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Identificarse

Fue un verano cuando cursaba el tercer ciclo. Desde que llegó a mi cabeza el tema, tenía ganas de experimentar el efecto alucinógeno de la marihuana, más que todo atraído por la curiosidad. Y daba el caso, que la tentación siempre anduvo cerca de mí durante la universidad: yo tenía un amigo, en ese entonces, que había caído en el vicio desde hace mucho. Como yo no lo entendía, siempre lo miraba y trataba de imaginar lo que él sentía cuando estaba en ese estado. Incluso, me describía sus efectos y me contaba anécdotas. Pero yo quería probar, para poder luego escribir acerca de aquello. Algo así como si estuviera probando el virus de la verruga de Daniel Alcides Carrión, sólo que no sé si esto fue para bien o mal.

Tuve pues, la oportunidad. Debía realizar un trabajo de grupo, y resulta que el plano ya estaba hecho. Entonces, el amigo me propuso “lanzar”. Yo, atraído por aquel deseo nato, acepté. Y así fue como preparé la treta: salí con mi tubo porta planos de mi casa y le dije a mi papá que iba a amanecerme haciendo mi trabajo, le saqué diez soles al instante y me fui a la casa escenario, ubicada en una calle de nombre no importante para el caso.

Llegué. Yo notaba al compañero inquieto y ansioso. Al frente de su casa vendían PBC y el ver como llegaba la gente en taxi y compraba, le dio una idea: fuimos a la avenida y paramos un taxi. Le dijimos que nos lleve a donde venden la hierba.

El taxista nos llevo a un pasaje a una cuadra del barrio donde vivía. Sonreí por la ironía. Al grito de “maricucha”, salió un sujeto gordo de un portón y se paró frente a la ventana del carro. El taxista le alargó una moneda de dos soles, y el vendedor, luego de mirar a todos lados, le alcanzó un sobre y desapareció tranquilamente por donde vino. Y reconocí la casita esa, de día funcionaba como taller.

Regresamos caminando por toda la avenida del Ejército, por que el taxista nos quiso cobrar tres soles más por regresarnos. Entramos a la habitación de mi amigo. Yo miraba, como con habilidad propia de la experiencia, él deshojaba la masa verde y sacaba las pepitas; luego tomando un pedazo de papel mantequilla armó algo similar a un cigarro, un “bate”. Todo estaba listo, prendimos fuego al objeto y yo aspiré como si de un Lucky Strike se tratara. La música que había de fondo era rock de Led Zeppelin, según mi anfitrión bueno para “despegar”. Aquí viene la descripción de lo que sentí.

A los diez minutos de haber aspirado el cigarrillo, llego a mi cuerpo una sensación de alivio y adormecimiento, acompañada de calor. Efectivamente, era como ya no tener el peso del cuerpo y estar en puro espíritu, era como volar. Sería una grata sensación, si no hubiera sido por una molestia típica en la garganta, como de una ruedita girando dentro. Comenzaron a llegar a mi cabeza, ideas extravagantes que nadie nunca pensaría. Recuerdo que dije “La risa es la risa de la risa”, algo así como que cuando nos reímos en verdad es nuestra propia risa la que se burla de nosotros. Era un pensamiento fuera de lo común, y cada vez que lo pensaba me carcajeaba. Vi mi imagen en un espejo: estaba despeinado, con los ojos rojos y tenía la expresión de satisfacción más intensa que nunca había visto.

Luego de tocar varios temas de conversación con mi otro yo, apareció otra sensación: la de agitación: mi respiración se apresuró. Enseguida llegó el alucinamiento, la única parte del proceso que me gustó, donde se liberan tus deseos más ocultos, casi parecido al alcohol. La diferencia es que mientras el alcohol, libera la verdadera personalidad, la marihuana liberaba los sueños y miedos, ambos juntos, a la vez.

Estando sentado, empecé a sentir que nos estaban mirando. No le di importancia al principio. Pero luego asustado, me levanté del asiento donde descansaba, diciendo que un animal monstruoso estaba rondando la casa. Mis ojos no veían nada, pero mi cerebro estaba tan convencido, que incluso oía gritos de gente pidiendo auxilio. Mi temor más oculto había despertado a la luz, pero también mi sueño más grande siguió a eso. Tomando mi tubo porta planos, al cual mis ojos veían como tal pero mi cerebro identificaba como un rifle, salí al patio de la casa, con una sensación de miedo y deber, cual si fuera un rescatista de verdad. Me imaginaba como en la películas de ciencia - ficción, con la cámara girando a mi alrededor y el ser monstruoso saltando por lo alto de las paredes. Dije a la gente que corra hacía el cuarto, donde estaba el compañero que tenía más experiencia que yo (haciéndome señas de que regrese, asustado por que lo vayan a descubrir). No hice caso a las señas y comencé a disparar. Mis ojos veían un tubo de plástico en mis manos, pero estas palpaban un arma de fuego. El ser sólo se retiró y regreso con más furia, después. Justo en ese momento iba a gritar y abrir fuego a quemarropa; y como si adivinara lo que iba a hacer, mi anfitrión me tomó del brazo y me arrastró hasta su cuarto. Yo aún veía gente afuera, y le pedía que me soltase para ir a rescatarlos. Todo esto, lo hacía con la más naturalidad del mundo como si en verdad estuviera ocurriendo.

Me denegaron el permiso, y en mi mente yo escuchaba gritos desesperado de gente siendo despedazada por un animal, que jamás llegue a ver (de haber sido así lo hubiera dibujado al instante). Estaba más agitado que nunca. Cuando dejé de oír los lamentos, me asomé a la ventana, y mi cerebro vio gente regada en pedazos sangrientos por todas partes. Me sentí como si en realidad existiera esto, y mi actitud cambió a la de un soldado derrotado que no cumplió su misión. Llegó otra etapa paralela entonces: sentí el sabor más desagradable del mundo en mi garganta, como si hubiera comido todas las porquerías de un desagüe. Me dieron agua, y el sabor desapareció no sin antes casi hacerme regurgitar.

Hubo otra alucinación más dentro del cuarto, siempre relacionada con el temor más grande de uno. Dentro, en el cuarto, había un póster de Kurt Kobain, el fallecido vocalista de Nirvana. Yo lo miraba fijamente y en eso la foto del sujeto comenzó a transformarse en un horrible ser conservando los rasgos del cantante. Me asusté como si fuese realidad, y  comencé arrojar cosas hacia la foto. Mi compañero, en ese entonces, ya estaba sin paciencia y me calló. Pasé a la etapa final: el cansancio.

Sentía como si hubiera hecho ejercicio durante todo un día entero y como si, además, me hubiesen golpeado por todo el cuerpo. Me eché en la cama y estuve apunto de dormirme. Casi antes de lograrlo, llego a mi cabeza la imagen de mi casa, donde estaba mi hermano. Me levanté y le dije a mi anfitrión, que me abriera la puerta de su casa para irme.

Luego de despedirnos, tomé un taxi y, casualidad, era el mismo chofer que nos había comprado la hierba momentos antes. Ya estaba más calmado, pero cansado aún. Cuando llegué a mi casa, me tiré en mi cama y eche a dormir hasta la tarde del día siguiente. Me perdí la etapa final, según mi amigo: el despertar. Que era algo así como estar hipnotizado y a la cuenta de tres regresar a la realidad sin recordar nada. Pero yo recordaba todo al día siguiente. Y algo más: sentía una necesidad desesperada de probar más hierba, sensación que persistió durante una semana.

Sin embrago, el destino hizo su jugada porque no llegué a volver a probar más marihuana durante esa semana, pese a que tuve oportunidades. Luego de ese periodo de tiempo, todo transcurrió normal y la famosa hierba no fue nada del otro mundo.

No sé porque no me volví adicto, como todos dicen. Que una vez que la pruebas, no la dejas. Imagino que sería porque fueron más sensaciones desagradables que agradables las que sentí, por que no necesito narcóticos para alucinar cosas que por mí mismo las puedo soñar todos los días, gracias a mi poderosa imaginación; al salir de casa cuando, al cerrar la puerta, me convierto en un personaje de novela. O simplemente porque a pesar, de que mi vida no es felicidad pura, no me encuentro completamente solo como para depender de un alucinógeno que me brinde compañía y felicidad por un par de horas. La felicidad no se compra; quisiera comprarla pero no de esa manera sabiendo que sólo estará conmigo si tengo una hoja de marihuana en la garganta.

(Del libro Lecturas Gatunas)

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