De la serie cuentos de una hoja para adolescentes
Al llegar a un paraje solitario de la bahía San Blas denominado Los Andriles, nombre este conocido por muy pocos lugareños y dirigiéndose hacia el nordeste rumbo al mar. Existe un escondido sendero que algunos niegan conocer. Este camino esta bordeado por altos matorrales que cubren toda la zona, y a veces se pierde interrumpido por tenaces espinillos que crecen descontrolados y cómodos en la senda, por ser esta poco transitada. Solo rocas de gran tamaño y los fuertes vientos impiden que la vegetación sea mas cerrada.
Por ese camino misterioso se puede llegar al cementerio de los caracoles.
Sin embargo, no cualquiera se atreve a realizar la travesía; algunos con espíritu aventurero lo intentaron pero abandonaron antes de la mitad del viaje; otros se perdieron y con grandes esfuerzos pudieron regresar luego de penosas horas de incertidumbre jurando que jamas volverían.
Es que por ese camino suelen encontrarse algunas variedades de serpientes que si bien no son venenosas, aparecen sorpresivamente y atemorizan , hubo también quien aseguró haber visto peligrosos animales salvajes, pero esto no es cierto. El lugar también es habitado por aves de gran tamaño que sobrevuelan para vigilar la llegada de extraños y cuando se posan en las ramas, sus ojos escrutan con penetrante mirada a todo ser viviente que pase por allí.
El fin del sendero llega a la parte superior de una profunda barranca con hermosa vista al mar, que ya deja oír sus rumores por la cercanía. Allí se debe descender hasta la angosta playa, siendo el único lugar por el cual se puede continuar la aventura, una vez llegado a la playa hay que transitar por la arena debiendo soportar los golpes del agua que sube hasta los tobillos, golpea el paredón de la barranca y se retira, repitiéndose constantemente haciendo a veces trastabillar los que se aventuran.
Luego de andar media hora comienzan a verse en las paredes de la barranca , una innumerable cantidad de pequeñas cuevas que dan refugio a grandes cangrejales.
Por fin, se llega a un lugar donde la playa se hace particularmente ancha y solitaria.