Estela (del lat. aestuaria, de aestuarium, agitación de mar) s. f. 1. Señal que deja en el agua una embarcación o cualquier otro cuerpo en movimiento. 2. Rastro que deja tras sí un cuerpo luminoso en el firmamento. 3. P. ext., cualquier otra huella que deja un cuerpo en movimiento. 4. Recuerdo, impresión, consecuencia que permanece de alguna cosa ocurrida. |
...Un día un niño le preguntó a su abuela "¿ de qué están hechas las estrellas y por qué están colocadas de esa forma y no de otra? ". La anciana dirigió sus ojos, que eran una bellísima mezcla de verde claro ycastaño, al techo en busca de una respuesta y la encontró en su pasado. En una historia hecha "poema", que la gente solía contar y contar, después que todos fueran testigos involuntarios de como las noches tristes y sin brillo se llenaron de puntitos infinitos que adquirieron formas extrañas, dándole vida al cielo oscuro. Cuando era su turno, cubría el pueblo, concediendo varias utilidades. La anciana regresó de su corto silencio y acomodándose mejor en donde estaba sentada, miró a su nieto y contestó: Pues, por lo que recuerdo, la verdadera historia empieza mas o menos así: si no me falla la memoria...
Él era de mirada alegre en todo momento
y de corazón siempre contento.
Pero nunca desconfió o tuvo conocimiento
de lo que le reservaba el destino y le traería el viento.
Algo que lo haría estallar en puro sentimiento
que nunca más sería el mismo, y sí historia mundo adentro.
Ella vino no se sabe bien de donde
para él, era un sueño del perdido horizonte.
Ella era un ángel, de belleza apasionante.
Sus ojos tenían el color del mar hipnotizante,
aquel, que en ellos mirara, se convertía en navegante.
Era navegar hacia tierra distante,
donde nadie sería errante.
fruto de un amor incalculable e impresionante.
Ella era el amanecer que él había soñado,
el nuevo día que él había esperado,
Ella era de una dulzura que él nunca había imaginado,
era la felicidad que había alcanzado,
Su corazón había sido tocado
era el amor que dentro de él había despertado.
Y los colores se hicieron más brillantes
cuando sus labios él probó,
aquel beso con el que soñó
cuando tímidamente preguntó:
"¿ te puedo pedir un beso?" Y ella respondió:
"Con tal que no sea el ultimo". Y él sonrió,
y la mano de ella en la de él descansó.
De pronto, el tiempo paró
cuando en sus labios los de ella sintió.
Hasta la respiración, él sujetó
para disfrutar del momento, y así sucedió.
Un calor de inmediato se hizo presente
recorriéndolo completamente y
haciéndolo sudar de los pies hasta la frente,
motivando comentarios en la gente
quienes dirían después que: "temblaba y sudaba como demente".
Las "malas lenguas" no tardaron en hacerse oír,
al ver que el enamorado ya no dejaba de sonreír.
Unos decían que era magia lo que había por allí,
otros se limitaban en concluir:
"que aquello había sido amor y él ya no tenía para donde huir."
De pronto alguien tocó a la puerta interrumpiendo la narrativa de la "abuela". Ella se levantó con la dificultad que los años suelen dar y lentamente se dirigió a ver quién era. Pidiendo al mismo que tuvieran paciencia, pues ella iba en camino. Manuel se sintió un poco molesto por la interrupción, le agradaba oír los relatos y las historias "reales" que "Mama Guicha" le contaba, y también sus explicaciones y los motivos para todos los acontecimientos; dando muchas veces, ricos detalles donde no había la posibilidad de que todo aquello no fuera cierto. Manuel miraba como ella, con la agilidad de una tortuga, se levantaba de su silla donde acostumbra descansar haciéndole remiendos a la ropa. Y se dirigió a la puerta dejándolo sentado en el suelo donde estaba escuchando atentamente la historia que saciaría su duda. Pero su curiosidad no se había saciado por completo, le habían dado de comer momentáneamente, y tan pronto sintiera hambre de nuevo regresaría. Pero por ahora podía estar tranquilo pues lo relatado en forma de "poema" le daría algo en que pensar.
Al ver que la abuela no parecía terminar su platica con el intruso, decidió ir por su equipo de pesca y dejar el resto de la misma para después, puesto que ahora ya tenía algo en que pensar. Se dirigió al cuarto, miró debajo de la cama estiró el brazo y de allí lo sacó. Era una lata vieja, de algún tipo de cerveza donde ya no se podía saber bien su marca por lo desgastada que estaba. En ella, un hilo de pescar de un color parecido al verde del mar, quien sabe...un glauco; el mismo estaba enrollado de forma irregular, desorganizada, víctima de la prisa o tal vez por la falta de experiencia. Al lado de donde dormía estaba colocado un rústico y viejo baúl, donde solía guardar tanta "porquería" - como decía Máma Guicha - que encontraba y le pudiera parecer útil. De allí sacó una pequeña bolsa de cuero donde estaban algunos anzuelos viejos e inapropiados para el tipo de pesca que pretendía realizar; un poco de hilo extra, algunos pedazos de plomo o tuercas grandes que también funcionaban muy bien como pesas. Colocó todo en la misma bolsa, después de que se cerciorara de que nada faltaba. Sin hacer mucho ruido, pues no quería que la abuela supiera de sus planes para pescar; ya que ella le tenía otros, salió por la parte trasera de la casa donde vivía, atravesando la cocina que a veces era lavandería, donde lo estaría esperando diferente tarea. Se escabulló con rapidez y agilidad felina por entre las desorganizadas y sucias calles de donde vivía.
Adoptando ahora un paso lento, a modo de descansar un poco, puesto que no había motivo para continuar su correr - ya estaba a cierta distancia de su casa -. Veía como la gente pasaba frente a él. La gran mayoría con prisa, algunos gritando al ofrecer sus mercancías siempre parados detrás de sus maletas abiertas con un sin fin de cosas curiosas, con sus ropas leves y sus frentes sudadas por el exceso de calor y humedad que solía hacer en su ciudad. Mujeres que reían al oír los comentarios que sus cuerpos torneados y sus ropas sugestivas provocaban. Otras, que abrazadas a sus pequeños libros negros, bajaban la cabeza y movían los labios misteriosamente a cada frase que llegaba a sus oídos. Los choferes maniobraban con envidiable destreza y gritaban al tener el paso obstruido por la muchedumbre que cruzaba indiferente las calles angostas, dejando entrever sus respectivas dentaduras y algunos dientes de oro que la vanidad los hacía usar. Personas que se topaban con otras y seguían caminando frenéticamente sin mirar para atrás, como si el motivo de su prisa fuera superior a la educación. Estaban también los postrados, que la gente tenía que esquivar, tornando más lento y difícil el caminar por las ceras. Debido a sus incapacidades o por algún accidente en particular, hacían de la misericordia ajena su forma de vivir. Recitando de forma fúnebre y mórbida su vida en cortos minutos para no aburrir al compadecido que podía ser la fuente de algunos centavos. Ese era el centro de la ciudad de donde vivía y que en realidad no lo conocía, ya que los comentarios de Doña Guicha nunca lo habían animado para querer saber como era; pero ahora tenía que atravesarla para llegar a su destino más rápido. Él siempre prefirió bordear el centro, evitando así todo aquello que le habían contado, aunque tardara un poco más. Ahora lograría ahorrar unos minutos más, minutos que había empleado oyendo la historia que le contara su abuela hasta su interrupción. El exceso de sol lo hacía entrecerrar sus pequeños ojos castaños y arrugar ligeramente su frente que se transformaba en una inocente mueca para tratar de ver desde su corta altura la calle por donde tendría que irse ahora. Una vez identificada, fue en su dirección. Después de zigzaguear entre la gente que por allí transitaba, logró llegar hasta donde quería. No sin mucho esfuerzo, ya que el calor aumentaba haciendo insoportable la caminata. Tenía la sien y la espalda mojadas en sudor. Llegando a la esquina que quería, levantó la cabeza buscando los pequeños letreros que corroídos por el tiempo y de fondo azul con letras blancas mostraban grabados los nombres de las calles. Logró leer: "Hornos" - sus doce años ya le permitían leer no gran cosa, apenas lo suficiente para que no quedarse, en este caso, perdido por allí. - Entonces quedó confirmada su sospecha, esa era la calle que lo llevaría al otro lado de la ciudad. No era necesario tener gran experiencia en la ciudad para encontrar la dirección que cada uno quería, todo seguía una lógica básica. Desde tiempos de la colonia las construcciones seguían un modelo "ajedrezado" de construcción, en donde todo se ubicaba por bloques o cuadras, lo que facilitaba la orientación. Desde luego, el haber continuado atento a las indicaciones que su abuela daba a los comerciantes que tocaban a su puerta para venderle algo, y de paso preguntaban por algún camino que atravesara el centro de la ciudad, le había sido útil. Así Manuel logró, no sin algunos temores de perderse, saber a donde dirigirse.
Al adentrarse en la calle notó como el movimiento de personas disminuyó significantemente, permitiéndole observar con más tranquilidad aquellas novedades. En un descuido, al estar mirando las casas de fachadas altas y viejas, característica del barrio donde se encontraba, se tropezó. Yendo a caer a los pies de un ciego, que hacía del cantar su principal atracción. Al sentir que alguien se encontraba en el suelo muy cerca de él, se levantó y a tientas trató de ayudar a Manuel, quien rápidamente se había reincorporado. Con sus manos grandes de dedos gordos logró encontrar al extraño. Le preguntó con voz ronca y profunda si estaba bien, y el niño respondió que sí. De anteojos oscuros, enorme y tranquila sonrisa, camisa de un azul claro que contrastaba con el color de su piel, un negro bello y profundo. En su cabeza ya se podían ver las primeras señales del tiempo a través de algunos mechones blancos distribuidos de forma irregular, y muy constante. Al oír el "si" que aseguraba la integridad del pequeño, este dejó escapar una monumental sonrisa, y se pudieron ver todos sus dientes en perfecto estado, todos de un blanco envidiable. Con la mano en el hombro de Manuel, le preguntó si había alguien cerca, para así él dar inicio a su cantar y recolectar algunos centavos. El niño dijo que no, que no había nadie, y que muy pocas personas pasaban por allí. Soltó un suspiro y bajó la cabeza a modo de meditación, después de algunos segundos sonrió y rápidamente recobró su fisionomía alegre. Levantándose siempre con el rostro apuntando en una sola dirección, le pidió al niño que lo llevara al inicio del malecón, por que allí tenía con quien encontrarse ya que ese día había reunión de viejos amigos, y la falta de clientela lo hacía acelerar sus planes. A Manuel no le costaba nada acompañarlo ya que era su camino y era exactamente allí, al inicio del malecón, donde pretendía ir a pescar.
Después de caminar durante un buen tiempo cruzando calles y oyendo los comentarios de su nuevo compañero de viaje respecto al enorme calor que se sentía, recordó viejos tiempos, los cuales extrañaba. De pronto Manuel se detuvo, lo que llamó la atención del ciego y preguntó:
¿Que pasó, hijo? - Preguntó curioso, a la espera, tal vez, de algo grave.
Pero no hubo respuesta, Manuel no respondía. Señal de que algo muy grave había pasado o estaba pasando. La preocupación del no vidente se hacía mayor, llevándolo a repetir la pregunta en un tono más serio:
¿Que está pasando? ¡ Dime!- Exclamó preocupado.
- No, no es nada. - Respondió finalmente Manuel.- Ocurre que estaba leyendo algo.
¿Leyendo algo? ¿Haber, dime que estabas leyendo? - Se interesó con tal de entablar conversación y de bromear un poco con el niño.
Bueno - respondió Manuel y continuó: Primero hay un dibujo, parece que es alguien que brilla o agarra fuego.
Después de unos segundos en los cuales la fisionomía del ciego cambió adoptando un aire serio, como alguien que recuerda el pasado, respondió:
- Está brillando no agarrando fuego - interrumpió y le pidió que continuara.
- Bueno, y debajo del dibujo dice:
" Pero algo en que todos coincidían
era que el cotidiano del pueblo ya no era el mismo,
que había sido influenciado por aquel romanticismo
dispersando de la ciudad toda clase de pesimismos.
Y hasta la naturaleza rindió su homenaje
a aquel amor de inmensa particularidad,
haciendo que el sol aumentara su majestuosidad
y el azul del cielo su inmensidad "
- ¿Y usted como sabe que está brillando y que no es fuego? - Preguntó el pequeño después de haber leído, desconfiando ya que su nuevo amigo sabía más de aquello .
El ciego le hizo un cariño en la cabeza al oír la pregunta y le pidió le dijera donde estaban. Manuel se mantuvo en silencio, esperando la respuesta a su pregunta, pues la curiosidad era algo suyo que muchos confundían con capricho. Le repitió la pregunta y le explicó que una vez sabiendo donde estaba podría saciar su duda, y podría identificar aquel lugar donde leyó el "poema". Una vez obtenida la respuesta el ciego sonrió y le preguntó al curioso:
- ¿Esto es una pequeña tienda verdad?
Sí, replicó.
¿ Y que vende? Preguntó el ciego.
- Pues, cosas de estrellas, perfumes, candelas, un poco de ropa, cuadros; e iba enumerando las mercancías a medida que las identificaba desde afuera. ¿Pero eso que tiene que ver? preguntó luego.
- Calma, calma. ¿ Mira adentro y dime si hay alguien ?
- Bueno, - dijo Manuel- entonces no se mueva de aquí. Y separándose del ciego apenas lo necesario para saber quien estaba adentro regresó con una sonrisa en la cara.
- ¿Entonces? - preguntó el que se había quedado.
- Sí, sí hay. Hay una muchacha.
- ¿ Por qué estas sonriendo?
- ¿Y usted como sabe que estoy sonriendo? - indagó asustado Manuel - ¿Usted no es ciego? ¡Usted me está engañando! - Se arriesgó a afirmar.
- Soy ciego desde que nací, y se que estas sonriendo porque tu voz cambió. ¿Que te dijo ella para que te dejara así?
- Pues, - empezó un poco avergonzado y continuó: me dijo que era bonito. - Y al decir esto sonrió, como que si le hubieran confirmado su sospecha.
- Bueno, mejor entramos, creo que sí es aquí. - Dijo el ciego
Desde la puerta y a medida que iba entrando, teniendo el cuidado de no tropezar con nada, colocó las manos por delante y empezó a llamar a Teresa.
- Teresa, mi bella Teresa, ¿donde estás? - Preguntaba en todas direcciones, dejando atrás, exactamente en la entrada, a Manuel que no entendía lo que estaba pasando.
¡Estoy aquí! - Le respondió una voz muy dulce y femenina. - ¡Cerca de los perfumes! - acrecentó. Y el ciego sonriendo se dejó guiar por las fragancias hasta llegar a ella.
Hola Don Ignacio al fin que se deja ver. ¿Que lo trae por aquí? - Preguntó la bella muchacha mirando en dirección de la puerta donde se encontraba Manuel.
Pasaba, y el pequeño que me está ayudando paró para ver y curiosiar un poco por aquí. Haber - dijo el ciego buscando respuesta del pequeño - preséntate no seas tímido. Teresa contestó:
- Se quedó afuera - y ahora dirigiéndose a la puerta - Oye guapo, entra y no seas tímido, nadie te va a morder. El ciego, siempre con la cabeza en una sola dirección dijo:
- Tu no cambias Tere, eso es lo que me gusta de ti. Te gusta mandar, pero cuando te toque a ti y sientas las mariposas bailar en tu barriga... gracias a Dios no te voy a ver sufrir, mi niña. Porque sin duda, a todos un día nos toca, tarde o temprano viene ese alguien que nos va a hacer cambiar de humor, por quien vamos a confundir el día por la noche, cuando las lágrimas también serán de alegría al ver que él regresó y no se marchó, cuando ya no puedas dormir porque su imagen no te lo permite, y sientas que los días son segundos junto a él. - Terminado de decir esto, un silencio se apoderó del pequeño recinto y el rostro de Teresa se hizo serio y triste, como que estuvieran leyéndole los días futuros o quizá los presentes. Así como ella, el ciego también se había sumergido en el silencio, como acordándose de algo que ocurrió. Teresa era una bella muchacha de unos veinte y tantos años, de un cuerpo capaz de arrancar suspiros, de una piel bronceada por el sol de donde vivía, ojos de astucia, profundos y negros, pelo suelto y libre; y era dueña de un carácter y personalidad que marcaba los corazones de aquellos que se enamoraban de ella. Uno de los tantos que por ella no dormía, se arriesgó a compararla a un caballo salvaje. Diciendo que si no era imposible domarla seria realmente muy difícil hacerlo. Ella, al leer la nota donde estaba escrito lo anterior con otros pensamientos "románticos y profundos" la arrugó y se deshizo de ella, riendo como una niña lo hace cuando la descubren haciendo una travesura, recordaba. El silencio fue roto por la entrada de Manuel, quién demostrando prisa entró y miró a Teresa quien regresó a la realidad. Y vio estampado en el rostro del pequeño señales de impaciencia.
Bueno Don Ignacio - dijo la muchacha regresando de donde estaba - parece que su amigo anda por aquí.
¿O sea que usted se llama Ignacio? - Preguntó el niño dirigiéndose al
ciego.
- Sí - le respondió - y esta es Teresa. - Dijo eso sin mover la cabeza, siempre apuntándola a un punto perdido en el espacio.
- Entonces - continuó Manuel - ¿brillaba o era fuego? Su duda no daba tregua. Y al oír esto Ignacio rió que era gusto.
Este no descansa ni da descanso - dijo refiriéndose a Manuel.
¿De que habla este chiquito, Don Ignacio? - Acotó Teresa.
- Quiere saber cómo están hechas las estrellas. - Dijo con voz firme Don Ignacio.
- ¡Ah! - Se sorprendió Teresa.- Ahora entiendo - continuó y dirigiéndose a Manuel - ¿te refieres al grabado en madera que está de venta en la puerta, donde está tallado alguien que brilla, o como tu dices: agarrando fuego y debajo hay un poema? ¿ Me vas a decir que nunca te han contado la historia del..., - y preguntó a Don Ignacio - ¿Como se llamaba el pobre ese?
- Parece que nadie supo nunca su nombre - respondió el ciego - podía ser Pedro como la mayoría de quienes han oído la historia dicen que fue; pero podían ser otros nombres dicen que era Juan; a mi, cuando me contaron por primera vez era...
- ¡Ignacio! - Interrumpió Teresa riendo - Y los dos rompieron en risa, lo que aumentó la impaciencia del pequeño al ver que no lo estaban tomando en serio.
- Bueno - continuó la muchacha - lo que te quiero decir es que lo que viste afuera grabado en madera, es parte de una leyenda que nuestras abuelos solían contar, pero parece que hoy todo ha cambiado.
¿Qué leyenda? - Preguntó Manuel.
- Una historia que narra como aparecieron las estrellas y por que están colocadas así. - Respondió pacientemente Teresa.
- ¡Ah! - Exclamó el pequeño y continuó - Hoy, cabalmente hoy, mi abuela me estaba contando algo así, parecía una canción; hasta que alguien tocó el timbre y ella se detuvo para ir a ver quien era.
- Debía ser la historia hecha poema, - aclaró el ciego y completó - Acuérdate Teresa que hay varias versiones y la que estaban contando al muchacho tal vez fuera aquella rima, como la que usaron en ese cuadro que dices que hay afuera.
- Bueno, yo no sé bien, solo sé que la verdadera versión, para mí - y tocávase el pecho- es la tuya, oí por allí que por eso ya no puedes ver.
- Sí, eso fue lo que me contaron cuando tuve conciencia de estar vivo. Dicen que era mucha luz para alguien recién nacido... - e hizo un pequeña pausa de corrección- muerto. El anterior comentario logró arrancar un gesto de susto en Teresa, quién al oír eso miró al pequeño que seguía apoyado en el mostrador que usaban para despachar los productos.
- Espero que no te hayas asustado linda, eso ya no es secreto para nadie, todo el mundo lo sabe. Dicen que nací muerto y que me llevaron a donde estaba el cuerpo, en su punto más brillante, justamente antes de que se rompiera en mil pedazos, ¿te acuerdas que eso cuentan? y mi madre le pidió por mi vida, dicen que ella fue la única persona que soportó tanta luz y calor, - y concluyó - ¡esa negra sí que tenía coraje!
- Lo debía querer mucho. - dijo Teresa con voz entrecortada por lo que acababa de escuchar.
- Yo, mas bien, creo que me amaba y mucho; yo, de los ocho hermanos, soy él más pequeño, hoy casi todos ya están con ella, solo falta Sergio y yo. No veo la hora de poder VER a mi vieja. - Y encerró su frase con una bella sonrisa.
- Sí, me acuerdo bien que eso contaban. Lo del cuerpo duro como piedra, que brillaba más que el sol y lo hacía durante las noches. Bueno, que tal si salimos a caminar un poco –eso alegró mucho al pequeño –. Quizá Manuel quiera oír de boca del único testigo directo lo que ocurrió en aquellos días. Y dirigiéndose al curioso con una sonrisa le preguntó: "¿Que dices?" - Manuel afirmó con un movimiento de cabeza y Teresa continuó: "Bueno, yo ya he pasado mucho tiempo aquí, voy a cerrar y tomarme un descanso. ¿ Usted, Don Ignacio, tiene algo que hacer? " Iba haciendo planes a medida que guardaba las mercancías, cerraba puertas y gavetas. Manuel a su vez, dirigía al ciego tomándolo de la mano hacia la salida del pequeño kiosko.
- Hoy es día de ensayo, mañana tocamos todos, no puede faltar ninguno. ¡Que rico es el bolero, linda! No sabes el placer que tengo en cantar. ¡Y principalmente porque mañana, es un día especial; es cuando mi hermano Sergio y su esposa cumplen sus bodas de plata! Me pidió que fuera a alegrar la fiesta con los muchachos del grupo y parece que no hay hora para acabar.
- Eso va a estar bueno, Ignacio. Ya oí por allí que tienes una voz tremenda de buena. ¿Se pueden llevar acompañantes para el baile? – Preguntaba Teresa interesada en la fiesta – ¿Y se viene el pequeño curioso también?
Lleva a quien quieras, solo espero que aguanten toda la noche...- reía Ignacio-
Espero también que nuestro nuevo amigo se haga presente en la fiesta ¿Que me dices Manuel, te vienes?
Pues no tengo mucho que hacer y le voy hablar a mi abuela sobre la fiesta para que pueda ir - mentía Manuel.
Ignacio era un viejo de unos setenta años, dueño de una voz privilegiada y deslumbrante, que transpiraba tranquilidad y sabiduría; cantar para él, era más que poner a funcionar la voz, era un placer sin precedentes ni comparación que en el bolero se materializaba sus dotes y se exteriorizaba al hacer aquellos que estuvieran sentados, instantáneamente buscaran una pareja y se encaminaran a la pista de baile y una vez allí, dejar que el bolero los posea haciendo sus cuerpos bailar al ritmo de aquella música tan bella, fuerte y sensual.
Y los tres salieron camino al malecón. Un sol menos arrasador los seguía, iban de manos dadas; Ignacio escoltado por Teresa a su derecha y Manuel a la izquierda, quien a veces se paraba en la cera y otras en la calle; un constante subir y bajar que iba disfrutando a medida que se perdían en la distancia.
Faltaba mucho para que la tertulia en la ciudad desapareciera. Aún se oían niños jugando a la pelota, otros corriendo por el simple placer de saber quien era el más rápido. En los edificios de colores tristes, que seguramente algún día no lo fueron, aparecían cabezas desde sus ventanas, muchas veces un busto completo. Todo tipo de gente y por cualquier motivo. Desde el "observar la vida ajena", o comentar con el vecino del predio de enfrente algo sobre deporte. Descendían canastas atadas a cordones para traer o mandar cosas. Evitando así muchas veces el tener que bajar y subir siete niveles en el caso de algunas llaves olvidadas o algún encargo que no pesaba mucho. No habían elevadores, en el tiempo en que fueron construidos los edificios eso era un lujo. Siendo vistos por más de alguien desde arriba, pasaban los tres con sus tamaños reducidos, indiferentes a quien los observaba. Hasta que estos se perdieron en algún cruce, huyendo de la vista de cualquier curioso anónimo que desde su ventana los observaba, diminutos, desapareciendo...
La distancia se fue haciendo corta, ahora ya podían ver el mar; ¡Sí... el mar!, grande, inmenso, tranquilo, sereno. Que junto al cielo azul cubría todo en aquella vista panorámica, ambos separados apenas por una tenue línea que suele ser un lugar inalcanzable para algunas mentes. El encuentro de - cielo y mar- juntos, tan juntos, casi "uno", y que el hombre llama horizonte. El brillo del sol complementaba lo anterior, dando vida a través de pequeños pincelazos metálicos a la cúspide de las olas, que se desvanecían con la misma rapidez con que aparecían. Otras por la interminable labor del viento bañaban y salaban la ciudad, el aire de brisa otorgada por el mar, brisa de vida. Aquel ir y venir siempre – y afortunadamente- siempre eterno, capaz de silenciar deliciosamente a cualquiera y haciéndolo ver más allá; haciéndolo soñar al ritmo de las olas que mueren en la orilla regalándole una bella espuma, todo transpiraba vida. Cada uno, al presenciar tamaño espectáculo se mantuvo en silencio, admirando y aprovechando la oportunidad de meditar y olvidar las preocupaciones del día. No crea usted que ellos por vivir en un lugar donde está el mar se acostumbran al mismo. Ellos tienen el firme pensamiento, casi una idiosincrasia de que el "mar de hoy" no es el mismo de ayer, así como el día de ayer no es el mismo de hoy ni será el de mañana. Por lo tanto, no había porque no apreciarlo y disfrutarlo. Toda esta "cultura" o línea de pensamiento - para los más lógicos- resulta ser triste para unos, único y romántico para otros. Pero un acontecimiento del pasado, de cuando Ignacio no pasaba de recién nacido - y eso que hoy ya es alguien muy vivido - Fue lo que vino a cambiar modales, pensamientos e inclusive a la naturaleza.
Dentro de la cabeza y del corazón de Teresa había temor a que las palabras de Ignacio, dichas en donde ella trabajaba se volvieran realidad. Sintió la sangre correr con más rapidez por su cuerpo y su respiración alborotó con la llegada al barrio donde vivía. De pronto, un bohemio de apellido Teiscario III, de parecer abastado a quien le gustaba jactarse respondiendo siempre de la misma forma sobre su habilidad musical: "toco la guitarra, el piano –aquí solía sonreír- y la mujer, como un todo y discúlpenme la modestia, de manera maravillosa". Pero cuando le preguntaban el origen de su "status", se mostraba nervioso y respondía rápidamente: "herencias de la familia", para después cambiar de tema sin permitir pormenores. Los acordes de su guitarra dejaban a Teresa indefensa, quien sentía escalofríos al escuchar tocar de esa forma fuerte. Hacia sus muecas y en seguida quería aparentar seriedad, mucha calma y por conciencia lo estaba logrando, su objetivo era impresionar más a ella. El miedo, Teresa lo sufría en sus partes más idóneas, el mismo era alimentado por los chismes que llegaban justo como el "bohemio". Eran para asustar a cualquiera. Se hablaba de mujeres suicidas al saberse abandonadas después de tantos juramentos de amor eterno. Pero él no pasaba más de dos semanas con cualquiera. Y con la repetitiva disculpa de: "Yo no le pertenezco a nadie, sólo a la música y a lo que ésta me pueda traer" y solía desaparecer. Otras traían en brazos el fruto de una de esas tantas noches de gemidos, cariños y dulces promesas que les fueron hechas. En lugares o ciudades precedentes a ésta. Y haciéndose el inocente, porque ciertamente él quería estar con su amada y el fruto del amor de ambos, mostraba un corazón roto tratando de fingir responsabilidad, no sin mucho dolor en su alma, pero tenía que marcharse debido a la situación económica y prometía regresar con algo de plata para levantar su "nido de amor" – como él decía -. Para ocupar su debido lugar en aquella familia que nacía. Estas eran las primeras disculpas cuando se daba el trabajo de inventar algo para huir del aprieto o simplemente se esfumaba. Pero el tiempo lo fue desgastando y los aprietos aumentando y así de pronto por quinta vez, pensó y resumió todo cuando dijera anteriormente: "Mira la culpa también es tuya, ¿Me vas a decir entre lágrimas que me creíste todo lo que te dije?" La nueva engañada se limitaba a cabeza de forma positiva. "Me vas a decir también, que lo que componía, ¿tu creías que era para ti?" Otro movimiento afirmativo de cabeza en una joven que ya tenía los ojos rojos y las lágrimas que asomaban. "¿Te acuerdas de la canción que te dije hice para ti?" Otro movimiento afirmativo. "Pues aquello era mentira, la hice toda con pedazos de música que escuche por allí y dije que era para ti solo para convencerte". Sorpresivamente la enamorada cubría sus ojos con las manos, y dio inicio a un desolado llanto, tratando de decir con su respiración entrecortada y la necesidad de seguir llorando: "¿Por qué me hiciste eso? ¿Por qué me engañaste? Si se supone que cada uno es responsable de lo que siembra dentro del otro..."- y aquí estalló en llanto -. Por su parte, él veía y oía los lamentos de forma indiferente, sin ninguna señal de arrepentimiento o algún cargo de conciencia. No sentía culpa de nada. Se dio la vuelta y abandonó aquel lugar donde le habían dicho que alguien que lo amaba lo estaba esperando. Y sin mirar atrás se fue dejando a la bella joven que sentada en la grama, rodeada de árboles y con la cabeza metida entre las rodillas llorando y sollozando amargamente, en aquel día tan bonito.
Otras engañadas, no querían saber dónde estaba, ni verlo. Sabían que siempre andaba de pueblo, en pueblo de ciudad, en ciudad haciendo del engaño amoroso su principal ingreso de capital. Estas, al recordar los momentos íntimos con él se llenaban de odio. Habían pedido con mucha vergüenza, que les hiciera el amor con mucho cuidado y cariño, ya que era su primera vez. Y seguro él respondía: "No te preocupes mi amor, mi vida. Yo te amo tanto que soy incapaz de provocarte algún daño mi amorcito lindo.", Al oír estas palabras dulces y serenas de quien se ama, no hay motivo de desconfianza y tampoco para no ceder. Pero en la mañana siguiente a su lado solo quedaba un espacio vacío en aquel tálamo de amor, apenas una silueta mal hecha sobre la cama y luego la intensión de gritar, de gritar lo mas fuerte posible al ver sus sábanas blancas tintadas con manchas rojas mudas, testigos del engaño. Seguro después cuando lo fuera a buscar para pedir alguna explicación de lo acontecido, él fingiría amnesia, diciendo: "Lo siento, pero no te conozco, y por favor no me digas amorcito, por que tengo novia a quien respeto mucho y con su perdón me tengo que ir." Y esta nueva víctima, era otra de las que posiblemente vivirían con el deseo o tendrían que hacerse monja, madre soltera o apenas solterona. Pero todas llevarían algo en común: una muy amarga experiencia al darse cuenta que habían "desaparecido" sus pertenencias de mayor valor económico, mientras él estuvo allí. Pagarían su exceso de credulidad al no lograr huir de los ojos y bocas de la gente que murmurarían: "Otra víctima del "Bohemio Insaciable"". Pero todo eso aún no había llegado a oídos de Tere, lo que ella sabía apenas eran pequeños detalles. Y aún así ella los creía exageraciones. No era posible que alguien a quien le guste la música y le cante tanto al amor y a la mujer tenga corazón oscuro y vacío, razonaba Tere. Esas son envidias de los demás, concluía. Muy dentro de ella sentía que era ya tarde para dar atención a los rumores. Tal vez porque algo muy profundo ya no le permitía dar marcha atrás. Independiente a los rumores que corrían por allí. Ni porque estos aumentaban al compás del tiempo.
Manuel caminando, se preocupaba únicamente de donde tirar el anzuelo. Soñando con un enorme y suculento pescado observaba el parapeto que acompaña el malecón - que ahora se le hacia alto, hasta su cintura y mas adelante no pasaba de su tobillo -. Se perdía en la distancia, el parapeto daba la sensación de una montaña rusa, y el malecón le indicaba por donde ir. Sin mucho trabajo encontró justo lo que quería; un lugar, no muy lejos de donde habían quedado Teresa y el ciego meditando. Suficientemente plano y no muy sucio, podía subirse en el para lanzar y sentarse luego para esperar el tirón que el pez da al engullir el anzuelo. Sin esperar más tiempo, puso sus cosas sobre el parapeto, abrió su pequeño morral y sacó su lata en donde estaba enrollado el hilo de pescar. Verificó que el anzuelo estuviera seguro con su carnada, y no corriera riesgo de desamarrarse. Empezó a desenrollar el hilo con sumo cuidado - apenas lo suficiente para evitar enredos - se hizo a un lado cuando ya estaba parado en el parapeto para no herir a nadie, y así tener más espacio para hacer girar la pesa con el anzuelo y de lanzarlos lo más lejos posible. Cuando sintió que ya era el momento, abrió la mano derecha donde tenía sujeto el hilo, y sintió como este escapaba con gran rapidez, la pesa le daba una trayectoria parabólica rayando el espacio, - como un yeso raya la pizarra -. Con su color verde claro, el hilo cayó lejos, y al encontrarse con el agua hizo pequeños círculos que parecían bailar por los movimientos de las olas. Desaparecían a medida que se hacían grandes, otros luego aparecían. Era un cuadro para foto, Manuel con pantalón corto que dejaba al descubierto sus delgadas piernas parado en el parapeto, buscaba más allá del horizonte.
La brisa que venía de muy lejos humedecía los labios de Tere con una pizca de sal. Ignacio lo sentía en la piel negra que contrastaba con su camisa estilo guayabera de color azul claro. El sol caprichoso cambiaba el tono de las olas, reflejándose en ellas y en los ojos de aquellos que las vieran, forzando a cerrarlos por su brillo.
Manuel ahora sentado en el parapeto, sujetaba el hilo con la mano derecha, miró al lado donde Teresa e Ignacio platicaban sobre algo que él no alcanza a oír. A sus pies muchas rocas, y por momentos espuma que las olas llevan hacia él. Y ante sus ojos un enorme mar sin dueño aparente. Manuel podía sentir la tensión del hilo que por momentos aumentaba o disminuía al ritmo de la marea, pero por mala fortuna, nada de peces interesados en su carnada.
Teresa, al ver que su plática con Ignácio no daba frutos, porque él estaba contra sus ideas, decidió recorrer los pasos que la separaban del pequeño pescador. Ir a su encuentro para darle descanso a su mente que se había encerrado en un solo punto: en el bohemio con voz de terciopelo, que decían estaba de gira por la ciudad, y por quien Ignacio no demostraba simpatía.
¿Oye? - preguntó Teresa - ¿crees que vas a pescar algo?
¡Uno nunca sabe! - Se limitó a responder el pequeño.
Tere quería saber si ella había dejado de ser la cazadora para ser ahora la presa. Era una situación nueva, nunca había estado en esa posición tan comprometedora. La mano de Ignacio se hizo presente en el hombro de Tere interrumpiendo sus pensamientos y preguntó a Manuel: "¿Entonces, ya te olvidaste de que están hechas las estrellas?" "¡Ah!" - exclamó el pequeño - "Es lo que usted cree, a ver, cuente...cuente...". "Muy bien, chico, respondió el anciano, pero la historia no es solo para ti, para calmar tu curiosidad - continuó - es también para esta muchacha linda que está empecinada con alguien que no vale la pena".
No diga eso. - intervino Teresa irritada - nunca lo ha visto, - tratando de corregir su error indiscreto - la verdad es que no lo conoce.
- Es verdad, no se quien es nunca lo he visto ni creo poderlo ver, pero si no lo puedo ver por mi condición, oigo las historias que cuentan e imagino las que están por venir; y no son las mejores cuando se habla de tu bohemio. Sería bueno que tuvieras cuidado.
Manuel sacudía la cabeza negativamente, sentía que se quedaba, una vez más, sin su historia. Teresa dijo rápidamente con tal de cambiar el tema: "Ignacio, el niño se muere porque le cuentas la historia". - Ignacio sonrió, y balbució - "no huyas", y Teresa respondió con una sonrisa que el ciego no pudo ver.
Entonces empecemos la historia - dijo con voz grave Ignacio- Pero acuérdate Manuel y acuérdate bien, que no es una historia cualquiera. Fue algo que cambió los días, el viento, el mar. Cerca había un faro no muy lejos de donde se encontraban ellos que indicaba la entrada a la bahía a todo navegante. Manuel, abandonó su intención de pescar con tal de prestar toda la atención posible. Así como ya lo hacía Teresa, quien estaba sentada del otro lado. Entonces el narrador quedó en medio de Tere y Manuel.
- Todo, todo, todito – continuó - cambió y si no cambió al menos se enteró del cambio. - Ignacio decía todo esto sacudiendo la cabeza de forma seria, sentado en el parapeto con las manos apoyadas en sus rodillas y de espalda al mar.
Empezó a contar que hacía mucho, pero mucho tiempo, no existían las estrellas, que una vez que se ocultaba el sol, solitaria aparecía la luna. Esas noches, eran realmente noches, donde todo se oscurecía inundando el pueblo en tinieblas que eran combatidas por tristes lamparillas de kerosene. Transformando el pequeño pueblo en algo idóneo para varios propósitos. Desde la huida con la amada - con derecho a escalera, barco y gritos – hasta de cobardes asesinos y ladrones, quienes por falta de coraje optaban por la noche, para hacer de las suyas ocultando el rostro. En esos tiempos no había luz eléctrica, todo tenía base de kerosene y como era un pueblo muy pobre, no había un sistema de iluminación colectivo, y lo que hacía las calles mas desoladas. La noche no era algo donde los niños podían jugar. Siempre debían volver antes del crepúsculo a casa, e infeliz de aquel usara la noche y su oscuridad para espantar a otros y hacer demás travesuras. Además, la luz de la luna era triste pues se sentía muy sola, demasiado sola. Siempre al salir, miraba a todas partes y no había nunca nadie, nadie para acompañarla. Ella se sentía mal, abandonada. Todo era diferente al oír los gritos de la gente y lo animales y eso era justo cuando el sol salía. Pero un día esto cambió, y la noche, como la luna, pasaron a ser motivos y testigos de muchos cambios, de muchos acontecimientos como el del que iba a ocurrir.
Hace mucho tiempo, durante los últimos días del embarazo de mi madre, cierta vez, no se sabe como, apareció ella en el pueblo; -¿! Ella quién?!- se impacientó Manuel, Tere sonrió. –"Ella, la que dicen que por su culpa todo cambió"- respondió pacientemente Ignacio y continuó. – "Unos creían que venía más allá del horizonte. Que tenía costumbres un poco diferentes a las nuestras, y que también tenía un "cantadito" al hablar que aumentaba la curiosidad de aquél que con ella tratara. Decían que era de una belleza sin igual... – Manuel miraba inocentemente a Teresa como queriendo imaginar a la muchacha a través de la belleza de Tere... – "que era de una dulzura y ternura de ángel. Que solía caminar a la orilla del mar, por el malecón, donde estamos" Y viendo en dirección al faro contaba las rutinas del mismo: -"Dos luces cada quince segundos. Se sentaba en el parapeto, como nosotros lo estamos haciendo ahora y miraba al cielo. Allí encontró a la luna sola, así como ella se sentía. Dicen que en el fondo, a pesar de tanta belleza, ella se sentía muy sola, que había venido desde muy lejos para pasar un tiempo aquí, y lograr que su corazón se curara de tanto vacío. Decían que ella ya conocía nuestro pueblo por medio de libros, revistas y otros informes. Le interesó venir y vino. Un día, de esos tantos en que uno no cree que algo importante y transcendental va a ocurrir, ella se sentó bajo una palma huyendo del sol, y haciendo una pausa para descansar porque hacía mucho calor y había caminado mucho, alguien la vio, sentada allí en aquella sombra, tranquila y serena; sintiendo al mirarla, que ya la había visto en algún otro lugar, o que ya la conocía, sin recordar donde o porque". "¿ Y quien era él?" - Interrumpió Manuel. -"Bueno, continuó Ignacio, por lo que cuentan, el también venía de muy lejos, aunque no tanto como ella. Estaba en el pueblo por la misma razón: soledad, y aquí se vinieron a encontrar, como que a pedido o gracia de Alguien. Parece que desde que se vieron, él caminando, y ella sentada bajo la palma, fue donde todo comenzó."
"Él era muy tímido y tomó fuerza por la misma curiosidad de conocerla al ver su belleza. Pensando que tal vez aquella sería la ultima oportunidad que tendría de verla y hablarle. Quería evitar que ella se transformase en un rostro más como los que pasan ante nuestros ojos y mentes, sin decirnos mucho. Quería conocerla, descubrir si su belleza era tan grande por dentro como lo era por fuera. Entonces ¿Por qué no preguntarle algo? Caminó hacia ella mientras su corazón palpitaba a un ritmo de tambor de guerra. Una vez allí, tartamudeando, en un tono gracioso (lo que permitió romper el hielo) le preguntó si ya se conocían. Ella dijo que no, que esa era su primera vez en la ciudad. Así como la de él. Ninguno conocía nada del lugar, el malecón, el centro de la ciudad, las plazas... nada de nada. Aún así, se arriesgó a formularle una invitación, aunque la sentía rechazada antes de proponerla. -"¿Que te parece si vamos a dar una vuelta por la orilla del mar."– Él no conocía el malecón ni por donde quedaba el mar.- Ella, para sorpresa de él, aceptó muy feliz. Haciendo que su estómago se llenara de miles e inquietas mariposas, era una nueva sensación. Haciéndolo sentir que acababa de alcanzar una de sus mayores glorias. El problema ahora era saber en que dirección quedaba el mar. Por momentos él le pedía que se detuvieran, entonces cerraba los ojos y respiraba profundo, tal y como si estuviera disfrutando del aire puro. La verdad era que trataba de encontrar la dirección del mar a través de la brisa. No le costó mucho, y pronto llegaron.
"Siguieron pues camino al malecón, este ya no se borraría de su mente nunca más, por tanta belleza y por el hecho de estar acompañado de ella. Su presencia hacía que las cosas fueran más bellas, aunque ella ni se enterara. El mar rompía sus olas a pocos metros de los dos, el faro al fondo y la brisa del mar que le decía: "¿ Que es eso lo que sientes en la panza?" Él miraba hacia todos lados y no podía creer que la pregunta viniera del mar. Y otra vez: "¿ Será que te estas enamorando, o ya lo estás?" Decidió entonces no darle mucha importancia al mar, dirigir su atención a la muchacha responsable de las mariposas. Se estaba haciendo tarde, el sol ya se escondía, dando un bello espectáculo a aquellos dos. Que en un futuro, serían aquellos "uno", de los cuales se diría que el amor entre ellos sería de nunca acabar. El sol, antes de irse se llevó consigo, una imagen de aquella nueva y muy bella pareja sintiéndose halagado ya al fin de su jornada de trabajo al recibir aplausos de los mismos. Entonces se esmeró en hacer un cierre digno de aquel nuevo amor que nacía en ese pequeño pueblo, pintó el crepúsculo con los colores más fuertes que tenía en su paleta dando una verdadera lección de arte, con fuerza y sencillez. Era la bienvenida a su primer día en el pueblo y a aquel estado de ánimo o espíritu.
- Que lindo atardecer - comentó ella.
- Casi tan lindo como tus ojos - Respondió él agradeciéndole a Dios por no dejarlo tartamudear. Ella respondió con una sonrisa nerviosa, ( pero era un nerviosismo que la hacía mas bella) acariciando mechones de pelo con su mano derecha transpiraba una situación de mucha adrenalina o de muchas mariposas también y le preguntó cual era su nombre y que hacía en aquella ciudad.
- Mi nombre es Pedro, y ando por aquí de curioso. - Viajar para él hasta aquel instante estaba siendo su mayor placer, pero hasta aquel instante. Por que acababa de descubrir el mayor placer de todos. Y continuó: "Me llama mucho la atención esta ciudad, he leído mucho sobre ella y decidí venir a conocerla de cerca. ¿Y tú, que haces aquí? ¿ Como te llamas? ".
- Mi madre hace tiempo estuvo aquí y me contó maravillas y quedé impresionada y me dispuse a venir. Me llamo Estela.
Los dos, decían la verdad,- no es que fueran mentirosos - pero por orgullo humano les faltó agregar que ambos huían de algo en común: la soledad y la falta de un amor verdadero. Y para decir verdad, creo que esté fue el mayor motivo que los impulsó a atravesar fronteras e ir a establecer campamento, aunque momentáneo, en aquel pueblo.
En ese momento, Manuel dio un pequeño jalón a la camisa del ciego tratando de llamar su atención porque tenía algo que decir. Interrumpida la narrativa de Ignacio le preguntó:
¿Que pasó ahora pequeño?
- ¿Todo esto tiene que ver con las estrellas? - Manuel estaba asombrado, no podía imaginar que para hacer o construir estrellas se necesitara una historia tan larga. Y Teresa añadió:
- Sí, tiene todo que ver. Si quieres entender bien porque brillan y por que cuando miras al cielo algunas forman figuras. Lástima que todavía falta mucho para que aparezcan. Porque el sol todavía sigue aquí, aunque menos fuerte. Pero seguro que desde el techo de tu casa las puedes ver, pon atención y veras que tienen formas de figuras.
Lo que dice Teresa, Manuel, es cierto - dijo Ignacio y continuó- me dijeron, también, que muchas están colocadas y parecen cabezas de toro, oso y otros bichos que debe haber por allí. Y... Manuel: ¿ No estabas pescando? .
Manuel sonrió, porque era el momento de hacer gala de su ingenio y dijo:
- Sí sigo pescando, la cosa es que me saqué el zapato del pié derecho y me amarré el hilo en el dedo gordo, así cuando piquen la carnada lo podré sentir; es mejor así porque me puedo acostar y oír más tranquilo la historia sin necesidad de estar sentando mirando de un lado a otro. Terminado lo dicho miró a Teresa y le guiño un ojo, ésta solo le sonrió. Ignacio, continuó:
- Entonces el viento empezó a calmarse poco a poco, parecía no tener fuerza para alborotar los cabellos de Estela, puesto que amarrados con una toquilla le daban una imagen muy bella, ella era muy bella. Pedro lo notó y comentó:
- Raro esto, el viento parece desaparecer y en el cielo sola está la luna, parece que en cualquier lugar del mundo la noche solo tiene luna, debe sentirse muy sola, pobre de ella. Y se puso a reír viendo en la soledad de la luna, la suya.
Es verdad lo que dices, casi no hay viento, pero el brillo de la luna sobre las olas les da un vaivén muy romántico.
Efectivamente, el brillo que la luna daba las tranquilas olas, era sin igual, era un ballet perfectamente sincronizado, donde los colores metálicos contrastaban con el oscuro mar de la noche, haciendo una fiesta que robaban la atención de ambos. La luna, el viento y el mar podían saberse orgullosos de sus dotes artísticos.
El comentario que la joven hizo respecto al mar Pedro lo compartía completamente, pero lo que ella realmente quería no era ver el mar, por bello que este fuera; quería sentir los labios de Pedro, y eso la enervaba...
Pedro empezó a sentir la necesidad de un beso también, tocar sus manos ya no era suficiente, para él era algo imprescindible un beso; debido a todo lo que gritaba dentro de su ser. Sentía que era el momento, sino era ahora...su corazón lo quería ahora sabiendo que Doña luna, El Señor Viento y Don Mar hicieron de las suyas para brindar el marco perfecto donde un beso seria lo ideal para ese momento. Su corazón no podía quedar mal, y apoderándose de las intenciones e ideas que pudieran surgir dentro de Pedro, lo manipuló como a un títere, hasta hacerlo pedir un beso.
- Essste - Había mucho nerviosismo, era el primer "golpe de estado" efectuado por su corazón a su mente en lo que llevaba de vida. Esssteee - repitió mirándola en lo más profundo de sus ojos, unos ojos de color castaño con verde claro, sintió que en realidad aquél era el momento y todo su Ser se desnudó, dejando de lado el orgullo y el miedo dando lugar únicamente al verdadero y más fuerte deseo que en su vida había sentido. Súbitamente lo invadió el valor y dijo sin más:
- Me gustaría darte un beso. - Y sonrió sonrojado -. Ella estaba feliz su deseo también era el de él. Colocó una mano en su hombro izquierdo y dirigió sus labios hacia él, así nació el ansiado beso. Pedro y Estela podían sentir aquellos labios ajenos, suaves llenos de calor, de emoción, que se fueron abriendo un poco mas, para que cada uno saboreara de sus mieles transportada por lenguas sueltas y ligeras, juguetonas y acariciantes. Estuvieron así durante un lapso de tiempo que les pareció ínfimo para lo que realmente deseaban: que ese beso jamás terminara. Fue el primer beso, el mejor, el más rico, el que más mariposas les hizo sentir. – No dudo que a través del mismo algunas se hayan cambiado de lugar, unas saliendo desde Estela de forma fugaz, hasta instalarse en Pedro y viceversa – fue el beso que marcó el inicio de algo indescriptible entre los dos. Fue el beso con el que rindieron homenaje a la naturaleza y sus encantos. Esta se levantó a aplaudir de pié y a gritos de ¡Bravo! conmemoró este espectáculo de la humanidad con ese atardecer de sol y luna. La luna brilló más, el viento se animó alborotando los cabellos de Estela y el mar aumentó las olas marcando el ritmo de sus corazones que ahora eran uno solo. En aquel único beso se manifestó todo lo mejor de cada uno, resultó una miscelánea de sensaciones y sentimientos intensos que rompieron las fronteras de sus cuerpos, de sus sueños, pensamientos, juegos, e incluso lo sintieron familiares y amigos cercanos; como la abuela de Estela que se encontraba muy lejos de allí, pero quien despertó en medio de la noche con la sensación de que algo extraordinario pasaba en aquel momento en algún lugar del mundo. ¡Y en realidad pasaba! Algo especial, más allá de lo tangible, más allá de la lógica, de la ciencia, de lo normal. Pedro y Estela, acordaron que ese beso jamás lo olvidarían, para la historia era un beso Sui Generis. Sus labios se separaron lentamente, y el tiempo recobró su paso. En la mirada de ambos se podía sentir el impacto del mismo.
Aunque nunca hubo un testigo de lo que en ese instante pasó, el beso fue un pacto con el mar, la luna, el sol y el viento. Yo solo cuento lo que Pedro le narraba al viento y este lo esparcía por la ciudad, en el momento más difícil que fue cuando Pedro se pasaba días sentado aquí. No creo que haya habido exageraciones. ¡Si hoy hay estrellas gracias a lo que hubo entre ellos, ya nada me asusta de esa historia!
- ¿O sea que...eso de las estrellas es verdad? Preguntaba Manuel empezando a creer lo que le contaban.
- ¡Ah! Hijo mío - exclamó Ignacio- No solo eso de las estrellas fue verdad, hubo muchas otras cosas tan serias como esa o más. Hoy, la gente no cree, porque dicen que es "leyenda" o tontería. Pero déjame continuar, aún el sol no se ha ido y para antes que se oculte vas a saber todo, para que mañana lo cuentes a tus amigos y a tus seres queridos.
La tarde caminaba a pasos lentos, y los tres seguían allí sentados en el parapeto del Malecón.
Continuó Ignacio:
- Después de ese día, el pueblo parece que cambió. Empezaron a surgir más parejas, más enamorados, hubieron más casamientos en las iglesias que se llenaban para unir en sagrado matrimonio a aquellos que se juraban amor eterno. Otros decían que no solo el pueblo, sino también el día y la noche se transformaron. Las hojas de los árboles se hicieron más verdes, las flores más olorosas grandes y de vida más prolongada. Árboles y flores en común acuerdo, resolvieron, desde ese entonces anticipar la primavera y hacerla más radiante. Empezaron a adornar cada uno a su manera el pueblo, se iniciaba y fundía una infinidad e intensidad de colores que transformaron el mismo en una inspiración artística. ¡Y los perfumes! Decían que caminar por las calles en aquel entonces era una maravilla, todo aquello era una inmensa riqueza natural; y a medida que cambiabas de calle o de cuadra, entrabas en un nuevo mundo, no solo de árboles y flores, también de colores y aromas. Así de la nada, por puro capricho de la naturaleza. Entonces, no necesitabas saber de direcciones bastaba mirar los árboles, o el color de las flores o inhalar el perfume que había en el ambiente para ubicarte. Por ejemplo: Cerrabas los ojos y sentías un delicioso perfume, estarías quizá en "Campos de Jazmín " donde hoy pasa la calle de Hornos, fue así como bautizaron muchos lugares del pueblo, después vinieron los nombres que hoy se utilizan. Antes, donde yo vivía era conocido como " Prados de Jacarandá " por la cantidad que había con sus flores moradas; que era cerca de la "Avenida de los Lirios". Lugar donde un tal Vicente vino a inspirarse y pintó un cuadro que se hizo famoso. Pero el más conocido era el "Camino de las Margaritas", una avenida completamente bordeada de muchas, pero muchas de ellas. Parecía que habían sido colocadas allí, en fila como sino hubieran nacido a la suerte; de aspecto delicado, sombreros blancos y centros amarillos, de tallos delgados y altos, solían bailar al compás del viento. Acompañando toda la avenida con su toque simple y bello, hoy es la misma avenida que te lleva al centro. El canto de los pájaros fue más bello, dulce y romántico. Se les veía de rama en rama, gorgojeando sus melodías por doquier, parecía que la primavera se había instalado aquí y ya no quería partir. Gentes que después serían muy conocidas y famosas quedaron admiradas al pasar por aquí. Como ese Vicente Van...algo, que se robó la imagen de los lirios nacidos aquí llevándolos en un lienzo, y cuando le preguntaron donde los vio, respondió con su acento rasgado: ¡En un paraíso!. Otros quedaron tan admirados por la belleza de lo que pasaba aquí, desde que Pedro y Estela unieron por primera vez sus labios de forma momentánea – después fue algo rutinario, pero no menos apasionante - que trataron de explicarlo científicamente, atribuyendo los cambios repentinos y curiosos a las más diversas razones. Pero no podían aclarar todo, ni siquiera una parte. Se dieron cambios en las corrientes de los mares, en la fertilidad de los suelos, en los vientos que afectaron el rumbo de las lluvias, trayendo al pueblo agua virgen de toda impureza, que ayudó a germinar las plantas con más rapidez, más saludables y hermosas que en otras partes. Muchos hechos como este dependían de lo anterior. Fue con esa corazonada, que el señor Carlos abandonó el pueblo y zarpó a otras islas famosas por el descubrimiento que en ellas realizaría, concluyendo en la "Teoría de la Evolución". Aquí - decía orgulloso Ignacio – Le nació la duda a este señor que después la comprobó en otros lugares.
Pero la verdad - continuó Ignacio - es que era capricho de la naturaleza, nada más. Era la naturaleza que inspirada dio inicio a los cambios que la ciudad vivió. No era resultado de efectos ni accidentes ambientales, era la pareja que estaba contagiando y transpirando su amor.
Cuentan que en uno de esos tantos paseos que solían dar Pedro y Estela, con manos entrelazadas, besos y palabras dulces al oído - todo lo que una pareja normal suele hacer - entrada ya la noche y con un poco de frío, la luna en sus alturas mostró una sonrisa al verlos caminando sin preocupación. Pero las calles empezaban a ser poseídas por aquellos que hacen de la noche su aliada, y con ella un trabajo nada digno. Preocupada la luna, murmuró a las nubes y estas respondieron en forma de trueno, uniéndose y apoderándose de todo el cielo. Un pequeño espacio permitió a la luna ver el fenómeno. De pronto una gota que le cae en la mejilla de Pedro, que mirando al cielo dice:
- Parece que va a llover. - Eso haría terminar el paseo de ambos por lo que no dejó escapar un tono de tristeza en su voz.
Sí, parece que sí. - Respondió preocupada Estela por la misma razón.
La luna rió al oír lo que habían dicho, y pidió a las nubes que ya cubrían todo el pueblo que continuaran con lo planeado. De pronto un aguacero no se hizo esperar, espantando a todos aquellos con malas o buenas intenciones que estaban en las calles, obligándolos a buscar un albergue. La luna reía junto con las nubes al ver la preocupación que se apoderaba de aquellos puntitos que presurosos corrían en busca de protección. Los únicos que no corrían asustados eran Pedro y Estela, a pesar de que sobre ellos no llovía. Podían saltar, correr, caminar, que las gotas no se cruzarían sobre ellos. Continuaron paseando, dándose besos de colibrí y saltando en las pozas de agua, mientras Pedro citaba poemas sacados de libros inspirado por Estela; ella sonreía, de aquella forma tan hermosa y pura. Estar juntos y disfrutar aquello que sentían era más importante que tratar de entender lo que pasaba a su alrededor, y el paseo se convirtió en algo más para no olvidar. Reían de la gente que corría; atónitos, boquiabiertos sin entender aquella pareja que caminaba bajo la lluvia sin mojarse y sin mucha preocupación, a pesar de la gran cantidad de agua que San Pedro dejó caer en aquella noche. La luna se había encantado con ellos, y no quería que lo pronosticado por San Pedro estropeara lo extraordinario de esa noche. Fiel al romanticismo la luna se había puesto de acuerdo con las nubes y aquellos dos puntitos que a veces parecían uno, por la distancia desde donde los observaba ella, o porque casi no se despegan uno del otro no serían tocados por la lluvia.
Así fueron pasando los días rápidos como segundos y besos, abrazos, risas, cariños, momentos tiernos e instantes cómicos fueron su alimento. La vida continuaba y se tenían que separar, quizá momentáneamente, pero se tenían que distanciar. Y eso implicó dolor, lágrimas, promesas de retorno y fidelidad. Ella tenía que regresar a su tierra, al lugar de donde venía. Él, tenía que permanecer un poco más, con un equipaje de recuerdos con imágenes de paseos de calles donde caminaron, de paredes que les sirvieron de apoyo cuando se fundían en uno, a través de un abrazo o un beso. No iba a ser fácil, ni para ella ni para él. Los dos últimos días previos a la partida de ella decidieron no separarse, no perder un día, una tarde, una noche, un minuto, o un segundo. Suspiros de melancolía se les escapaban y sabían que aumentarían conforme la distancia y el tiempo que estarían sin verse. El último día dieron un paseo por el malecón, sentándose justamente donde todo empezó con un beso, hacía ya diez días. Igual que la primera vez también ahora estaban nerviosos aunque por otro motivo. El silencio se había apoderado de los dos, ninguno quería hablar de lo inevitable: la despedida y la obligada pregunta de ¿ cuando se volverían a ver? Pedro tocó el hombro de Estela que veía hacia el mar, esta giró la cabeza en dirección de su compañero e intuyó que este le pedía un beso. Cerraron los ojos, sus corazones volvían a palpitar más fuerte que lo usual, las mariposas estaban allí y el tiempo se detuvo haciendo de los dos uno otra vez. Sus bocas se unieron, pero para sorpresa de Estela este beso fue diferente. Pedro había encajado un anillo en su lengua y lo depositó dentro de la boca de ella. Estela lo sacó con su mano y miraba asombrada a Pedro que reía por la emoción y la travesura.
- Es para ti, lo compré ayer. Es para que cuando estés lejos lo lleves contigo. Son tres elefantitos, ¿ves? - Y apuntaba en dirección del anillo que Estela sostenía en la mano aún asombrada -. Dicen, que traen suerte. ( Los elefantes estaban colocados en fila cada uno sujetando con la trompa la cola de su predecesor, tallados en el anillo, con piedras brillantes como ojos) .
- No sé que decir – se emocionó Estela.
- No es necesario que digas nada, lo único que te pido es que no me olvides y que regreses. - Se dieron un abrazo que arrancó suspiros y sollozos de ambos.
Cuentan que esa fue la última vez que se vieron, en esa misma noche después de mucho llorar se despidieron, prometiendo que se encontrarían para continuar aquello - dijo Ignacio.
- ¿Y que pasó después? - Preguntó Manuel, ahora estaba sentado de espalda al mar, olvidándose de la idea de pescar para prestar atención a la leyenda.
- ¿Entonces, ahora ella lo cambiaría por otro? - Preguntó Teresa desconfiada.
- Sí, ahora es cuando todo realmente empieza, y cuando nacen las estrellas. - Respondió Ignacio.
Dicen que ella regresó a su tierra que cambió y trató de olvidar todo aquello que la lastimaba pues tenía que seguir adelante convenciéndose de que había sido amor pasajero. Pero los días le decían lo contrario. Por más que tratara de olvidar, allí estaba él, el malecón, el mar y todos los recuerdos que hacían verdad y bella aquella historia, huir y esconder lo que sentía, se le hacia imposible.
Él la estuvo esperando. Las promesas de que regresaría pero que tardaría un poco empezaron a hacerse rutina. Pero no se daba por vencido, sabía que un día la vería de nuevo, que la vería caminar con su paso tranquilo y despreocupado, que volvería a tenerla dormida junto a él, con respiración tranquila, y su aspecto de ángel. Le mandaba postales, telegramas etc... Con tal de incentivarla y que no perdiera el ánimo como parecía ocurrir. Las cartas tardaban más de lo usual en llegar y aumentaban la ansiedad de Pedro, y su contenido ya no era el mismo. Pedro no podía creer que Estela se estuviera dando por vencida argumentando que la distancia la estaba haciendo sufrir mucho y que no podría mantener la promesa de regresar junto a él. Pedro no quería creer, no podía aceptar que Estela ahora se diera por vencida después de haberse declarado tanto amor y que para ella fuera tan fácil dejarlo a la deriva. Un mese había pasado ya desde su partida. "Pero si fueron tantos momentos especiales que vivimos, ¿ porqué olvidarlos, porqué no utilizarlos como el motivo para alcanzar lo que se quiere lo que se desea?", Se preguntaba Pedro incrédulo. "¿Y no es eso la vida, momentos y más momentos ? " ,decía para si mismo.
Pero los momentos de ellos habían sido diferentes, mucho más especiales que los de cualquier otra pareja.- Dijo Ignacio. Pero si ella sufría, era por que extrañaba esos días al igual que Pedro, no porque hubieran sido malos, sino porque ella no quería aceptar que fueron los mejores en su vida, y ahora quería olvidarlos, ya que era más fácil que continuar y seguir construyéndolos.
Las cartas que tardaban en llegar, Pedro no las abría ansioso porque dentro de él confiaba en que Estela no se daría por vencida donde le mandaría el mensaje que lo haría el hombre más feliz del mundo: "Estoy en camino, prepárate para revivir viejos tiempos. Te ama. Tu Estela". Para su desventura el mensaje que llegó lo hizo sentir un gran vacío, no era nada de lo que esperaba: "Querido Pedro, la distancia me ha hecho cambiar mucho en estos meses, y temo decirte que lo que siento por ti ya no es lo mismo de antes. El tiempo ha cambiado todo, sé muy bien que debes estar muy triste o enojado conmigo al no ser fiel a las promesas, o por ser tan voluble de sentimiento. Para empeorar mi confusión, ayer conocí a alguien que me llamó mucho la atención y estoy saliendo con él, creo que estoy enamorada de nuevo. Espero que me perdones, y me entiendas. Estela ". Pedro leía una y otra vez, no podía dar crédito a lo que leía. "¿Cómo pudo ella olvidar y cambiar todo tan rápido? ¿Así de la nada? ¿A dónde fueron a parar las promesas, los besos, las mariposas? ¿Dónde está la responsabilidad que cada uno tenía con lo que sembró dentro del otro?" Eran preguntas sin respuesta, que solo atormentaban aún más a Pedro. Serían preguntas que estarían con él durante lo que le quedara de vida. Se sintió abandonado por la suerte, sintió que todo aquello no había sido importante para Estela, no la marcó como a él. Prueba de eso, es que ya tenía a alguien diferente. Pedro podría hacer lo mismo, buscarse alguien. Pero a la única persona, que engañaría además de su posible nueva pareja, sería a él mismo. Tendría que borrar primero de su mente aquél nombre: Estela, para después escribir otro; y no escribir uno sobre otro. Que confusión, que tristeza, que coraje, que dolor...
La luna, al saber eso desapareció por un tiempo, quería saber que estaba pasando con Estela, porque ella –la luna- había sido testigo de lo que ocurrió entre los dos y no podía creer lo que estaba pasando. Mientras tanto, el pueblo empezó a nublarse a obscurecerse poco a poco, y la gente no se daba cuenta. El sol, sin saber lo que ocurría hacía sus rondas como de costumbre. La luna se sorprendió al encontrar a Estela caminando de la mano con un extraño. Ser acercó haciéndose luna llena, y se percató de lo que estaba pasando. Alguien más había entrado en la vida de Estela. Alguien de pelo largo, que le gustaba la música y juraba amor eterno a las mujeres. - Aquí, Ignacio hizo una pausa, miró a Teresa y comentó: "Decían que este personaje era de apellido Teiscario," eso la dejó pálida por que creía que su bohemio tenía, sino el mismo, un apellido muy parecido. La luna llena, pero ahora de tristeza, al ver que Estela había caído en una de las trampas más viejas que la vida suele tender para probar la integridad del amor de cada uno que era a través de las tentaciones y la distancia. Estela no había logrado pasar ninguna de ellas. La luna decidió quedarse un día más. Observaba como Teiscario endulzaba los oídos de Estela con su guitarra y sus promesas de amor, sincero y eterno. Vio también, como al dejar a Estela en su casa se despedía con un: "hasta pronto mi princesa", seguido de un beso y salía disparado en dirección a la taberna que frecuentaba. Donde tenía más condesas, princesas, reinas y toda una corte de amantes que podía conseguir para jactarse de su poderío como hombre. Sin más dudas que aclarar, la luna se retiró triste y decepcionada rumbo al pueblo donde ella, así como otros que creyeron ver nacer el más bello de todos los amores. Al llegar, fue interrogada por el sol, las nubes, el mar, el viento, los árboles, las flores...todos querían saber que había ocurrido con aquel increíble amor. La luna les contó con detalle lo que había sucedido, y las pruebas que Estela no había conseguido pasar, eso dejó a todos tristes e incrédulos. Todos habían pensado que había amor suficiente para vencer esos y cualquier otro obstáculo que por ventura apareciera, para confirmar la pureza e integridad del sentimiento de Estela.
"Las pruebas que la vida suele colocar para catalogar que tan profundo, sincero, verdadero e incorruptible es un sentimiento de acuerdo con las Leyes Celestiales del Amor consisten en hacer a la pareja que se dice enamorada pasar por varias situaciones. Al inicio dolorosas, para que al final sirvan de pilar fundamental de una sólida unión. Estas pruebas son mal vistas por unos; por otros, esenciales y así poder reconocer el verdadero sentimiento de su pareja. Aunque son mal vistas por el dolor que en la mayoría de veces causa. Las pruebas consisten en: a) Separación física de la pareja, con el propósito de observar si la relación continuará a pesar de la distancia, y que hará la pareja para reunirse nuevamente. Quien de los dos lo hará y quien no lo hará. El primero que se dé por vencido obviamente no tenía claros sus intenciones, ni mucho menos era capaz de amar. b) Tentaciones, con el propósito de observar quien de los dos cederá primero a la tentación de tener ante si a alguien del sexo que le atraiga. Induciendo a la ruptura de la relación original. El primero en flaquear no tenía clara sus intenciones ni mucho menos era capaz de amar. c).... Libro MMDCXLVII –VI Leyes Celestiales del Amor, Pag .: DCLXXIV "
El sol después de leer en voz alta un trecho de los Libros de Leyes Celestiales del Amor, que tenían en la biblioteca donde solo se realizaban reuniones importantes; concluyó que Estela en realidad nunca estuvo realmente enamorada. Por eso no había logrado ni siquiera superar el primer obstáculo, y sería incapaz de superar el segundo, ya que era mas exigente. Todo aquello fue algo pasajero, sin profundidad una verdadera escena teatral. Así como Pedro, ellos también habían sido engañados creyendo que ella vencería estas y cualquier otra prueba para demostrar la dimensión de sus sentimientos. Todos estuvieron de acuerdo con el sol, y se retiraron. Unos tristes, otros incrédulos y otros enfurecidos. Este era el caso del viento, que se había encariñado con Estela al alborotarle los cabellos, se sintió tanto que barrió el pueblo con un fuerte ventarrón, y limpió todo el perfume que pudiera haber quedado de ella.
Pedro, seguía sentado en el malecón, pasmado por la noticia. Podía aún sentir su presencia, oír su dulce voz, sentir sus besos...ahora todo eso lo disfrutaba otro, sentía que se consumía por dentro. Era un dolor desde lo más profundo de su ser, allá en donde unos dicen que se esconde el alma. Ya no comía, no pensaba en otra cosa que no fuera en la sonrisa de Estela que ahora sonreía para otro, todo había terminado así. Todo los momentos juntos no tuvieron validez para ella y esto lo entristecía más a medida que el tiempo pasaba. Se daba cuenta que había sido engañado. El viento enojado había barrido el pueblo, levantando nubes de polvo y asustando a la gente. Pedro seguía sentado en el parapeto del malecón insensible al ventarrón, y a todo lo que pasaba a su alrededor. Con la mirada perdida en el horizonte. El rumor de las olas le decía: "¿Ahora que harás, Pedro? Ella se fue". Esto lo hería, lo hacía sufrir, sentía que definitivamente se quemaría en llamas o que estallaría.
El sol veía a Pedro todas las mañanas frente al mar, esperando a que ella regresara. Entonces disminuyó su luminosidad para no dañar la piel de aquel que se quedaba desde temprano hasta la noche, sentado en el mismo lugar esperando que la promesa se hiciera realidad. En el pueblo empezaron a tener menos luz, el día ya no era igual al de antes. Las flores comenzaron a marchitarse, a morir. La luna le pidió a las nubes que mojaran la tierra con mas intensidad y así él quizá dejaría de esperarla frente al mar. El exceso de agua, y su baja calidad, hizo que los árboles y las nuevas flores no fueran igual. Aquella primavera se transformó en invierno, en el invierno más triste. Pero para sorpresa de la luna y de los demás Pedro, a paso lento y decidido, se dirigió al mar. Entonces, también el mar cambió. Dio inicio a fuertes olas tratando de ahuyentar al paciente enamorado. Pero su necedad y su esperanza de verla era mayor. Se juntaron el sol, el viento y las nubes y resolvieron dar inicio a la peor época que aquel pueblo jamás vivió. Cayeron fuertes e ininterrumpidas lluvias, y el sol no apareció durante muchos días, pero Pedro no cambiaba de idea. El viento apartaba de los puertos cualquier tentativa de atraco. Las nubes cerraban el cielo, y no permitían saber si era de día o de noche. La luna, era la más afectada y se escondía para llorar, transformando sus lágrimas en granizo que caían por primera vez en el pueblo, asustando a sus moradores que veían que el agua que solía caer del cielo con las lluvias, ahora caía en forma de hielo.
Lo que sentía Pedro era mayor a todo esos cambios en el clima, y sacaba fuerzas de la flaqueza para dirigirse siempre al mismo lugar frente al mar, a mirar el horizonte, con lluvia, con tempestad o granizo. La promesa que le hizo Estela de regresar se convertía realidad en sus sueños. Dentro de él había una parte que no creía lo de la carta por eso era tenaz, necio en creer que ella regresaría, y si lo de la carta fuera cierto bastaría con que ella le pidiera perdón y le prometiera que nunca más se separarían para que él la perdonara.
Todo era en vano, la gente, que lograba pasar y otras ver a Pedro sentado sobre el malecón, indiferente a la bravura y lo arisco de los elementos, se sorprendía. Unos ya lo estaban tachando de loco por verlo allí, sentado, sin motivo aparente. Por veces, era apenas una silueta desafiando las enormes olas que iban a romper a sus pies que se levantaban metros cubriéndolo completamente, dejándolo mojado. No le importaba, la cólera del mar, o del viento o de cualquiera que fuera, nada ni nadie se interpondría ante su sueño de ver a Estela de nuevo.
El tiempo fue pasando, las noticias que ahora raramente recibía de ella, ya no eran las mismas ni trataban de lo mismo – el amor de ambos- Hoy, cuando las recibía, se hablaba de otra persona, de mucha alegría y felicidad; pero nunca un gesto de arrepentimiento hacia lo sucedido. Pareciera, una vez más, que todo aquello no había pasado de promesas, poesías, besos y nada más. Que lo sentido por Pedro, nunca tuvo equivalencia dentro de Estela; al contrario, mientras por un lado ella apenas soñaba con él; él, por el otro, luchaba por lo que soñaba con ella.
La luna queriendo saber del nuevo romance en que Estela se envolvía decidió regresar y estar por allí un tiempo más. La Primera noche, justo después de que lloviera durante algunos minutos; pudo ver como Teiscario iba a su casa, tocaba la puerta y preguntaba por ella, después salían los dos abrazados en dirección de algún lugar idóneo para las parejas que no desean levantar sospechas de su presencia. La segunda noche el mismo Teiscario aparecería en la casa de Estela con guitarra en mano y todo mojado - ya que había llovido un par de horas antes que llegara -, ofreciéndole serenata y dedicándole todas las flores del mundo. Además, aquella canción que él había compuesto especialmente para ella, hizo que Estela se derritiera por dentro ante tamaña e "incomparable" demostración de cariño, aumentando así la certeza y confianza en aquel amor que nacía. Estela se preocupaba que su nuevo amor estuviera mojado y al relente. A lo que él respondía: "Todo lo hago por ti", seguido de pequeñas toses fingidas para enternecer aquel corazón que quería conquistar. Estela solo podía responder con suspiros. A la tercera noche, Teiscario apareció impecable, bien vestido; y Estela con el mismo donaire y elegancia lo recibió. Parecía una noche muy especial a pesar de la lluvia que desde temprano no había dado tregua y seguía mojando todo aquello que estuviera en su alcance. La luna, siempre curiosa los siguió desde su distancia sin levantar sospechas y vio como Teiscario llevaba a su acompañante a su apartamento, un lugar humilde, desorganizado y sucio. Como ya no podía ver, le pidió al viento que llevara a sus oídos las pláticas de lo que en aquel lugar estaba ocurriendo. El viento aceptó. Y estas palabras llegaron a la luna:
- Pensé que íbamos a cenar, como dijiste ayer. - dijo desconsolada Estela.
- Lo siento mi princesa, es que al decir verdad no tengo hambre y te quería traer para que conocieras donde vivo. ¿ Qué te parece? - Preguntó cínicamente.
- Pues... - respondió Estela tartamudeando - parece un poco desorganizado.
- Sí, es verdad. El lugar necesita de un toque femenino. – Dijo pasivo él.
Sin duda - respondió inocentemente Estela.
¿Quieres tomar algo? , hay mucho calor, ¿no crees? – Preguntó, quitándose el saco.
Según las informaciones que llevaba el viento a la Luna, hoy era un día especial para los enamorados, cumplían tres semanas o quien sabe un mes, pero el dueño del apartamento tenía en mente un plan para celebrar la especial fecha.
Después de muchos besos y juramentos de amor sincero, Teiscario logró llevar sutilmente Estela hasta su cuarto haciéndola acostarse en su cama por el resto de aquella tercera noche. Pero al amanecer, ¡sorpresa!, el lecho donde había reposado Teiscario después de que hicieran el amor –por que eso habían hecho los dos. Ya que entre ellos solo amor había, juraba Teiscario- estaba vacío. Habían quedado las sábanas arrugadas y una nota donde decía: " Lo siento mi princesa, tuve que ir de emergencia, a una presentación de guitarra, y no quiero quedar mal con aquellos que cuentan conmigo. Trata de dejar el apartamento antes de las doce, para no levantar sospecha entre los vecinos. Después te explico. Siempre tuyo, Teiscario". Una nota hecha a prisa con letra fea casi ilegible. Para Estela aquella era su primera vez y nunca había esperado que fuera así. Se recordó de Pedro, pero lo apartó de su pensamiento rápidamente. Las sábanas, tenían manchas rojas y Estela posaba sus ojos llenos de nostalgia, coraje, desilusión y solo Dios sabe que más; en aquella señales mudas de su desfloración. Miró el reloj, faltaba poco para las doce del día así que arregló la cama y algunos detalles del cuarto que creyó eran necesarios y trató de esconder las sábanas. No encontraba un lugar adecuado y prefirió lavarlas, tamaña era su pena con Teiscario. La lavandería del apartamento estaba al aire libre y se podía ver a los vecinos, no tenía practica pero jabón en mano se dispuso a lavar, cuando de pronto se asomó una cara curiosa desde la lavandería de al lado, al verla, sonrió y dejó escuchar su voz:
- ¡Mamá, venga, venga...! - Gritaba con su voz estridente el pequeño.
Otra voz respondió desde adentro:
- No puedo, ¿no ves que estoy ocupada? Solo dime que pasa. - Respondió la voz fuerte de aquella mujer.
¿Te acuerdas del vecino mamá, aquel que siempre llega borracho al apartamento y con mujeres? Parece que se consiguió una lavandera. - Dijo sonriendo de forma inocente y sin despegar los ojos de Estela. Quien escuchaba sin lucir muy bien. Para el pequeño aquella imagen femenina fácilmente se transformaba en la de una lavandera gracias a su imaginación, y también gracias a la noche anterior de Estela que le había cambiando la fisionomía.
- No muchacho, no seas curioso, cuida de tu vida, ¿ no ves que no debe ser una lavandera? Debe ser otra de las "muchachas de la calle" que él lleva para no sentirse solo. O sino, otra de las "inocentes palomitas", hijo mío, que volvió a caer en el cuento más viejo que hay en este mundo. Les deja una notita diciendo esto y aquello, pero en realidad está en la taberna de la esquina, contando sus nuevas proezas. - Luego estalló en risa al recordar que esa no era la primera vez que eso sucedía y por lo visto no sería la última.
Estela no podía creer lo que escuchó gracias a la curiosidad del pequeño. Había sido engañada, vilmente engañada y sentía que no era justo. Se limpió las manos en el agua de la pileta abandonando sus anteriores intenciones, miró al pequeño y le dio las gracias; este se despidió con un saludo de mano y desapareció. Agarró lo poco que había quedado de sí misma y lo ordenó para parecer fuerte. Entonces salió en dirección a la taberna solamente para confirmar lo oído. La taberna no distaba mucho de allí y sin demasiado esfuerzo la encontró, escondida en un callejón. Estuvo de pié en el umbral de la misma, buscando a Teiscario con la mirada pero todos eran de semblantes parecidos, guitarras, mujeres, cigarros, risas, carcajadas, cervezas... de pronto Teiscario que sentado en una mesa bañado de cerveza, y riendo, mostraba a sus amigos el número tres que formaba con los dedos de su mano, reía al ir contando : uno, dos... y brindaba al llegar al tercer dedo levantado. Eso fue suficiente para Estela que salió rumbo a su casa, en el trayecto vino Pedro a su memoria pero ahora no lo apartó ni lo ahuyentó de su mente, empezaba a sentirse culpable del rompimiento entre ellos, lo atrajo para más cerca, lo más cerca posible, tan cerca que sintió nuevamente su calor. Empezaba a darse cuenta que su capricho hirió a algunas personas, principalmente al mismo Pedro y con eso quien realmente salió perdiendo fue ella, Estela; al dejarse llevar por miedos, inseguridades y caprichos. Recordaba el palpitar irregular del corazón de Pedro cuando estaban juntos, su respiración y la sensación que solo él había podido darle hasta hoy: el de no estar sola e insegura. No era necesario que él fuera alto ni robusto, porque él no lo era; bastaba, si, que realmente la amara, y en eso Pedro sobresalía. A su lado, Estela no sentía miedos, inseguridades, dudas, porque sabía que existía, aunque estuviera lejos, alguien que no dejaba de pensar en ella. Pero ahora este alguien Estela lo expulsó de su vida, cometió ese error. Se dejó endulzar cambiando lo bello y profundo, aquel amor sin limites ni fronteras; por un capricho que tenía buena apariencia que sabía seducir – aquí ella se repetía las mismas palabras "dulces y poéticas" que Teiscario le decía - y tocar guitarra.
Durante la cuarta noche y las futuras, nadie vino a buscarla pasó horas en la ventana viendo la lluvia que había empezado a caer desde la noche anterior. La quinta noche no fue diferente, la misma lluvia seguía mojando todo aquello que estaba afuera. Para la sexta noche no solo llovía afuera sino también dentro de Estela, sus ojos llenos de lágrimas, veían a través de la ventana a quien había dejado a tras por aquel capricho. En una de sus manos sostenía el anillo que Pedro le había regalado, el de los tres elefantes de ojos brillantes; sentía aún la emoción con que el mismo se lo había obsequiado. Ahora sus ojos y su alma, llevaban el mismo compás de aquella lluvia fina, triste y fría que caía desde un cielo completamente gris e indiferente.
La luna, saciada su curiosidad regresó al pueblo, y desde lo alto pudo ver mucha gente aglomerada a orillas del malecón. Preguntó a sus compañeros lo que pasó pero la mayoría le dio la espalda, solo el sol salió y le contó que a la tercera noche en que ella había partido, Pedro se quedó sentado en el mismo lugar con la vista perdida en el horizonte, desgastado, sucio y andrajoso. Le dijo que desde que ella se fue, todos acordaron detener lo que estaban haciendo para desanimar a Pedro y haciendo que la ciudad regresara a su calma habitual. A medida que fue llegando la noche él se enfermó. Tosía, miraba a todos lados en busca de ayuda, hasta que llegó la hora en miró al cielo, puso las manos sobre el corazón y quizá de dolor, soltó un grito que hizo eco en toda la ciudad. Cayó lentamente sobre el parapeto pareciendo que estuviera dormido, con los ojos abiertos su rostro estaba tenso y luego abandono todo gesto de dolor. Al día siguiente un par de niños lo encontraron y se dieron cuenta que aquél, que no sabían de donde había salido, estaba pálido y parecía no respirar, corrieron a pedir ayuda y la gente empezó a llegar curiosa, el cuerpo que se extendía sobre el malecón daba la impresión de aun estar vivo, debido a sus ojos abiertos y semblante serio No sabían quién era, lo habían visto pasear muchas veces por la ciudad acompañado de una bella muchacha, pero en los últimos meses lo hacía solo. La multitud de curiosos fue en aumento, hasta que una señora, de avanzado embarazo, salió del anonimato para acercarse al difunto y cerrarle los ojos.
- ¿Quién era ella? - Preguntó Manuel, para quien pescar ya no significaba nada.
- Era la mamá de Ignacio, Manuel; - respondió Teresa dejando al ciego sumergido en sus recuerdos maternos.
- Sí, era mi madre, y era a mi quien tenía en el vientre. - Confirmó Ignacio y continuó:
- Mi madre era una mujer grande de raza negra, excelente cocinera decían los dueños de los restaurantes donde trabajó. Pero para ese entonces ya no podía hacer lo que más le gustaba –cocinar - por que su situación de embarazo no lo permitía; y mi padre, ya había cumplido un par de meses en el mar sin volver a casa, nada atenuaba los problemas. Un día salió a pescar como siempre lo hacía, y en medio de una de esas tantas tormentas que suelen ocurrir, se cree que la misma hizo desaparecer el pequeño barco donde estaba junto a otros cuatro pescadores. Eso afectó mucho Elena - así era como se llamaba mi madre- pero ella no tenía tiempo para tristezas ni infortunios, eran cuatro bocas que alimentar y pronto serían cinco.
La madre de Ignacio tenía ante si el cadáver de un muchacho, que si no era lindo, era bastante bonito a su parecer y esto le inspiraba ternura. Además de curiosear, nadie quería hacer nada por sacarlo de allí y darle sepultura a aquel "hijo de Dios", como solía decir Elena. Llamó a uno de sus hijos que estaba cerca, Sergio y le pidió que fuera por una sábana vieja limpia y grande que tenía en el gallinero, rápidamente y sin decir nada fue en busca del mismo. Sergio es el cuarto de sus hijos, hasta ese entonces el más pequeño. Decían que de niño era muy delgado, que tenía el labio inferior mayor que el superior y que por andar descalzo todo el tiempo tenía todas las lombrices del mundo. Y fue igual cuando creció, delgado y de barriga acentuada, lo que inspiraba burla entre sus compañeros. El gallinero hecho de madera era un pequeño depósito de cosas viejas que tenían mis padres, donde guardaban de todo un poco, allí también jugaban mis hermanos hasta que fue destruido por el fuego cuando el cuerpo de Pedro se empezó a manifestar.
Sergio regresó con la sábana y junto a Elena envolvieron el cuerpo, más la ayuda de algunos vecinos que se animaron en prestarse para cargarlo hasta el gallinero, donde lo colocaron en una improvisada cama hecha de paja y cubierta por cartón.
Allí había quedado el cuerpo de Pedro, descansando de sus dolores en lecho de paja y cartón. La noche fue llegando y los curiosos dispersándose cada uno en diferentes direcciones. Sergio, salió corriendo para contar a sus amigos lo sucedido. La primera casa que visitó fue la de los gemelos Juan y José, y colocando las manos en forma de concha alrededor de la boca gritó desde la acera:
- ¡Juan, José! ¡José, Juan!. - Una ventana se abrió y en ella una cabeza apareció:
- Soy Juan, ¿Que pasó Sergio? - Respondió uno de los gemelos con cara de recién levantado.
- ¡Ven! - decía Sergio llamando también con las manos - ¡Te tengo que enseñar algo que no me vas a creer!.
¿No te parece un poco tarde? - Preguntó perezoso el gemelo.
Que tarde ni que nada, salí de allí y vamos rápido para el gallinero.
No tuvo mas remedio que ir a ver lo que causaba tanta agitación en su amigo gritón y abandonó el cuarto por la misma ventana que atendió al llamado vestido para dormirse. El otro gemelo se quedaría durmiendo ajeno a todo lo que pasaba. Después de haber saltado por la ventana con la máxima discreción, fue en camino del compañero que lo esperaba muy nervioso.
Ojalá que sea por algo bueno.
Mejor que eso, - sonrió Sergio - Vamos de una vez allá vas a ver lo que te quiero enseñar. – Para Juan todo era misterio y curiosidad.
Presurosos corrieron en dirección al gallinero, centro de reuniones preferido de todos los compañeros de juego, pero pocos eran los verdaderos amigos. Aquí se tomaban importantes decisiones, como la de ir a robar guayabas a vecindad para después traerlas al centro de operaciones y enseguida repartidas de forma ecuánime entre los participantes de la empresa, o como simple punto de reunión para salir a pescar.
Antes de llegar, Sergio se aseguró que nadie estuviera en los alrededores y pudiera estropear la sorpresa para Juan. Ya seguro que no había ni un alma cerca siguió con su plan, abrió la puerta del gallinero con suma precaución, pues no quería llamar la atención ni era conveniente, era hora de estar durmiendo además, estaba prohibido entrar mientras el cuerpo estuviera allí.
Mi casa era relativamente grande pero sobró mucho espacio y fue aprovechado para construir el gallinero - dijo Ignacio.
Sergio con el indicador en los labios le pedía silencio a Juan para que entrara sin hacer ruido. Ya cerrada la puerta se podía ver un bulto del tamaño de una persona envuelto en una sábana vieja. El interior del local no era de los mejores, su techo era bajo y con lámina de zinc suficiente para que cupieran los niños de pié, se podía identificar una que otra cosa en su interior gracias a una lampara de kerosene y todo, completamente todo, era un desorden. Podías encontrar ratas y hasta plumas que habían quedado de sus antiguos moradores.
Sergio a empujones incentivaba a Juan para que se acercara y descubriera por si solo lo que había debajo de la sábana.
- Vamos, no seas gallina ¿nunca antes viste un muerto? - Desafiaba Sergio a su compañero.
- No, no creo que sea un muerto, ¿ quien querría guardar uno? - Sonrió irónicamente Juan entre susurros y un dejo de temor.
- No seas tonto - respondió molesto el "propietario" del lugar - Es que hoy en la tarde, allá donde vamos a pescar encontraron un muerto - señalaba al bulto con el pié - y como nadie respondió por él, mi mamá lo trajo aquí para que mañana con Antonio lo llevemos a enterrar antes que alguien le robe sus cosas y evitando que lo hubieran empujado al mar.
Antonio era mi hermano mayor - explicaba Ignacio - después de la muerte de mi padre la situación que ya era difícil se hizo peor, así que algunos hermanos fueron buscando trabajo, y Antonio consiguió uno de sepulturero en el Cementerio Municipal.
¿O sea que mañana se lo llevan de aquí? - Murmuró Juan.
¡Por la mañana! - respondió muy quedo Sergio.
¿ Y quién lo trajo?, parece que pesa, - Preguntó Juan.
¡Yo solo! - Inflaba el pecho Sergio y pasaba orgulloso las manos por sus brazos delgados y sin mucho relleno.
¡Sí, claro, tu no puedes ni con tu vara de pescar! - Y tapaba su boca con las manos tratando de reprimir la risa.
- Pues, para que sepas ¡pesa más que tu mamá!. - Dijo esto Sérgio desquitándose de la broma de su amigo.
¡Mira lo que decís! - Respondía irritado por la broma Juan, alzando la voz más de lo recomendado en aquel instante, con el índice levantado apuntando en dirección del amigo. Mientras el otro le pedía que se callara a través de gestos, y muy afligido ya sentía que los descubrían allí.
Sucede que la madre de los gemelos Juan y José en eso entonces, padecía de un problema grave de tiroides, lo que aumentó su peso de forma poco natural limitándola a una cama e impidiéndole de llevar una vida común – explicaba Ignacio.
Bueno cálmate ya - le pidió Sérgio a su amigo -. Te traje aquí para que vieras el difunto ¿ Lo quieres ver o no? - Soltó el ultimátum.
- Mira, que lo quiero ver lo quiero; y tampoco tengo miedo - aclaraba Juan por si había alguna duda dentro de su amigo respecto a su curiosidad, y su calidad de "macho".
- Entonces - respondió tranquilo Sergio - destápalo para que veas como es. - Juan, al sentir que no le quedaba de otra se fue acercando lentamente al bulto, acurrucándose muy cerca de lo que suponía sería la cabeza de Pedro; y con una extremada delicadeza fruto del miedo, fue haciendo a un lado la sabana que le cubría el rostro, hasta descubrirlo en su totalidad.
- Oye - exclamó Juan con voz entrecortada - ¿No fue el quien compró el anillo que tanto le gustaba a María, aquél anillo de los tres elefantes, allá donde el papá de Laura?
Sergio, con los ojos entrecerrados y rascándose la cabeza trató de recordarse, y respondió:
- ¡No, no me acuerdo!, ¿por qué?
- Por que creo que ha sido él, María me contó de alguien parecido a él - sospechaba Juan -. ¿Que tal si llamamos a los demás para que vengan a ver?
- ¿Estas loco? - respondió sorprendido Sergio - ¿ Para que tanta gente?
- Hay que compartir con los demás este hallazgo – apuntando al cadáver – acuérdate que solo tenemos esta noche para verlo, mañana lo entierran; quédate aquí y yo regreso con los demás. - Propuso Juan muy emocionado por la idea.
- Bueno, pero trata de no hacer ruido ni de demorar. - Pidió Sergio. El otro, con unas palmaditas en la espalda le transmitió que no se preocupara, que regresaba en poco tiempo.
Luego de algunos minutos, llegaron todos. Algunos curiosos otros enfadados porque lo que querían era dormir, pero allí estaban. María, con su aspecto tierno de ojos pequeños y sonrisa dulce; Laura, delgada de mirada seria y de pocas palabras; José, el otro de los gemelos idénticos, vestido aun con pijama. Todos, se mostraban curiosos al saber que iban a presenciar un muerto. María siempre tierna, trajo consigo unas candelas de colores y algunas flores para el difunto, ya desconfiaba de quien era se trataba pues en el camino Juan la fue intrigando con su platica de lo acontecido a todos, y les dijo quien creía él que podía ser el finado. Lo que hizo transformar en María su eventual terror, causado por un muerto, en compasión.
Abierta la puerta del gallinero, todos se fueron acomodando como pudieron, empujándose uno al otro, movidos todos por la novedad. Sergio cerró la puerta para evitar cualquier sospecha. Juan que ya había tenido un poco más de intimidad con el cuerpo así que lo fue liberando de la sabana hasta dejarlo como lo encontraron en el malecón; todavía con su ropa, su semblante serio, sus zapatos, etc. María, asustada, confirmó a Juan que sí; que sí era él quien fue a comprar el anillo de oro con los elefantes tallados donde el padre de Laura – fue María quien se lo vendió - y que era el mismo que solía caminar por la ciudad hace tiempo tal vez meses, con una muchacha y últimamente lo había visto caminar pero solo.
María abrió camino entre sus amigos, quería observar de cerca el rostro de aquel enamorado, pues el día de la compra la hizo soñar con que un día tendría un novio igual que él, a pesar de sus 12 años. Se arrodilló ante el cuerpo, y empezó a narrar a sus amigos, lo que había pasado aquel día de la compra. Decía María que él había llegado cansado, sudando pero sonriente. Le había preguntado por anillos, y se los enseño. Una vez que tuvo ante si la muestra habían bien unos setenta anillos, no paraba de mirar todos con cierta decepción, pareciera que ninguno le había agradado. Hasta que detuvo la mirada y pidió que le mostrara el de los elefantes, que para ella – María – era el más lindo de todos. Sin preguntar por el precio dos veces lo pagó, y ni siquiera pidió la pequeña caja donde se colocan los anillos, diciendo que no la necesitaría para entregar el mismo. Con una felicidad que desbordaba sus ojos, le dio las gracias a aquella vendedora, que era momentánea en la joyería del padre de Laura, mientras viniera la que si lo era y salió tarareando del lugar con el anillo en la mano. María suspiraba para si: "Como me hubiera gustado tener un novio como él ". Regresando de los recuerdos y por la posición en que se encontraba ella ante el cadáver pudo ver que en el bolsillo de la camisa de Pedro había algo, y lo comunicó a sus amigos...
- Miren, tiene algo dentro del bolsillo. - Y apuntaba al mismo. Lentamente fue aproximando su pequeña mano en dirección del cuerpo hasta lograr sacar lo que había en la camisa. Era una nota que María leyó en voz alta:
- "Yo también soy polvo enamorado, pero por Todo olvidado" "Ningún dolor, por más grande que sea, no se puede comparar al dolor del alma o del corazón".
No hubo comentarios de los cinco presentes, cada uno se quedó en una interpretación personal. María, una vez mas, llamó la atención de todos al colocar entorno al cadáver las candelas de colores que había traído.
¿Eso para que es? - Preguntó Sergio.
Cuando uno se muere le prenden candelas - Respondió María que mostraba gran afinidad por el finado, quizá por ser tan romántica y por saber quien fue aquel en vida y lo romántico que parecía.
- Si estas pensando en encenderlas aquí adentro, ni lo sueñes. - Lo dijo por el peligro no solo del fuego sino por otro mayor, el de ser descubiertos por su madre.
Pero Sergio - reclamaba María - ¿De que sirve si están apagadas?
- Yo no sé - respondió Sergio indiferente - solo sé que si las enciendes nos descubrirán aquí.
No exageres, estas no hacen más luz que esa allí – Y apuntó en dirección a la débil lamparilla.- Estas son velas de adorno que me robé de la casa. Vamos, déjame encenderlas. - Y dirigió su mirada a los compañeros como pidiendo apoyo, al final de cuentas lo consiguió. Laura, Juan y José presionaron a Sergio para que cediera en el asunto, recordándole al oído que cumplirle los caprichos a María sería muy bueno para conquistar su corazón.
- Está bien - asintió Sergio - ¡Pero cuidado con eso, no vaya a ser que nos descubran y yo me lleve la peor parte!
María respondió con una sonrisa que hizo el dueño del lugar se derritiera por completo y sintiera cosquillas en la panza mientras fue colocando las candelas de colores, altas y delgadas alrededor del cuerpo sin un orden especial, pero una alejada de la otra, ya que eran solo siete para bordear el cuerpo. Un grito llamando a Sergio hizo que los presentes apagaran la lamparilla y se escondieran en la sombra, todos en completo silencio. El solicitado salió como una bala del gallinero y cerrando el mismo desde afuera, murmurando afligido:
- Es hoy, es ahora...
- María, ¿tienes los fósforos? - Preguntó una voz asustada por la falta de luz y la presencia del difunto, bien podía pertenecer a uno de los gemelos...
Sí, aquí los tengo. - Respondió María.
Pues, aprovecha para encender las candelas que trajiste. - Murmuró la voz asustada.
La dueña de las candelas buscó en los bolsillos de su vestido hasta encontrarlos fósforos y abriendo la pequeña caja sacó uno y lo prendió creando sombras que ayudadas con la imaginación de cada uno de los presentes, adquirían formas, contornos, ojos y hasta dientes, haciendo que la aventura en el gallinero se estuviera transformando en una pesadilla. La única que parecía ajena a todo esto era la misma María, que indiferente a las sombras que pudiera causar su fósforo encendido, fue repartiendo el fuego de candela en candela, pero apenas una parecía querer encenderse. Agotados los fósforos y los esfuerzos de María por tener todas ardiendo de la misma forma, y no solo a una; resolvió sentarse acurrucada cruzando los brazos ante la impotencia que sentía de no poder ver todas iluminando como quería. Fue cuando para sorpresa y pavor de los presentes, la llama de la única candela que María había podido encender saltó en dirección de la candela vecina, estableciéndose allí durante un momento y luego saltando hacia otra candela, y así por todas. Aquella llama de singular particularidad dio una vuelta completa por el cuerpo, saltando de candela en candela, hasta regresar a su punto de partida; en ese momento las candelas empezaron a arder de forma gradual y todas a la vez, encendiéndose de la nada desde una minúscula e insignificante llama, hasta adquirir cada una unos cinco centímetros de altura. Juan y José, trataban en vano de abrir la puerta mientras Laura, completamente muda, no podía creer lo que presenciaba. María por su parte sonreía sintiéndose encantada por lo que veía. Las sombras que producían las llamas empezaron a abandonar sus características habituales para adoptar nuevas. María que sentada en el suelo, veía como su sombra estampada en la pared no solo adquiría forma de mariposa sino que también se movía como una, retando toda base lógica de cómo se produce una sombra. Ella, con gestos y susurros llamó la atención de los que estaban tratando de huir para que vieran lo que estaba sucediendo. Juan, José y Laura perplejos miraban lo que le sucedía a la sombra de María y comenzaron a darse cuenta que ella no era la única "víctima" de lo que sucedía en aquella inolvidable noche dentro del gallinero. La sombra de Laura reflejaba una flor que se meneaba como lo hace una flor normal al sentir el viento. La de los gemelos era la que más gracia y estupor producía. Al estar uno al lado del otro, sus respectivas sombras parecían las de niños no mayores de un año, y que sentadas actuaban entre sí, jugando. Los gemelos asombrados, no movían un músculo, sus sombras habían rejuvenecido y jugaban alegremente. Las llamas empezaron a cambiar de color adoptando un anaranjado intenso, y comenzaron a moverse sin que existiera motivo para ello. Formas femeninas semejantes a ninfas hechas de fuego jugaban y bailaban en las puntas de las candelas que se derretían como lo hacen normalmente ante los ojos de los pequeños. Muy alegremente, con sus cuerpos hechos de llamas bailando, moviendo sus brazos saltaban estirando sus pequeñas y flamantes piernas, de candela en candela, cada una a su estilo y en su forma, parecía que todas seguían un mismo ritmo, una misma canción. Laura al presenciar el espectáculo no se pudo contener y se desmayó, mientras los gemelos veían su amiga caer rompieron el seguro de la puerta, y sin dejar rastro se perdieron en la distancia corriendo uno más rápido que el otro. María, parecía acostumbrada con lo que estaba sucediendo, se acercó sin levantar a su amiga y le acomodó la cabeza en sus piernas sin demostrar aflicción o miedo, mirando el cuerpo de Pedro, sonrió y dijo:
Aún después de muerto la sigues amando. -Se arriesgó a afirmar María con mucho coraje.
Eso hizo que las ninfas que bailaban cambiaran de sentido, ahora a nuevo ritmo, bailaban cada vez más rápido y más alegres, como quién dice: "¡que sí, que sí es verdad lo que dices!". Contagiadas las sombras, se meneaban al ritmo de aquella música que no llegaba a oídos de nadie.
- ¿Que vas a hacer ahora, como vas a hacer para volverla a ver? - Preguntó María al cuerpo de Pedro. María, a pesar de su corta edad sabía de las reglas básicas del amor y sus desvaríos: "la eterna necesidad que tienen todos de ver, aunque sea por ultima vez, a su ser amado". Ahora las llamas con formas de ninfas pararon de bailar y adoptaran su forma conocida, las sombras regresaran a su estado normal. Y cuando todo parecía haber recuperado la normalidad, los párpados de Pedro se empezaron a abrir poco a poco. Esto sí logró asustar a María, que despertaba a su amiga a sacudidas, pudo ver como sus ojos siguieron abriéndose dando paso a una luz intensa, capaz de causar envidia al mismo sol. María con su amiga Laura - aún sin haberse recuperado por completo – empezaron abandonar el recinto a medida que Pedro lentamente abría los ojos y más luz liberaba. Ya en la salida, se toparon con un Sergio que era solo lágrimas, que murmuraba: "¡Está muerto!". Laura, al saberse afuera, corrió en dirección de la distancia como los gemelos. María al ver a Sergio quiso quedarse, pero por vez primera en aquella noche sentía miedo y no pensaba quedarse por más que este llorara y le pidiera que le contara lo que estaba pasando dentro de aquel lugar de donde venía tanta luz. María fue sostenida del brazo por Sergio que no la dejaba alejarse. Momentos después personas que paseaban fueron parando frente a la casa de Elena curiosos por saber de donde provenía aquella luminosidad, que ahora ya pasaba de un simples haz de luz. Salía de los ojos de Pedro y hacía del gallinero una enorme lampara de incalculable potencia. A medida que el tiempo pasaba la luz incrementaba su capacidad y su alcance, el pobre recinto donde había sido puesto el cuerpo de Pedro ya no se podía distinguir, la luz escapaba en todas direcciones haciendo que los curiosos aumentaran y se protegieran los ojos con las manos. Otros más precavidos dieran algunos pasos para tras. La muchedumbre se hacía mayor y más densa a medida que el tiempo pasaba, y en segundos aquella luz adquiría proporciones incalculables. Algunos, desde los edificios circunvecinos asomaban sus cabezas por las ventanas preguntándose que pasaba, de donde salía tanta luz. Era una luz blanca, muy intensa, que hería los ojos de aquellos que miraban de forma directa, lo que un día fue el gallinero ahora era el centro de aquel fenómeno. Una vez más y no se sabe como, aquella mujer, Elena, abandonó su reposo para ver que estaba pasando en su terreno. En sus brazos sostenía aún el cuerpo sin vida del niño que había parido horas antes esa misma noche, con dolor inmensurable en el corazón, con mucho esfuerzo se encaminó a paso lento pero decidido rumbo al gallinero llevando siempre los ojos cerrados. ¿Que había hecho ahora Sergio y que era todo aquello que estaba ocurriendo en el patio de su casa? Desafió la luz que impedía a los demás acercase y se aproximó a la fuente de todo aquello, pudo sentir al abrir la puerta que la luz estaba aumentando la temperatura de todo lo que estaba a su alrededor. No faltaría mucho para que aquel depósito hecho de madera ardiera. Una vez adentro todavía con los ojos cerrados, sentía el calor que allí había. Y a tantas, con el cadáver del hijo en brazos, pudo sentir el cuerpo de Pedro. Duro, duro y frío como una piedra, diría después. Dirigiéndose al mismo le dijo solemne:
- Tu como yo, sabemos muy bien que es perder un amor y peor aún: perderlo sin que la culpa sea nuestra la sensación de vacío y de impotencia que se siente. Aunque digan que es diferente el amor hacia un hijo como el amor hacia alguien que verdaderamente se ame. En el fondo es lo mismo. Ahora imagínate como se siente una madre al parir a su hijo y la partera te diga que el niño nació muerto, ¿no es también injusto?.
Enseguida la intensidad de la luz y el calor aumentó desmesuradamente haciendo que Elena diera un salto cayendo al suelo dejando escapar el cuerpo del bebé. Desde afuera se oyeron gritos cuando vieron que la intensidad de la luz sufrió un aumento repentino y el calor que escapaba de aquel iluminado lugar era más intenso. Rogaban a la madre, a Elena, que saliera del lugar antes de que agarrara fuego. Se levantó lo más rápido que pudo y estaba por abandonar el recinto cuando sintió que algo la recorrió de pies a cabeza al oír lo que parecía el llanto de un niño. Por los gritos de afuera no podía confirmar lo escuchado y se llenó de esperanza, pero una vez más el llanto se hizo presente. En aquel inolvidable gallinero, desde el suelo junto al cuerpo de Pedro se podía ahora oír con más claridad el llanto de un niño. Elena se agachó para recoger al pequeño teniendo en cuenta en mantener los ojos cerrados y tanteando y siguiendo el llanto lo encontró. Lo llevó en brazos y en voz alta agradeció a aquel personaje que vino a cambiar la vida de mucha gente especialmente la de ella. Con energías renovadas por lo ocurrido, salió aprisa del lugar, yendo a reunirse con los suyos y quienes al ver al pequeño vivo, no ocultaron su sorpresa unos lloraban otros reían. Ahora su preocupación de nueva madre era saber si el pequeño no se hizo ciego ante tanta luz.
El gallinero luego que fuera abandonado por Elena, se tornó en llamas, ahora era luz, calor y humo. La muchedumbre, para entonces era enorme, parecía que todo el pueblo estuviera allí presente. La noche oscura estaba sin luna, aumentando lo llamativo del episodio que iluminaba inclusive las nubes que por allí pasaban. Pero, fue de pronto que la luminosidad bajó, y dejó ver los restos del gallinero –cenizas- y el cuerpo de Pedro que brillaba pero ahora como brilla un cristal o un diamante, de un color azul profundo, y de un brillo fuerte pero no hiriente como antes; el cuerpo tendido justo como lo habían dejado. El silencio se apoderó de todos, ni un ruido se hacía sentir a no ser uno: el que venía justamente del "cuerpo de cristal". Alguien al oír el particular ruido, gritó:
¡Parece que se está rajando!
Se fueron acercando los más valientes y vieron como el cuerpo de Pedro se rajaba y empezaba a despedazarse, en trozos tan pequeños de números infinitos. Pero aún conservaban su brillo y belleza, como si cada pedazo tuviera vida propia.
Doña Luna, ya vestida para dormir fue incomodada por el viento, quien le dijo que "sucesos muy raros estaban ocurriendo sin la participación de la naturaleza". Entonces se levantó de prisa la luna para ir a ver lo que pasaba.
Abajo, algunos sorprendidos vieron como una luna aparecía de la nada, rompiendo lo establecido por cualquier calendario lunar. Y decían a modo de gracia:
- ¡Hasta la luna vino a ver que pasa en el pueblo! - Arrancando risas entre algunos presentes.
Desde su posición la luna podía ver con claridad lo que pasaba en aquel instante en el pueblo, donde un día ella pensó que era el lugar que vio nacer el más bello amor de todos los tiempos. Sorpresa quedó al ver el pueblo siendo barrido por un nuevo ventarrón proveniente de todas partes y que para todas partes fue; llevándose consigo millones de pedazos de lo que un día fue Pedro, y unos cientos esparciéndolos por el pueblo. La luna sin entender lo que había pasado, pidió explicaciones al viento; quien respondió no era obra de él: - "Por lo visto, nosotros –decía el viento refiriéndose a toda la naturaleza – no tenemos nada que ver con lo que está sucediendo". Dejando a la luna muy afligida.
Los pedazos esparcidos por el pueblo sirvieron de juego para los niños que estaban despiertos o se despertaron en aquella singular noche. Tomaron los trozos minúsculos pero muy brillantes y aún calientes, para divertirse con ellos. Los pequeños pusieron su imaginación a funcionar e hicieron grandes dibujos en calles, campos y canchas; cualquier lugar parecía bueno. Eran dibujos de todo tipo, en donde colocaron las pequeñas piezas brillantes en lugares importantes de sus obras. Sus creaciones causaron sensación, por estas mismas piezas brillantes y su particular posición respecto a otras, que por eso se podía identificar un dibujo del otro.
Fue así como Sergio, jugando con las piezas brillantes en una mano y en la otra un pedazo de yeso, recordó a Laura y a María, su amada. Dibujó un toro, los cuernos no serían menores de los que ostentaba en la cabeza el padre de Laura, el dueño de la joyería donde María a pesar de su corta edad, acostumbraba a trabajar cuando la esposa del dueño iba a "hacer ventas a domicilio". Y como todos los que con sus pedazos brillantes jugaban aquella noche, escogió puntos estratégicos para colocar las mismas y así adornar su "manifiesto". Por allí aparecieron unos gemelos dibujados en la calle, también con sus pedazos brillantes puestos al albedrío de la autora, estaba acompañado de un mensaje: "No se bien quien es quien, pero igual los quiero mucho. Una admiradora secreta." Las oportunidades se estaban dando, no solo para criticar pero también para manifestar cariño, miedo, o cualquier otra cosa que el infante autor deseara. Laura, siempre introvertida y miedosa, resolvió dibujar frente a su casa un gran perro, se había esmerado mucho invirtiendo buenos minutos en la creación de este. Para su sorpresa, Sergio caminaba ya por el barrio observando las diferentes reacciones de los pobladores y los eventuales dibujos que encontraba a su paso, acariciándose la barbilla y con aires de crítico de arte, preguntó:
- ¿Qué es eso?
¡Un perro! – Respondió Laura feliz.
- Parece más un león, creo que pusiste mucho enojo en tu dibujo. ¿Ya colocaste las piedras que brillan? - Preguntó como si nada lo impresionara.
Ahora...pero es un perro ¡oíste! - Respondió con enojo.
María dibujó una balanza y colocó las piedras que brillaban. Decía que en ella – la balanza- pesaría el amor y la lógica. Para ella era fundamental el equilibrio de esos dos elementos. Otros, desde las azoteas de los edificios donde vivían, ataban largas cuerdas a los pedazos brillantes y las hacían girar sobre sus cabezas para después soltarlas y verlas como viajaban brillando por el cielo nocturno. Dos borrachos que salían de un bar vieron aquello y comentaron:
¿Cómo será que hacen eso? ¡esos diablos! – refiriéndose a los niños.
No sé – respondió el otro apoyando su brazo en el hombro del compañero.
Pero es bonito ¿ No te parece bonito? – preguntó el primero.
Sí, pero me deja mareado – vacilaba de pié el segundo.
Parece un cometa, mira la cuerda con que lo sujetan - y apuntaba con su dedo tembloroso en dirección de un grupo niños reunidos en la terraza de un edificio cercano a ellos.
- Sí, cuando era pequeño también yo volaba cometas. – dijo enternecido por sus recuerdos de infancia el segundo sin lograr firmeza en los pies. En eso una de las piedras lanzadas desde la terraza les cayó muy cerca, haciendo que uno de ellos se tambaleara y cayera permitiéndole observar de cerca la "cometa". Se levantó con la piedra en la mano y la enseño a su amigo, juntos vieron como estaba sutilmente amarrada con una cuerda delgada.
¡Mira como brilla! – dijo espantado el segundo y recuperándose de la caída.
¡Es hermosa, llevémosla a casa! – propuso el primero.
Buena idea, amigo mío – afirmó el segundo y la colocó en uno de los bolsillos del saco viejo y desgastado que llevaba puesto. Habiendo dado pocos pasos, el nuevo "dueño" de aquella "cometa" sintió un tirón justo donde había puesto la adquisición, sobresaltado se agarró de la bolsa donde estaba la piedra y empezó a gritar pidiendo ayuda a su compañero.
- ¡ Ayúdame, estos demonios me la quieren robar! – gritaba y escandalizaba. Ayudado por su amigo, dieron inicio a una fuerte batalla, entre ellos y el grupo de niños de la azotea del edificio, quienes reclamaban su piedra dando tirones a la cuerda. Mientras los de abajo gritaban casi al unísono: "¡El cometa es nuestro!". Los de la azotea se decían: "¡Halen, todos juntos, halen!", aunando fuerzas para rescatar lo que era de su pertenencia. Abajo se oía: "¡El cometa...El cometa es nuestro!" y algunos adjetivos de grueso calibre que hacían alusiones a la madre, principalmente a las de los pequeños. También los dos borrachos hacían su parte para mantener lo que creían ahora suyo, sujetando la piedra desde la bolsa del saco, y gritaban – siendo casi arrastrados uno encaramado en el otro - pero necios en no dejar ir la novedad gritaban: "¡El cometa....!" y arriba le contestaban también a gritos: "¡ Halen!".
En las calles sucesivamente, cada niño o niña fue dibujando, creando, jugando con su imaginación y con sus pequeños trozos brillantes. No ocurrió solo allí en el pueblo, en todos los lugares a donde llegaron los "pedazos de Pedro" fue motivo de inspiración y creación.
La luna veía aquel festival de puntos brillantes desde su enorme distancia, podía incluso distinguir muchas de las figuras formadas. Resolvió ir a donde Estela, pues para ella – la luna – Estela era la causante de forma indirecta de todo aquello. La vio pasear triste y sola por las calles y parques de su ciudad, le pidió al viento que le dijera algo nuevo al respecto a lo que había pasado en el tiempo que estuvo ausente. Entonces este le contó que el antiguo novio de Estela, Teiscario tenía ya otra novia –víctima- y por mas que ella tratara no podía encontrar a alguien que la hicieran tan feliz y la amara tanto como lo hizo Pedro. Estela se sentó bajo un árbol y empezó a llorar. Empezaba a sentir la necesidad de ser amada nuevamente; pero amada de verdad, con sinceridad y con una cierta dosis de locura. Sentada donde estaba, podía sentir las raíces que se metían por la tierra en busca de alimento; su corazón también necesitaba alimentarse para poder estar, no solo en paz pero ante todo, vivo. Se recordaba de los momentos pasado con Pedro, de los besos de colibrí –como a él le gustaba decir- de las promesas que él le hizo y cumplió "eso era más que mi alimento", concluía arrepentida. Era alimento para el alma y mejor que todo, aquello era una realidad, no había salido de sus sueños, por más que la relación a veces dijera que sí. Sentía que le habían dado mucho amor, mas de lo que ella pudiera manejar y digerir; por eso, pensaba ella, fue mejor acabar con ello ya que no sabía como responder a tantas sensaciones. Se había equivocado, aunque ese amor sí pudo espantar u ofuscar, sí lo pudo haber hecho; pero era por la luz que irradiaba, por las dimensiones que tenía. Se había equivocado al preferir y cambiar algo que en cierta forma conocía por un capricho que ya desconfiaba que no iba a durar. Se preguntaba en voz baja, para que nadie supiera de su dolor y principalmente de su error: "¿Cuándo de nuevo encontraré a alguien que me ame como me amo él?", luego cubría el rostro con las manos, como queriendo sostener el llanto. Después de algunos minutos de estar ensimismada se levantó y siguió rumbo a su casa a paso pesado y lento.
La Luna le volvió a preguntar al viento si sabía algo más, pero este se limitó a responder que no. Únicamente vio que por donde Estela pasaba era seguida por un señor de aspecto raro y de avanzada edad, - pero al viento no le parecía preocupante, por eso no le había contado a la luna - era alguien que cargaba un reloj de arena y la fue siguiendo hasta su casa. Mientras esta dormía le pegó con el reloj en la frente, dejándole una pequeña cicatriz y sin romper el reloj. "Luego de eso desapareció, nunca mas lo vi ", contó el viento.
Envuelta, la luna, en sus pensamientos desconfiaba de la llegada de aquel señor del reloj de arena. Pocas veces venía a hacer visitas fuera de época, pero cuando las hacía era por mandato Superior. La luna le pidió nuevamente al viento información de lo que pasaba, y como siempre, este no se opuso. Le contó que Estela lloraba y pensaba en regresar para buscar a Pedro, porque lo extrañaba y lo quería ver, aunque ese fuera su ultimo deseo. Estaba realmente sentida con lo que hizo y con lo que perdió; le hubiera pedido perdón antes, pero su orgullo no se lo permitió. El viento y la luna empezaban a creer, firmemente, que Estela estaba realmente arrepentida, pero lo que no sabía ella era que su Pedro ya no existía.
Estela al llegar a su casa se encerró en su cuarto. Luego de un prolongado y suave llanto, secó sus lágrimas, se llenó de coraje y decidió regresar por aquel que había abandonado. Daría inicio a la mayor lucha de su vida, no le importaría cuantos obstáculos habrían que sobrepasar ni distancia que atravesar; lucharía por él. Se llenaba de coraje y humildad para pedirle perdón, ya era el momento, esa misma noche comenzó los preparativos para su regreso, para una batalla, sin saber que lo había perdido para siempre.
En el lugar donde todo empezó, otro espectáculo daba inicio. Los pedazos brillantes usados en los dibujos, por razón desconocida, empezaron a levantarse del suelo, calle, campo...o donde fuera que estuvieran esparcidos o cuidadosamente colocados. Causando impacto una vez más en aquellos que ciertamente nunca olvidarían aquel día, y mucho menos los sucesos. A medida que los trozos brillantes alcanzaban altura, también aumentaban su luminosidad, asustando a unos y deleitando a otros. La luna fue llamada de emergencia para regresar y ver lo que pasaba. Quedó atónita, eran puntos brillantes que unidos por un lápiz o por la imaginación, fácilmente adquirirían las formas dadas por los que las usaron. Lo peor de todo, era que esos millones de puntos venían en su dirección, lentamente, y cada vez más luminosos.
Las reacciones fueron diversas. Cuentan que justamente esa noche un par de ladrones muy religiosos por cierto, decidieron aprovechar aquellos acontecimientos que desviaban la atención de muchos, para entrar a robar en una casa. Uno de ellos intrigado por lo que venía desde afuera ( luces, gritos de niños, etc.) resolvió hacer una pausa en su "trabajo" y se asomó por la ventana, la sorpresa fue grande, tan grande que buscó a su compañero y le preguntó seriamente:
- ¿Crees en el fin del mundo?
El otro respondió irónico:
Esas son cosas para que la gente corra en dirección de la iglesia más próxima a pedir perdón por sus pecados y tonterías como esa... ¡Seguí trabajando!
¿Ya miraste afuera? - Preguntó sin cambiar el tono serio de su pregunta.
¡¿ Para qué?! – Respondió impaciente.
Para que veas de lo que te estoy hablando. – Dijo nuevamente en tono serio.
- ¿ Me vas a decir, TU a MI, que llegó el fin del mundo? ¿ A quién tratas de engañar ? - Ironizaba – ¡A MI! ... Inocencio Clemente Durán de la Piedad, ¿ qué el mundo se está acabando ? ¡Justamente ahora! ¿ interrumpiendo nuestro trabajo? ¿Será que no puedes dejar las bromas para después, y tomar una actitud más seria ante el compromiso que asumiste conmigo hace tanto tiempo? ¿ Cuándo vas a crecer y dejar tus supersticiones de lado, hijo mío? – Gesticulaba incansablemente y reprochaba de forma paternal a su compañero, y soltando la televisión que pretendía llevarse puso mayor atención a la actitud del ladrón.
Si este no es el inicio del fin del mundo... ¡no puedo imaginar otro! - Comentó observando desde la ventana.
Intrigado por los comentarios de su compañero, Inocencio fue a la ventana más próxima, con los dedos separó un par de persianas; y acto seguido salió gritando seguido de su pasmado colaborador. Después de mucho correr, ambos llegaron a la Iglesia más próxima. Con el tiempo uno de ellos se convirtió en cura –Inocencio- justamente de la iglesia que lo acogió esa noche; y el otro, sacristán. Inocencio, fue quien un año después vendría a ser quién me bautizaría, y años mas tarde levantaría una escuela en las periferias de la capital.
También hubieron otras historias - acotó Ignacio. En uno de tantos apartamentos, había una pareja de recién casados esa noche, justamente en su luna de miel. Mientras hacían el amor, los rayos de luz de los pedazos que tomaban altura invadieron su habitación a través de la persiana, y el haz de luz se dibujó en líneas horizontales que se movían a medida que el trozo de luz ascendía decorando el cuarto oscuro. La pareja impresionada por lo que estaba sucediendo, a pesar de lo los ocupaba, como todo el mundo salieron a ver lo que ocurría. Se dirigieron hacia la ventana enrollados en sábanas, y separaron discretamente una persiana de la otra, entonces vieron los trozos de luz que ascendían en dirección al cielo oscuro, que ahora lucía una pálida y solitaria luna, también ellos pensaron en el fin del mundo...
Cariño, dijo con voz dulce y fatigada, ¿será que es el fin de Todo? – Preguntó afligida.
No sé mi amor - respondió él - solo sé una cosa...- y mirándola le dijo - Si este es el ultimo día de nuestra vida disfrutémoslo como si fuera el último y el primero de nuestras vidas. Y regresaron al lecho dando continuidad a lo iniciado. Al día siguiente, encontraron a la misma pareja acostada, abrazada, y muerta, pero ambos sonriendo. Parece que la ansiedad y el terror de saber que aquella sería su última noche los hizo llegar al extremo del deleite y del desgaste físico, dando como resultado lo ya conocido.
Esa noche fue la última para algunos y la primera de una nueva vida para otros. Su calidad de excepcional, marcaría todo un pueblo, una generación; una cultura entera nacería de lo acontecido ese día – dijo Ignacio y continuó su narración.
Los pequeños puntos desde la posición de la luna seguían aproximándose, y preocupándola, después concluyó que no sería tan malo estar acompañada, después de tanto tiempo de soledad. Desde abajo, la gente veía como el cielo nocturno y antes feo, se decoraba con infinitos puntos brillantes que tomaban formas para algunos conocidas. Otros puntos surcaban el cielo de forma fugaz, lanzados desde los techos y dando otro aspecto a la nueva noche eran las estrellas fugaces. Ahora, la luna ya no estaría sola.
- O sea - preguntó Manuel - ¿fue así como nacieron las estrellas?- Ignacio respondió afirmativamente. - ¿Y de donde viene la palabra estrella? - volvió a preguntar. Ignacio le respondió que estrella era el choque entre los deseos que en un momento tuvo Pedro: el de su corazón en querer seguir amando y perdonar a Estela, olvidando lo que había pasado; y por otra parte; el de la lógica, diciendo que ella no merecía tan inmenso amor, pero fue así como surgió la palabra estrella: de estrellar sentimientos. – Y lo explicaba al pequeño chocando sus puños. – Son pensamientos, sensaciones que se transformaron en pedazos que subieron hasta al cielo, concluyó Ignacio.
- ¿Y esa estrella que aparece antes de que llegue la noche? - Preguntó Manuel apuntando en dirección de la misma, que a esa hora ya se encontraba allí...
- Bueno, te refieres a la primera que aparece en el cielo, ¿verdad? - Preguntó Ignacio.
Pues nunca me di cuenta. - Y miró a Teresa, esperando una respuesta.
Sí Ignacio, esa misma. - Complementó Tere.
- Ese fue el pedazo más grande que se desprendió. Todos la querían, pero al ver que nadie la lograba mover de donde se había quedado, desistieron y fueron a jugar con las que ya tenían. Esa estrella que tu ves, es ese pedazo que te digo, y en ella están los ojos, y el corazón de Pedro. Es la primerita en llegar al cielo, porque viene siempre corriendo en búsqueda de Estela para verla irse a dormir, y después pasar toda la noche contemplándola en su cama donde quiera que ella – Estela – esté, por eso es que las estrellas se miran desde cualquier lugar del mundo.
¿Y que pasó con Estela? - preguntó Tere.
Bueno, sobre ella no se sabe mucho. Parece que el señor del reloj de arena en la mano era el tiempo, y que la vino a castigar por ordenes Superiores. Haciendo que el tiempo para ella camine de forma mucho más lenta que para nosotros. Para que ella tenga tiempo, mucho tiempo, para encontrar a alguien que la ame tanto como la amó Pedro. Dicen otros, que anda por aquí, ya vieja, que adoptó a un niño para que le hiciera compañía y que se cambió de nombre para que nadie la reconociera. Que sigue esperando por Pedro para pedirle perdón y así tal vez reunirse con él; pero lo que ella no sabe, es que por seguirla amando Pedro desde donde esté, siempre la perdona. Todos los días, todas las noches, a cada segundo que pasa, siempre Pedro está con ella, viéndola envejecer de forma bella; por que como dirían muchos: "¡eso era amor para nunca acabar!."
Al día siguiente de aquella tarde en el malecón, después que Ignacio lograra reunirse con sus amigos, y donde Manuel había imaginado ir a pescar, y Teresa quedara suspirando, se llevó acabo el concierto donde cantaría Ignacio sus deliciosos boleros. Llegó mucha gente, era un evento sin igual y por muchos esperado. Se estaban celebrando las Bodas de Oro de María y Sergio, quienes ya contaban con hijos y nietos. Se habían hechos novios algunos años después del acontecido y nunca más se separaron. Laura se había casado con uno de los Gemelos – Juan – quienes que juntos también estaban presentes en la misma; el otro gemelo estaba en el exterior, estudiando medicina y especializándose en enfermedades de la tiroides. En un gran salón, de techo alto, alfombrado y con mesas decoradas para la fiesta, se reunieron con alegría un sin fin de personas de las más variadas edades. Todos allí reunidos para ser testigos de aquel acontecimiento en donde los votos de amor serian renovados por Sergio y María. Al fondo, la banda, una enorme banda diversos instrumentos. Frente a esta con un imponente micrófono en mano, sonrisa en los labios e impecablemente vestido se encontraba Ignacio. Manuel logró distinguir los hijos de Sergio y María, también a sus nietos, entre ellos sorpresivamente unos gemelos idénticos, nacidos de la unión de Pedro y Ana, esta última una joven que había llegado al pueblo desde muy lejos, y quien decidió quedarse. Manuel, también fue testigo de como Teresa bailaba feliz al compás musical de la banda donde participaba Ignacio, y veía a ésta en los brazos de quien después descubriría que tenía como apellido Teiscario III. Mucho antes que terminara la fiesta – ya que no parecía tener hora para su fin – y puesto que ya era tarde, Manuel se disponía a marcharse justo cuando fue presentado a uno de los grandes poetas de la ciudad. Este cultivaba un cariño enorme por la historia que Ignacio contaba sobre las estrellas. Era un poeta famoso, sus obras siempre eran dedicadas a la mítica Estela, de quien nadie sabía a ciencia cierta su paradero. Manuel, con su curiosidad de niño le pidió que le narrara uno de sus poemas que más le gustara y que por favor se lo escribiera en un papel.
Llegando a casa su abuela lo recibió a regaños, por que no era hora para estar en la calle, ya era muy tarde. Manuel le pidió que se calmara porque le traía una sorpresa hecha poesía, y la leyó. Haciendo que los ojos de color castaño y verde claro de la abuela se llenaran de lágrimas. Llantos y sollozos la invadieron en un sentimiento desbordante, como el de una enamorada al oír esos versos. Manuel traía consigo trozos de amor anotados en un pedazo de papel...
Es de ella
Estela (del lat. aestuaria, de aestuarium, agitación de mar) s. f. 1. Señal que deja en el agua una embarcación o cualquier otro cuerpo en movimiento. 2. Rastro que deja tras sí un cuerpo luminoso en el firmamento. 3. P. ext., cualquier otra huella que deja un cuerpo en movimiento. 4. Recuerdo, impresión, consecuencia que permanece de alguna cosa ocurrida. |
porque es ella
la bella estrella.
Es de ella
la estrella,
sin duda es de lla.
Es ella, Estela,
la estrella.
Estela-estrella,
es siempre bella.
Y siempre bella
es la estrella de Estela.
Estrella alguna es bella
como Estela.
Brilla, bella Estela.
Estela bella, brilla.
Porque Estela
es más que una bella
estrella.
Estela, estrella mía,
las estrellas son tuyas
y tu, tu eres la mía...