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La vida es como un laberinto,
Un principio y un final,
Pero tiene tantas encrucijadas,
Que permanecemos mucho tiempo perdidos,
Antes de poder la salida hallar.

Doblamos por un lado y por otro,
Regresamos sobre nuestros pasos,
Con los muros nos topamos sin cesar,
Hasta tratamos de romperlos,
Sólo por poder la salida del juego hallar.

Lo que no identificamos,
Ni podemos ver,
Es que no es una sola salida,
Son muchas, no todas llevan a un mismo zen.
Y cuando esa salida hallamos,
No podemos reconocerla,
Y todo ¿por qué?
Porqué ante otro principio nos encontramos,
Uno mucho más difícil de vencer.

Vagamos y vagamos,
Por toda la eternidad,
Ahí es cuando nacen los dioses,
Cuando esa salida no podemos hallar.

Y en ellos depositamos,
Toda la esperanza, toda la fe,
Para que ellos corrigan los errores,
Para que enmienden aquello,
Que nosotros debemos hacer.

Aunque algunos son muy tercos,
Y contra los muros de cabeza se dan,
Tratando de encontrar una salida,
La buscan de otra forma,
Las drogas y el alcohol,
Nada menos ni nada más.

Otros son más tenaces,
Perceveran por siempre hasta alcanzar,
La meta que a la mayoría le ha sido vetada,
El ver el fruto del embrujo del laberinto
Por el que acabaron de pasar.

 

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