Cuando te levantaste a la cocina, tuve miedo de que me vieras, y me escondí tras la puerta. Desde allí sólo podía ver tus blancos pies adaptarse perfectamente a la suavidad de la moqueta, que bajo la tenue luz de la lamparilla, parecía de un tono más oscuro al que realmente tiene.
Caminabas despacio pero con decisión; seguí tus pies con la mirada por el parquet del pasillo y luego asomé la cabeza por otra rendija para verte de cuerpo entero, Sí, yo también pensaba que un vaso de agua fría te sentaría muy bien y calmaría un poco tu inquietud, causada, ahora lo se, únicamente por los extravagantes sonidos que se daban cita en la garganta de ella, legando a su boca y aferrándose a tus oídos.
Cuando apagaste por fin la luz de la cocina, volví a esconderme, pensando que lógicamente te encaminabas de nuevo al dormitorio, no se me ocurrió atrapar la fugaz idea de un filo cortante en tus manos, ni siquiera cuando te vi arrojar, nervioso, el vaso de agua contra la pared, quedando este hecho añicos esparcidos por el suelo.
Después, al mirarte, contemplé con más sorpresa que miedo, como se adherían pegajosamente a tu piel, las primeras ideas de un crimen improvisado y concebido a primeras luces como perfecto. ¿Qué tremenda obsesión explotó en tu cabeza, en ese momento? Creo que tú también sentiste como te convertías en un inexperto criminal, por que vi mudarse la expresión de desagrado de tu rostro, en un gesto de malicia infantil primero, convirtiéndose a cada segundo en más grave y descompuesto. Entonces lo supe.
Me apresuré a los pies de la cama y dudé si despertarla a ella o detenerte, pero esta última hubiera sido la posibilidad más beneficiosa para ti, y yo no quería eso, había empezado a odiarte tan mortalmente, que prefería que ella despertase y te mirara de frente, provocándote un sentimiento de ridículo irreversible y la obligación de explicarle que pensabas hacer, empuñando salvajemente y con la más creciente euforia, el cuchillo de cortar la carne. Sí, era excitante esta segunda solución.