-Ayer estuve hablando con él, no fui capaz de convencerle de que no tiene la culpa.
-¿Me lo dices a mi? Llevo un rato intentando explicarle lo mismo y mis palabras no han hecho efecto, ¿Tú como estas?.
-Mejor que mi hermana y mi cuñado, ellos están destrozados.
-Lo imagino, tiene que ser terrible perder a un hijo y más aun de esa manera.
-Añade que fue mi hermana quien la encontró, no sé si podrá recuperarse de este golpe; cuando salieron a comprar se despidieron de ella, la encontraron rara pero no le dieron importancia, a la vuelta del supermercado no contestó al saludo habitual de Consuelo y se dirigió a se habitación- cortó la explicación, los nervios acumulados le dificultaban avanzar.
-¿Quieres una tila? En un momento te la preparo.
-Sí, gracias ¿Dónde esta Miguel?.
-En su habitación con la hermana, no queremos dejarlo solo.
-Siento mucho lo que pasó anoche.
-No te preocupes, en cierto modo puedo comprender a Francisco, su dolor le lleva a no pensar demasiado y a buscar un culpable, el tiempo le hará reflexionar sobre lo que hizo y se dará cuenta que Miguel no tiene la culpa.
-Gracias por no enfadarte.
-Aquí tienes la tila, espero que te calmes, y claro que no me enfado, no te niego que me duele ver a mi hijo con golpes, pero puedo intentar entender a Francisco.
-Como te decía, Consuelo abrió la puerta de la habitación y halló a su hija pálida con los ojos abiertos sin el brillo que les da la vida, tumbada en la cama, del brazo le colgaba una jeringuilla de las que usa Francisco para inyectarse la insulina, no gritó, se derrumbó en la puerta y mi cuñado asistió a lo que mi hermana acababa de ver.
-Que horror, ¿Ya se sabe lo que contenía?.