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Los carros de ruedas de madera: la diversión más excitante de mi época infantil en Chipaque, en la cual no había deporte extremo, ni TV ni juegos de video… y los adultos se divertían jugando tejo o billar y sorbiendo cerveza. Quiero hacer una aclaración a mis amigos de mi época que me hablan de carros esferados: la carretera era completamente destapada y en mal estado, por eso las llantas eran de madera y de tamaño más o menos grande.

Estos carritos eran completamente artesanales. No recordaba el nombre del carpintero de esos años que fabricaba las ruedas de madera que tenían en el centro un tubo de metal galvanizado y estaban recubiertas por caucho de llanta (neumático) para aumentar su duración, pero mi amiga Melba me dijo que su nombre era Jesús Mora, a quien llamaban Chucho, señor que, muy formal él, nos ayudaba a elaborar la armazón de los vehículos, el zapatero, un señor de nombre Patricio y del cual hablaré en otra ocasión, nos recubría las ruedas. El mal llamado carro era un esqueleto de madera sin mayores pretensiones con un eje fijo en la parte de atrás y en la parte delantera un eje movible para darle dirección al vehículo con una soga o un rejo, según el gusto del niño y su bolsillo.

Como el flujo de carros a motor era mínimo, la carretera, destapada y con huecos en esos tiempos, estaba sola la mayor parte del tiempo y los cinco o seis carros nuestros se alineaban en la parte inferior del  monumento a la virgen y a la voz de tres los dos componentes del equipo (el conductor y el niño que empujaba) partían a velocidades alarmantes, eso creíamos en nuestra mente infantil, en pos del triunfo.

Se veían algunos carros de estos, “lujosos”, hechos en madera fuerte y con toda la  tecnología casera,  artesanal y pueblerina  de la época, así como otros modestos ,  más  pequeños, pero veloces en cualquier pendiente, el sistema de frenos, consistía en una palanca  que accionaba el roce de un pedazo de caucho contra las llantas traseras; otro sistema  consistía en un simple pedazo de caucho de llanta de carro que se dejaba largo, colgado y  arrastrándose contra el piso, y para frenar, se requería que el chino copiloto que iba parado detrás del conductor, teniéndose de sus hombros, lo pisara duro para buscar aplicando  las leyes físicas relacionadas con la fricción, ir deteniendo el vehículo.

Claro que a veces los sistemas de frenos y/o dirección o la pericia y concentración del piloto fallaban y se presentaban aparatosos accidentes como estrelladas contra el barranco, carros entre las cunetas laterales, volcadas desastrosas con rodillas peladas y dientes desportillados,  y no pocas veces fuimos testigos de algún impacto terrible del “fórmula uno” en cuestión, que por la parada tan repentina e inesperada  catapultaba y sacaba volando como pepa de guama al pobre copiloto por encima del piloto, con las consabidas consecuencias posteriores, los chichones, rasguños, el overol rasgado por el aterrizaje tan maluco, a veces dentro de las matas o sobre algún cagajón de ganado…

Seguía a éste dramático suceso el posterior regaño en casa  y castigo físico, las explicaciones que dábamos y las  promesas de que había que ir mejorando la tecnología y seguridad de aquellos veloces carros de nuestra infancia. Mi madre y otras de igual carácter, nos obligaban a usar pantalón corto hasta los diez o doce años, su argumento era que en caso de porrazo contra el mundo el cuero de las rodillas volvía a nacer pero la tela rasgada del pantalón largo no.

Todas las casas tenían estufa de carbón y leña y digo esto porque allí terminaron la mayoría de carritos de madera; ¿la causa?, los repetidos accidentes en los cuales los “pilotos” y “copilotos” resultaron  con las referidas narices reventadas, codos y rodillas peladas, ropa estropeada, descalabrados pero lo que colmó la paciencia de nuestros progenitores fue la fractura de un brazo de un chino hijuemadre que no recuerdo quien fue. Por este motivo una de nuestras mejores y mayores diversiones acabó en el fuego, para colmo a nosotros nos tocaba desarmar nuestro querido vehículo y verlo arder. Eso fue hace unos sesenta años.

 

Edgar Tarazona Angel

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