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Yo misma me mantuve expectante ante la idea de que te sintieras estúpido frente a su mirada interrogadora. Así que empecé a tirar suavemente de su pie izquierdo, pero no despertó; cesaron sus ronquidos y se movió ligeramente hacia la derecha, como buscándote a ti a su lado. Seguí tirando, pero ya no me dio tiempo a observar su reacción por que tú te acercabas convertido en quien ahora eres, con las manos en alto y los dedos agarrotados frenéticamente en torno a la
empuñadura de madera.

Me aparté de la cama, sin poder hacer nada por detenerte. Ella se despertó al sentir tu presencia sobre sí, pero ni siquiera te io claramente, aturdida aún por el sueño; su grito desesperado, cuando segundos después comprendió a penas lo que iba a ocurrirle, quedó suspendido en el tiempo, cortado por el frío acero. Uno, dos, tres cortes verticales, explosiones de roja y espesa sangre, miles de gotas que cubren cada centímetro de tu cara y tus manos, cada milímetro de su tersa piel. Ella no te mira a ti, sus ojos están clavados en el manantial de su pecho, instintivamente estira sus brazos para empujarte, pero sus argas uñas ni siquiera llegan a rozarte.

Es inútil, ya no le quedan fuerzas, ahora lleva sus dedos a las heridas que adivina profundas, tratando de contener la sangre que brota sin cesar. Ahora es casi nada, está en la frontera entre lo presente y lo ausente; ya está bien, no puedo seguir iéndola así, entre dos estados de vida, y entonces comprendo que nada puedo hacer salvo llevármela de allí, dejándote con su cuerpo, ya vacío de ella y de su alma; vámonos, este cuerpo ya no es habitable para ti, ven, no tengas miedo, sígueme a mi, camina hacia la luz, yo te explicaré lo que ha ocurrido, y luego decidiremos cual será nuestra venganza, será muy divertido; vamos, dame tu mano, yo te guiaré.  

Tú llorabas mientras una y otra vez hoyabas en su cuerpo, como un ser poseído que busca un demonio dentro de otro cuerpo. Pero no eran lágrimas de pena ni de dolor, sino de gozo, el placer asomaba a tus ojos, estabas curado de tu miedo a la sangre, y de tu insomnio; ¡¡bravo amigo!!, te felicitabas a ti mismo, presa aún de tu ataque de locura.

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