamento formulado o que un hospital negó la atención a un paciente grave.Pero ese sosiego no es consuelo, porque el profesional de la medicina tiene un deber moral con sus pacientes, que lo obliga a alzar su voz cuando falla el sistema al atenderlos. Mucho va del error asistencial al error médico –el que se da por negligencia, imprudencia o impericia-. Las faltas médicas por fortuna no son tantas, pero los errores del sistema son nutridos, y peca el médico si guarda silencio ante las faltas.   Que ningún tratamiento sea infalible, se acepta inevitablemente. Como se admite que la vida y la salud humana tienen un límite más allá del cual nada consiguen la ciencia ni el fervor del médico. Pero no puede aceptarse que el medio en que se desarrolla la asistencia se vuelva riesgoso por motivos que no son irresistibles. Y percibimos los médicos un ambiente pernicioso: mercantilista, obstinado en la productividad, y obnubilado con indicadores que se preocupan más que de la calidad, de la cantidad de los actos realizados –al fin y al cabo es eso lo que se factura-. Que con la mente puesta en el comercio insiste en convertir en cliente al que por devoción y tradición es el paciente. Terminología que apenas cala en los negociantes de la medicina. Ese ambiente es el propicio para el error y no debe ocultarse. Es preciso, por ejemplo, manifestar indignación por los tiempos irrisorios de consulta –más pacientes por hora para que la productividad aumente- que por obra de la burocracia se van en llenar formularios ociosos -tramitomanía exorbitante que podría simplificarse- y que restan al acto médico minutos preciosos que hacen la diferencia entre el yerro y el acierto.

¡La relación humana ya prácticamente desapareció de la consulta! Igual ocurre en las urgencias, en las que el recurso humano insuficiente se compensa con cargas laborales excesivas, con turnos agotadores que son la génesis de muchos de los errores médicos. Ni qué decir –juzgue el lector- de las intervenciones y los tratamientos negados por las empresas de salud,  de los medicamentos restringidos, y del personal en formación convertido en responsable de la labor asistencial. Amén de los odiosos modelos de contratación que aunados a otras adversidades laborales redundan en un personal desmotivado. Definitivamente los sueños idealistas del trabajador de la salud recién graduado están muriendo ante una realidad adversa y aplastante. Es hora de que las autoridades de la salud en Colombia tomen medidas. Médicos y pacientes demandamos que se corrija el rumbo. 

 

Luis María Murillo Sarmiento M.D.

http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)

http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)

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