En la tarde caliente y pesada,
cuando el sol calcinaba las piedras.
Un vapor se elevaba en las calles.
La ciudad se dormía una siesta.

La chicharra sonaba en el sauce,
anunciando calor y tormenta.
Y el Río Negro pasaba sereno,
con eterna y solemne paciencia.

Centenario llamábase el puente,
su estructura cruzaba cualquiera.
Hacia el sur hasta Montevideo,
hacia el norte llegando a Rivera.

Y fue allí en Paso de los Toros,
donde aquel personaje vivió.
Se contaron sobre el mil historias,
las mas locas de Tacuarembo.

Polcasola lo habían nombrado,
así siempre lo llamó la gente.
De él se dijo “no tiene ni casa”,
“y por eso duerme bajo el puente”.

No se supo su edad ni su raza,
su apariencia fue siempre un misterio.
Se tapaba con trapos y harapos,
rematando con barba y sombrero.

Sus tesoros mas grandes cargaba,
que aumentaban en cada baldío.
Con cuidado Él los recolectaba,
de entre fierros y tarros vacíos.

Sin familia ni amigos vivía,
con Él solo iba su compañero.
Tantas sarnas y pulgas tenía,
que hasta lástima daba aquel perro.

Las “muchachas” tras una ventana,
lo miraban pasar y reían,
de su cómico andar con bufanda,
en verano y a la luz del día.

“Está loco” gritaba Anastasia,
“mas que eso” decía Basilisa,
“puede ser pero el pobre no es malo,
”decía Inginia ocultando la risa.

“Me pregunto de que se alimenta”,
“nunca se le conoció un trabajo”.
“Será cierto que come lombrices,
mariposas y escarabajos?”

Otros dicen que en sus años mozos,
fue hombre rico con tierra y ganado,
y que todo lo vino a perder,
pues al vicio se había entregado.

Junto al río pasaba las horas,
meditando sin mojarse nunca.
Dicen que alguien se ahogó junto a él
y no puede quitarse la culpa.

Me contaron que un día lo vieron,
cerquita del Rincón del Bonete,
y su perro le aullaba de lejos
avisándole de algo inminente.

Desde entonces no lo han vuelto a ver.
Ya de él no se ríe la gente.
Mas dejó un gran vacío en el pueblo,
Polcasola se fue para siempre.

FIN

Jorge Luis Caraballo
Enero, 2002