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Me encontré navegando
en medio de un océano inagotable
de bondad y sabiduría bendita.
Descubrí que mi barca son Sus manos
Su cabello cual vela ondea con el viento
Me sonríe y por eso tengo luz.

Bendito Dios que me acoge con alegría
Me sostiene con ternura
Escucha con paciencia mis quejas.
Y a su lado logro comprender un poco más de mí.
A veces se desatan tormentas terribles
Mi barca se mueve sin voluntad ni destino
Siento miedo, grito, me desespero
Pero a sus dedos me aferro.
Termino golpeada, sangrante, dolorida
Pero con fuerza en mi interior
Endurecida, madura y capaz
Miro las estrellas, observo alrededor
Porque cada nueva señal es una llamada de atención
La casualidad una cita con el destino
Una voz que grita: ¡Por aquí! ¡Éste el camino!
¿Acaso no es el océano el reflejo del firmamento?
En esas aguas caen las estrellas vencidas
Briosos caballos cabalgan en su profundidad
Por eso, enfrento la vida navegando en la mar
En ese reino sin pueblos con su infinita soledad
Donde encuentro el reposo de los ruidos mundanos
En medio de ese silencio que sin embargo me habla
Rebelándome misterios entre murmullos contenidos
Esas aguas vivientes que me levantan entre las olas
Para después sumergirme en su centro pensativo
Es aquí donde vivo día a día la experiencia bendita
Del parto eterno en el que nazco y resucito a cada instante
Del orgasmo infinito que me obliga a gritar embriagada de placer
Aquí conocí las palabras de las ostras ermitañas
Que sabiamente perpetúan sus ideas
Con perlas redondas, suaves y perennes
¿Qué más puedo pedirle a la vida?
Tengo a mis pies el mar infinito
Un océano entero que debo surcar
En una barca que está hecha con Aquellas manos perfectas
Guiada por Su cabello espeso y misterioso
Y cobijada por una sonrisa divina que me llena de fe.

Elena Ortiz Muñiz

 

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