Volví a casa más temprano, compré una docena de claveles y las llevé para ella (no sabía si aceptaría las flores). Ella llegó tarde ese día, entró cansada y furiosa, había tenido un día pésimo en la oficina, no la dejé terminar, solo me acerqué y le ofrecí las flores mientras le pedía que perdonase mi actitud de esos días. Que no quería que lo nuestro se muriera, que me hiciera el favor de cuidar mis flores como había sabido cuidar de mi vida todo ese tiempo, que me permitiera seguir soñando que el amor era eterno.
Una lágrima rodó por sus mejillas y me abrazó llorando, me dijo que le había hecho mucha falta su mejor amigo... yo.
Me di cuenta que ella me había hecho mucha falta por la misma razón, era mi mejor amiga y yo recién me estaba dando cuenta (realmente los hombres somos una lata a veces con esto de los sentimientos).
Hicimos el amor allí mismo en la sala, con la calma y la paciencia de descubrirnos una vez más como si fuera la primera, con la lentitud del respeto y la codicia del deseo. Cada beso era el estallido de ese sentimiento que habíamos logrado hacer tan fuerte a pesar de la vida misma que nos enloquecía, cada caricia era un juego de sentir si aun nuestra piel sabía reconocernos, y vaya que lo sabía.
Al día siguiente tomé el cajón que le había dejado a ella (con sus cosas) y me di cuenta que ni siquiera lo había abierto, sonreí porque yo tampoco había abierto el mío, tanta confianza habíamos tenido ambos en que la tormenta pasaría que teníamos la esperanza que cada cajón llevaría aquellas cosas a su acostumbrado incorrecto lugar de un momento a otro.
Hoy, después de todo aquello, he pasado de nuevo por la florería y comprado como siempre el clavel que es nuestra tradición de familia, mas ahora compré también una rosa que acompaña al clavel, la más grande y hermosa que había en la florería.
Me mira llegar con las dos flores en la mano, sabe que el clavel es para ella y sonríe, sus ojos bajan hasta su regazo y su voz quebrada por la ternura le habla a aquel ángel en miniatura que gime quedito y que parece escucharla:
-Mira... ese es papá. Está un poco nervioso, pero no te preocupes te ama tanto como yo y nos va a cuidar siempre-
Me acerco y siento las lágrimas que corren por mis mejillas, el corazón se me sale por el pecho y la hermosura de ella en su nuevo papel de madre me dice que todo este amor aún no sabe realmente lo que es amar.
FIN
(Dic. / 08)





