He mandado empotrar un librero en una de las paredes donde guardo casi la mayoría de los libros que se han escrito sobre mi Personaje y que me sirven de consulta. A la fecha, Tengo escritos tres voluminosos tomos sobre el tema que me ocupa. ¡Es una gran obra monumental! (según la opinión de mis hermanos y mis respectivos sobrinos) Estoy comenzando el capítulo que se refiere a la primera vez que la Muerte se enamoró. La he sentido curiosa, expectante. La sonrisa de sus labios parece mas acentuada. El brillo de sus ojos despiden chispitas de alegría. Me atrevo a asegurar que casi se asemeja una inocente colegiala. Lo que equivale a que, en ratos, el nerviosismo palpable de sus pasos rondando por la habitación me distraen de mi cometido. Va hasta el ventanal, escudriña hacía el exterior, pasa una de sus manos por su cabellera, como si algo la impacientara. Se llega hasta mi lecho y acomoda la sábana, arregla las almohadas. Se sienta en la orilla del lecho y contempla detenidamente el anillo con un diminuto brillante que lleva en uno de sus dedos. Se incorpora de improviso y retorna a la ventana a paso rápido. Dejo de escribir, envaro el cuerpo y le dirijo una mirada de descarado reproche hacía su actitud y esto parece calmarla pero, al momento siguiente la vuelvo a tener pegada a mis espaldas, como si quisiera agregar algo de su cosecha o instruirme al respecto. ¡Debería de hacerlo! Se supone que ella está mas enterada de su vida que cualquier otro. Sin embargo, permanece callada. Se separa de mí y la veo ir y venir por la estancia, pensativa, tratando de ocultar su nerviosismo pero, puede mas su curiosidad y al poco rato la vuelvo a sentir tras de mí. Ha dejado la costumbre de leer en monosílabos, solo que ahora lo hace bisbiseando las palabras, como si estuviera rezando a media voz una plegaria. El trato entre nosotros siempre ha sido cordial. Como dije antes, no es necesario cruzar palabra entre nosotros. Nos hallamos tan compenetrados uno con el otro que, a veces, siento que sin su presencia, ya hubiera tirado por la borda todo el esfuerzo que he dedicado a mi Obra. Ahora bien. Salvo por los momentos en que se envuelve en sus helados mutismos por algún tema que no le agrada, o, por los momentos en que su impaciencia me pone al borde de la histeria. Creo que hemos llegado a congeniar bastante bien, dentro de lo que cabe, claro está.
Al hacerme el propósito de escribir la biografía de ella, lo hice con la plena seguridad de apegarme estrictamente a lo histórico, dilucidar cualquier misterio que se hubiese omitido en los múltiples tratados que existen al respecto sin tratar de evadir los capítulos escabrosos que, por lógica, tendría que encontrar en esta larga existencia de mi Personaje.
Aquí yo quisiera hacer una pertinente aclaración. Estas cuantas páginas que he pergeñado en este escrito, lo he hecho a espaldas de ella. Por las mañanas, cuando no presiento su cercanía, O por las tardes, cuando Ella me hace en mis vagabundeos.
Mis deseos de un principio, fueron cumplidos al pie de la letra. Jamás volví a los sanatorios ni he vuelto a involucrarme con ningún médico . Me siento lleno de salud, la vida rebosa por todos mis poros a pesar de mi edad. Estoy por cumplir los setenta. Jamás me casé. Aunque he tenido tratos con varias mujeres, nunca pude encontrar una que llenara mis aspiraciones. ¡Y jamás la encontraré!
La cosa es sencilla, nunca pensé que podría involucrarme de esta manera con mi Biografiada. El trato continuo por casi cincuenta años. Su grata presencia. El destello de sus ojos. Su linda cabellera. ¡Su porte Soberano! Sus desplantes de mujer agraviada. Sus nerviosismos de colegiala y, esa armonía de nuestros sentidos y nuestros cuerpos, que semejan dos fluidos uniformes entremezclados en un arpegio infinito. Los momentos de alegría y de tristeza que hemos compartido juntos. Las palabras que en silencio nos dirigimos. Todos esos grandes detalles me han hecho enamorarme de Ella y, tengo la certeza, y me llena de alegría, de que, ¡Soy correspondido! Pero, (vuelven los peros) Se supone que la biografía que he estado escribiendo y a la que le he dedicado la mayor parte de mi vida debe de terminar algún día, que debe de tener un final, un final adecuado a las circunstancias excepcionales de este mi bello personaje. Pero, (requetepero) ¿Cuál debe de ser ese final? ¿Debo de dar por terminada mi labor? ¡Lo puedo hacer! Basta con que le ponga fin a mi trabajo con un,(por ejemplo) hasta aquí voy a dejar esta Biografía porque hasta aquí llega mi capacidad. O, esta otra. Por falta de elementos disponibles,(lo que sería una garrafal mentira) doy por terminado este trabajo. ¡No! no me atrevo. No me atrevo porque aquí resultaría otra interrogante. Si dejo de escribir, Ella, ¿me abandonará? Y, si lo hace, entonces, ¿Qué va ha ser de mí? O. En todo caso, ¿Qué va ha hacer de Ella sin mí?
¡Dioses!