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Había algo que me detenía y que me seguía atando con el concreto que expiraba bajo mis zapatos. Sin duda era su belleza. Su cabeza hacia atrás revelaba su radiante cuello y justo cuando iba a cerrar mis ojos para soñarla, la sirena de una blanca ambulancia sobresaltó mis sentidos. Ahora había mucha más gente. Parecía como si la noticia se hubiera extendido más

rápida que la velocidad del bocinazo que aún se mantenía vivo. Las puertas de la ambulancia se abrieron y una pareja de anaranjados paramédicos saltó junto a sus maletas, perdiéndose entre el tumulto de curiosos que se agolpaban.


Yo por mientras permanecía detenido y lloraba. De pronto, para sorpresa mía, el tumulto se abrió como las aguas del Mar Rojo. Pude entonces contemplarla por completo. Ahí estaba, parada junto al auto, rodeada de un montón de idiotas que se miraban sin poder creerlo y que parecían tener sus bocas abiertas hasta el suelo. Los paramédicos paralizados se miraban y no atinaban a nada, mientras que ella caminaba sin alejar su mirada de la mía. Un delgado hilo de sangre bajaba de sus  narices para perderse en sus rozados labios; labios que ahora pronunciaban mi feo nombre.


El tiempo pareció detenerse otra vez más y sus paralizadas caras se perdían a causa de su mortal belleza. Su pelo casi rizado se perdía en su espalda, pero dejaba que unos cuantos cabellos cubrieran por un costado su pecho, dejando descubierto un lado de su majestuoso cuello.


Sus piernas ignoraban el dolor , y pronto pude tenerla a centímetros de mi cara. Su mirada perdida dio una vez más con la mía que había estado hasta ese momento apagada. Su cuello se empinó y yo baje el mío para besarla, sintiendo el salado gusto de su sangre que me hipnotizaba. Su helado cuerpo abrazado al mío me hizo comprender que era ella la que yo tanto había esperado.

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