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Aquella radio sonaba
llenando el espacio
de calidez,
como la chimenea en el invierno.

La habitación era espartana,
un sofá, una mesa de cocina,
y unas sillas.

Ella sentada en ellas,
leía un libro,
canturreando la melodía
mientras el tiempo,
parecía detenerse,
y el rumor de las olas
acompañasen,
el tic-tac de los relojes
acompasados.
De vez en cuando
se volvía a mirarme,
y me lanzaba un beso
cerrando los ojos,
y yo me quedaba
colgado en su mirada
pensando en mi suerte
descubriendo cada día
a esa mujer niña,
a ese ser,
a veces salvaje y feroz,
como un tiburón
que atrapa su presa,
y otras
dulce y dócil
como un delfín
saltando en la estela
de algún barco.

A veces me desconcertaba,
me ponía furioso,
pero eran estos momentos,
momentos de silencio,
de miradas,
de pensamientos,
de besos lanzados
de sosiego,
del rumor del mar
y de la música que suena
en la radio
de esta habitación junto al mar
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