-Su ASESINO, ella, mi tesoro, se ha quitado la vida por este, para mi Patricia él era su vida, sólo hablaba de Miguel. Continuamente escribía su nombre en cualquier papel y al lado dibujaba un corazón. ¡Que se vaya! O lo mato.
Consuelo observaba la escena petrificada sin moverse del sillón. Miguel se levantó con la ayuda de Pedro, éste lo llevó a su casa en coche, el trayecto fue corto y Miguel tenía hundida la cara en sus manos sudorosas.
-Hijo, no hagas caso de mi cuñado, le ciega la ira.
Miguel miró a su interlocutor con la cara deformada por los golpes.
-¿Te llevo al hospital?.
-No, me lo merezco, yo tengo la culpa.
-Mira, aunque sea mi sobrina, la culpa no la tiene nadie, en todo caso la inmadurez.
-¿Cómo ha muerto?.
-Todavía no sabemos que contenía la jeringuilla que colgaba de su brazo.
-¿Una jeringuilla? Nunca tomó drogas, no me lo explico.
-Yo tampoco, ha tenido que venir un juez para levantar el cadáver, metieron la jeringuilla y el papel que dejó en bolsas individuales y selladas, supongo que ahora le estarán practicando la autopsia, ojala no tarden en darnos una respuesta, después va a ir un psiquiatra para hablar con mi hermana y mi cuñado.
-No me habías dicho nada de la nota, ¿La has leído?.
-Era un papel pequeño, creo que la esquina de un folio, había una única palabra, adiós, sólo eso, adiós.
-No puedo creer que se haya suicidado, pero si sé que Fran tiene razón, ha sido culpa mía, yo le pedí tiempo, le dije que no estaba seguro de quererla todavía y sabía que ella a mi me adoraba y esta adoración fue lo que me impulsó a tomar esa decisión.
-¿Te agobiaba?.
-Sí y me duele decirlo- volvió a llorar y su cuerpo se estremeció por el escozor que le provocaban las lágrimas saladas sobre las heridas.
-Tranquilo chico, sé que mi sobrina era un tanto absorbente.
-¿Sabes? Ahora me doy cuenta de que la sigo queriendo y daría mi propia vida para que ella estuviera aquí.