Cuando Dios Nuestro Señor expulsó a Eva y Adán por haber sucumbido a las tentaciones del demonio transformado en serpiente, el paraíso se quedó intacto. Tal y como lo dejaron. No es visible para ningún mortal, no aparece en ningún mapa, ni es posible llegar hasta él de ninguna manera conocida por el ser humano. Sin embargo, existe.
Ahí viven, inmortales, miles de especies animales y vegetales, felices, sin padecer el frío o el hambre, sin conocer la enfermedad, la muerte, la destrucción. Todos conviven por igual en perfecta armonía, este lugar es el oasis en el que Dios fija la mirada cuando se siente totalmente devastado por las infamias humanas que observa desde el cielo cada día.
En el edén vivían una golondrina y un halcón que se caracterizaban por dos aspectos: la amistad tan hermosa que habían concebido y su infinita curiosidad.
De tal manera, que se dedicaron a invocar a Dios con insistencia para preguntarle qué había del otro lado del paraíso. Al principio, al Creador le hacía gracia y contestaba con evasivas, pero llegó un momento en que lograron agotar su inquebrantable paciencia:
-¿Qué es exactamente lo que desean? -preguntó
-Solo queremos ver qué hay del otro lado del paraíso, para saber cómo es el mundo que fundaron y construyeron Adán y Eva al salir de aquí. Solo eso.
-Del otro lado no hay nada que pueda interesarles, no existe la belleza que disfrutan aquí. Además -insistió- si cruzan la línea el tiempo que permanezcan fuera del Edén serán mortales, indefensos, corren el riesgo de enfermar...créanme, no vale la pena.
-¿Cómo no va a valer la pena? -dijo el halcón- sabemos que les regalaste valles, lagos, cascadas, mares sin fin, lugares increíbles con todo lo necesario para que vivieran felices y plenos a pesar de ser mortales, pero que serían duraderos generación tras generación hasta que no quedara un solo hombre en la tierra.
-Si -apoyó la golondrina- tenemos curiosidad de saber qué han hecho con todo eso.
A pesar de no estar de acuerdo y como prometió libre albedrío con todas las criaturas, les permitió traspasar el paraíso, no obstante, les ofreció la oportunidad de volver señalándoles el camino de regreso.
El halcón y la golondrina levantaron el vuelo felices y salieron de su mundo maravilloso para entrar al otro, al mortal, al de los hombres que eran imagen y semejanza de su Padre Dios y que seguramente tendrían para sí un ámbito mejor que el paraíso mismo, y teniendo el don de la inteligencia, con mayor razón.
A medida que se alejaban, dejaban de respirar aire puro, los rayos del sol eran tan intensos que lastimaban su piel, empezaron a experimentar cosas que nunca antes habían padecido como el hambre y el cansancio.
-Mira, -dijo el halcón - Allá abajo hay un riachuelo, bajemos a descansar y a tomar agua.
La golondrina accedió con gusto y ambos descendieron dispuestos a saciar su sed. Pero... ¡qué decepción! el agua estaba verde, llena de basura, los pocos peces dentro de ella, estaban ahora flotando sin vida.
Se miraron horrorizados ¿qué había pasado en ese lugar? A pesar de la sed y la fatiga siguieron con su camino hasta llegar a la primera población.
-Pero ¿qué es esto? -preguntó el halcón- todo es gris, no hay colorido.
-No importa -le animó la golondrina –ahí están los descendientes de Adán y Eva, ellos nos alimentarán y protegerán.
Bajaron hasta la explanada central del pueblo, con la intención de llegar a la fuente de la que brotaba agua para refrescarse e hidratarse, pero, en cuanto pusieron las patas en la cantera de la misma, varios chiquillos llegaron corriendo para intentar apresarlos. Asustados levantaron el vuelo intentando huir, pero una lluvia de piedras les impidió avanzar con rapidez, una de las rocas logró pegarle en un ojo a la golondrina que perdió el equilibrio y hubiera caído sin remedio de no ser por su amigo, el halcón, quien logró planear con eficiencia y la interceptó haciendo que cayera encima de él. No paró hasta que alcanzó la cumbre de una montaña.
Dios, conmovido por lo que les estaba sucediendo les envió un poco de lluvia con la cual pudieron por fin, refrescarse y beber. Con el vital líquido se limpió la herida de la golondrina que lloraba desconsolada.
-¿Por qué me hicieron esto? -preguntaba -si yo solo quería convivir con ellos. ¿En qué los ofendí?
Su amigo escuchaba sin decir palabra, no había explicación para lo que había sucedido, estaba enojado y se sentía triste. Estuvieron dos días en aquella cumbre. El halcón sobrevolaba con mucho cuidado la zona para encontrar alimento para él y su compañera. La pobrecita golondrina perdió el ojo finalmente y tuvo que continuar su viaje así.