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Mis recuerdos se remontan varias décadas al pueblo donde pasé mi infancia, Chipaque, en la república de Colombia; las costumbres eran muy diferentes a las de ahora, tanto, que los jóvenes actuales, cuando se enteran de estos usos se ríen y piensan que les están tomando el pelo. Pues lo que van a leer no es una realidad mundial pero creo que refleja los usos más comunes en el área latinoamericana pues me he dado cuenta en diferentes artículos publicados que nuestro ancestro español pesa a la hora de adquirir una identidad cultural y el mestizaje es notorio en las costumbres religiosas y en el lenguaje sobre todas las demás.

Pues en esas épocas las celebraciones comenzaban el 16 de diciembre con la novena de aguinaldos; ahora el comercio inicia las campañas de promociones y ventas desde finales de septiembre y las emisoras transmiten música navideña para ir ambientando a los oyentes; los canales de Tv no se quedan atrás y los anuncios despiertan deseos dormidos de las fiestas navideñas y de fin de año. El siete de diciembre antaño no era el comienzo de las fiestas religiosas, era una celebración en las vísperas de la fiesta de La Inmaculada Concepción de la Virgen María, el nueve todo seguía el curso normal de las vidas de los parroquianos hasta el 16.

La novena era un acontecimiento parroquial, el pueblo (más tarde en el barrio) lo dividía el párroco en nueve sectores y cada uno se encargaba de un día con la mayor pompa y boato posibles; cada sector trataba de superar al anterior en la decoración del templo, los pasa bocas, la pólvora y el traguito; si, cada noche, después de rezar la novena y cantar villancicos, salíamos al parque central a ver los juegos pirotécnicos y a los señores con unos tragos de más en la cabeza elevando voladores al cielo que estallaban sobre nuestras cabezas con tres, cuatro o cinco truenos (así llamaban cada pum); a los niños nos daban luces de bengala y totes y a los adolescentes trique traques, buscaniguas, sirenas y otros artefactos explosivos pero dizque inofensivos… algunos de mis contemporáneos demuestran esa inocencia de la pólvora con los dedos faltantes en sus manos, o un ojo que se fue en un estallido de una mecha o las cicatrices en la cara o las manos…

Los días entre semana no pasábamos de las nueve de la noche pero los viernes y sábado se armaban fiestas en alguna casa pero tampoco se pasaba de la media noche, el 24 era otro asunto, había derroche de pólvora, comida y bebida y después de cierta hora los que no tenían con quien celebrar se quedaban en el parque bebiendo hasta emborracharse y los otros marchaban con sus familias a la cena familiar; por supuesto, había reuniones de varias familias y podía durar el sarao hasta el amanecer. Las comidas eran algo increíble, no sé cómo podíamos comer lo que repartían a la salida del templo y luego tragar las cantidades alarmantes que servían  hacia la media noche.

Las comidas

Quiero comentar de pasada lo que eran las comidas de esta época navideña que empezaba con el rezo de la novena. Aun se conservan parte de las curiosidades culinarias como la natilla y los buñuelos pero nuestras madres y abuelas no escatimaban esfuerzos para preparar unos postres exquisitos que intercambiaban con las amigas: postre de natas, brevas con ariquipe, galleticas, pandeyucas, almojábanas, duraznos en almíbar, bizcochuelo,  amasijos, etc. Estos eran los platos suaves, como quien dice los abrebocas para abrir el apetito. De platos fuertes podemos mencionar el chocolate santafereño que servían a media mañana o media tarde o, como se decía por ese entonces las medias nueves y las onces. Dicho chocolate era una enorme taza con un líquido espumoso  y espeso que olía a cielo, si la dueña tenía modos lo servía con un enorme tamal, huevos revueltos, queso, pan al gusto y amasijos, claro está que a los niños nos daban solo la mitad para que no dejáramos las “sobras”.

La comida o cena navideña era un espectáculo romano. La enorme mesa (en ese tiempo las familias eran numerosas, la mía se componía de doce personas sin contar los invitados que llegaban o los visitantes de ocasión) estaba adornada con flores y candeleros con sus respectivas velas encendidas, los niños desde lejos soplábamos a ver si éramos capaces de apagar alguna y, a lo sumo, hacíamos tambalear la llama; para la ocasión se sacaba la vajilla fina porque lo otros días la comida se servía en platos de peltre o de loza pero desportillados; dicha vajilla era de porcelana japonesa o de plata según la alcurnia de la familia, los chinos aun no habían inundado el mercado con sus productos. Igual los cubiertos eran de plata y las servilletas de fino lino blanco, como los manteles de la iglesia del Señor Jesús.

Pues a la media noche y esto era de respeto, tenía que ser en punto, se rezaba una oración de gracias a Dios por los favores recibidos y empezaba el desfile de platos a cual más de apetitosos y de abundantes (en esa época no existían las anoréxicas ni las bulímicas y era signo de buena salud la gordura). Abrían con un consomé de gallina para ir preparando el estómago, luego venía, según lo que se hubiera escogido como menú, el plato principal, casi siempre  el famoso ajiaco santafereño en un enrome plato con una presa de gallina de esas que parecen pavos y aparte en un plato plano arroz, papa, ensalada fría, jamón, salchichas y huevos cocidos de gallina o de codorniz;  casi nadie podía comerse completo el menú que le servían pero era de buen uso y de urbanidad dejar algo en cada plato para no demostrar mala educación, todos se mostraban agradecidos hacia el ama de casa y olvidaban las sirvientas que eran las que realizaban el trabajo. Levantados los platos venía el postre, otra obra de arte culinario que se bajaba con sorbete de curuba y para finalizar a los señores les servían un trago de algún licor extranjero y a las damas champaña o vino. Algunos caballeros ya estaban como se dice con el cupo y con tanta comida su destino era el solar para devolver la comida al planeta tierra… esto es para no decir que salían a vomitar hasta lo que se habían comido tres días antes.

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