Un azulado cielo cubrió mi cabeza justo al salir de mi oscura casa. A esa hora no pasaba ni un alma por la calle y sólo habitaba el ruido de la gran avenida circundante, en esa iluminada tarde de sábado.
Al pasar junto a la casa vecina pude escuchar los gritos desesperados de la sobremesa, y pude compadecerme de los infantiles llantos que emanaban de una pieza.
Al doblar la esquina pude contemplar la montaña y el infinito manto azul que la cubría. Esa mágica abertura que se producía entre unos pocos condominios y casas, era eternamente agradecida por mi alma.
Seguí caminando, repasando en la cabeza mi canción favorita que encajaba perfectamente junto al paisaje; un paisaje que arriba era alentador y que abajo era desagradable. Sólo un largo y vacío estacionamiento y una ancha vereda de adoquines grises que terminaban en una alcantarilla destapada del otro extremo. Si no fuera por un grupo de niños que improvisaban un
campo de fútbol en medio del estacionamiento, cualquiera podría haber dicho que todo era un fatal preámbulo para una desgracia.
La pelota iba de un lado a otro sin importarle el paso de uno que otro auto, y los niños desafiaban la peligrosa avenida con rápidos desbordes mientras los buses o automóviles se ausentaban.
La oscura figura apareció como de la nada con una velocidad endemoniada, y cómo si el tiempo se hubiera enlentecido, pude contemplarla frente al volante con su celular pegado en la oreja.
Bastó un mal calculado "centro" para que la descosida esfera de cuero interfiriera en el incierto trayecto del espantoso aparato. El volante pareció doblarse, y unas cuantas vueltas hicieron que el automóvil se desvíase para dar casi de frente con un grueso poste de cemento, poco después que los asustados niños volaran hacia un lado.
El vidrio convertido en doradas esquirlas que reflejaban la luz candente del sol se esparció por el aire mientras que un agudo bocinazo se extendió por el invisible camino de los sonidos. Pronto las puertas vecinas se abrieron y la conmocionada gente dejó sus hormigueros para comentar lo sucedido. La iluminada tarde se vio interrumpida por un corrosivo murmullo que salía
de entre los retorcidos fierros. Muchos de los otros automóviles que transitaban por la avenida detuvieron su alocada marcha para también contemplar el espectáculo.
Había algo que me detenía y que me seguía atando con el concreto que expiraba bajo mis zapatos. Sin duda era su belleza. Su cabeza hacia atrás revelaba su radiante cuello y justo cuando iba a cerrar mis ojos para soñarla, la sirena de una blanca ambulancia sobresaltó mis sentidos. Ahora había mucha más gente. Parecía como si la noticia se hubiera extendido más
rápida que la velocidad del bocinazo que aún se mantenía vivo. Las puertas de la ambulancia se abrieron y una pareja de anaranjados paramédicos saltó junto a sus maletas, perdiéndose entre el tumulto de curiosos que se agolpaban.
Yo por mientras permanecía detenido y lloraba. De pronto, para sorpresa mía, el tumulto se abrió como las aguas del Mar Rojo. Pude entonces contemplarla por completo. Ahí estaba, parada junto al auto, rodeada de un montón de idiotas que se miraban sin poder creerlo y que parecían tener sus bocas abiertas hasta el suelo. Los paramédicos paralizados se miraban y no atinaban a nada, mientras que ella caminaba sin alejar su mirada de la mía. Un delgado hilo de sangre bajaba de sus narices para perderse en sus rozados labios; labios que ahora pronunciaban mi feo nombre.
El tiempo pareció detenerse otra vez más y sus paralizadas caras se perdían a causa de su mortal belleza. Su pelo casi rizado se perdía en su espalda, pero dejaba que unos cuantos cabellos cubrieran por un costado su pecho, dejando descubierto un lado de su majestuoso cuello.
Sus piernas ignoraban el dolor , y pronto pude tenerla a centímetros de mi cara. Su mirada perdida dio una vez más con la mía que había estado hasta ese momento apagada. Su cuello se empinó y yo baje el mío para besarla, sintiendo el salado gusto de su sangre que me hipnotizaba. Su helado cuerpo abrazado al mío me hizo comprender que era ella la que yo tanto había esperado.
Allí en mis brazos dejó de mirarme para luego helarme, pudiendo entonces entender que era un ángel cuyo mensaje tenía yo grabado en los labios. Su cuerpo dejo el mío y se elevó, y el tiempo nuevamente retomó su ritmo. Mis padres que detrás mío miraban también lo sucedido me llamaban por mi nombre que ahora me parecía hermoso. Pude entonces volver la mirada y
sonreírles para nuevamente voltear y verla recostada sobre el airbag, muerta y mirándome.
Pronto fue sacada mientras muchos espantados se preguntaban por la eficacia de la bolsa mágica. Yo entonces reía y reía sin importarme las disgustadas caras y los retos de una vieja que se persignaba. Al mirar hacia arriba me pareció verla junto a la solitaria nube que ahora habitaba el azulado cielo que cubría mi cabeza. Di media vuelta recordando el gusto salado de
sus labios y me perdí en un pasaje mientras la ambulancia dejaba atrás su triste llanto.