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El último rayo de sol se ha extinguido de golpe, como si hubiese sido ocultado de pronto por una mano densa y oscura. La noche, que como siempre, con su paso etéreo y sombrío ha venido acercándose a su eterna cita, parece retraerse en forma imperceptible. La figura sentada sobre un saliente rocoso de la escarpada montaña, es solo un esbozo, difuminado a contraluz del horizonte en penumbra. Al pie de la montaña, el mar golpea con denodada furia como lo ha venido haciendo desde el principio de los tiempos. Por el Oriente, la luna va emergiendo con su ritmo acompasado, como un refulgente disco de plata con tonalidades de oro en toda su plenitud. Su luz se desparrama por los ámbitos, concretando los objetos en toda su dimensión. La figura sentada, que hasta hace unos momentos apenas se delineaba, se ha materializado por completo, gracias a la luz plenilunar que despoja a la noche de todos sus matices. Al hacerlo, la figura se nos muestra en toda su inequívoca personalidad. ¡Es la muerte! La callada, la respuesta a todas las interrogantes, la sabia, la eterna compañera, solo que a diferencia de otras ocasiones que hemos tenido el placer de contemplarla en toda su genial grandeza, un no se qué de extraño se desprende de su imagen. Su inmutable belleza, su enigmático rostro, no ha mudado ni un ápice, por el contrario, todos estos atributos al parecer, se han acentuado con el tiempo. Sin embargo, su vanidoso imperio, su fría arrogancia natural, como por ensalmo han desaparecido, como si un velo de tristeza nublara sus facciones. Su larga cabellera se desliza en forma sinuosa por sus hombros desnudos, semejando un río de oro sobre un lecho de nácar. Su mentón enérgico, ha dado paso a un gesto de lasitud, de abandono de aparente sumisión. De sus grandes ojos, han escapado dos lágrimas, que cual gotas de rocío, quedan prendidas de sus largas pestañas. Un profundo suspiro brota de su pecho y se confunde entre el fragor de la resaca que golpea la montaña. Su mano izquierda, en un movimiento mecánico, acaricia en forma nerviosa el Cronopax, su instrumento inseparable, el cual lanza destellos acerados en forma intermitente por los efectos de la luz lunar.

 

El Cronopax es un artefacto en forma de letra Delta, hecho de un material desconocido, del cual penden miles de hilos de diferentes colores y tamaños, este se confunde entre los pliegues de la túnica en el regazo de la muerte. Su mano lo mueve en forma rítmica, mientras su mano derecha se entretiene en cortar con agilidad los hilos de varias existencias terrenas, que cuelgan del Cronopax. Junto a la muerte, a escasos dos metros de distancia, una roca de aproximadamente un metro de largo, de forma rectangular, sirve de asiento a otro personaje, éste es nuestro viejo conocido ¡ el destino!. Su rostro imperturbable, sem.-velado por una especie de velo sutil, no alcanza a definirse por completo, sin embargo, sus ojos poblados de milenios, brillan con tonos grises, como taladrando eternidades. Sus brazos descansan sobre sus rodillas, mientras enlaza los dedos de sus manos frente a él. Su rostro ha estado dirigido hacia su compañera. Su gesto se muestra hosco. En ése momento, vuelve la cara y clava la mirada en el abismo, donde las olas vomitan sus excesos y torrentes de espuma arañan las alturas. Su voz matizada de graves tonalidades, se deja escuchar, triste y lejana, como si se dirigiera a las distancias.

-Querida Lattia-, me preguntas que pienso al respecto. Lo que acabas de decirme, es lo más absurdo que he escuchado en los evos que tu y yo hemos compartido, por decir lo menos, no me atrevo a usar otro adjetivo. Me dices que estas cansada de ésta rutina que por milenios  has llevado a cabo, hablas de renunciar, de terminar, como si el papel que desempeñas fuese un simple oficio mortal. He escuchado millones de sandeces, pero creo que esto, sobrepasa cualquier extravagancia que al mas trastornado de los mortales se le hubiese ocurrido. Por siempre, y sin lugar a dudas, tú y yo hemos comprendido que somos los arquitectos ¡los forjadores! Del camino a seguir por cada entre que pulula en este planeta. Yo los llevo por la senda que previamente he trazado para cada uno de ellos, y tus funciones son las lógicas. Creo, querida, que no estas en tus cabales, en realidad me siento abrumado. El destino contempla a la muerte de hito en hito con un gesto irónico en sus labios, ella mueve su cabeza en un gesto negativo , se levanta de su asiento y camina unos pasos hasta llegar al principio del precipicio, el destino también se incorpora y estira los brazos como desperezándose, contempla el esbelto cuerpo de la muerte, cuya túnica transparente se mueve levemente al tenue golpe de la brisa. Camina a pasos lentos y se para junto a  ella. En un tono casi tierno, pregunta ¿acaso nos estamos comportando de manera demasiado mortal?. No sería nada descabellado. El constante convivir con la raza humana podría influir en nosotros. No lo afirmo como una seguridad, simplemente es un razonamiento , que quizá, podría sonar lógico y hasta podría darse el caso. Ya lo ves, en muchas ocasiones hemos sido testigos del proceder de un sinnúmero de mortales, que según nuestro criterio, rebasan el límite de la congruencia. Hemos aplaudido, en igual forma, el mérito de sus acciones ¿porqué?, porque muchas veces hemos estado tentados a involucrarnos en su convivir, sin embargo, y lo sabemos, eso está vedado para nosotros. La muerte se ha retirado de la orilla del precipicio, y seguida por cerca del destino, va y toma asiento en el lugar que ocupara éste hace unos momentos.

-Querido- lo que te he estado diciendo, no es ninguna sandez ¡de ninguna manera!, ni es nada que se le parezca, tampoco trato de involucrarme ni comportarme como un simple mortal, nada de eso ¡es una verdad absoluta!. En todo caso, es mi verdad, y si consideras un absurdo mis comentarios al respecto ,! No es mi culpa! He dicho lo que siento y se perfectamente que lo he dicho con toda la cordura necesaria para que no exista ninguna duda. La voz de la muerte ha sonado con un timbre de firmeza inusitada, a pesar de una vibración dolorosa que no ha pasado desapercibida a los oídos de su interlocutor, éste toma una piedrecilla y la lanza a lo lejos, hacia el abismo, la sigue con la mirada hasta perderla de vista.

-Lattia-, dice en voz baja- sigo insistiendo en lo mismo. Para mí, es incomprensible todo lo que has dicho, y no creo tener palabras para continuar ésta conversación. Su rostro se ha ido desviando lentamente hasta encarar a la muerte, que hasta esos momentos, permanece ausente, con la mirada perdida en la distancia. En ése momento, y con cierta parsimonia desdeñosa, se levanta de su asiento, al hacerlo, un gesto altanero y burlón se dibuja en sus labios. Contempla por un momento al destino, y se dirige a la orilla del precipicio. Al llegar hasta él, con un rápido movimiento, lanza al fondo del abismo el Cronopax. El aparato va dejando una estela luminiscente en su caída, mientras que en los dedos de la muerte, quedan enredados los finos hilos de miles de existencias. En seguida y como si fuese lo mas natural, remueve entre sus dedos los hilos, y haciendo un ovillo con ellos, los lanza en pos del artefacto. Ante este insólito desplante, la voz del destino discurre entre atemorizada y recriminatoria.!Lattia! ¿qué has hecho? Esto que acabas de hacer me parece que está fuera de todo razonamiento. ¿Consideras justa tu acción? El gesto de la muerte sigue siendo el mismo, burlón e irónico, ensombreciendo su bello rostro. Su mirada relampaguea en tonos irisados. Un mechón de oro de sus cabellos se desplaza hasta su mentón, con un movimiento de su mano, torna este a su lugar, y su voz, llena de cadencias extrañas, se deja escuchar en tono mordaz. ¿Justa? Ja, ja, ja. Me preguntas si es justa mi acción, lo cual, en tus labios me parece, o así suena en mis oídos, como una infame burla, o para ser más exactos, como una descarada insolencia. Tu hablas de justicia y de la influencia de los mortales sobre nosotros ,  sin embargo, al escucharte, me parece que quien sufre de síndrome, eres tú. Ahora bien, te diré lo siguiente, y no quiero explayarme en un tema, que por milenios, hemos discutido ampliamente y siempre hemos llegado a la misma conclusión. Para nosotros nada es desconocido, sabemos que entre los mortales, la palabra “justicia” así, entre comillas, por supuesto, solo es una palabra retórica que suelen manejar a su libre albedrío y a su propia conveniencia quienes la invocan, para mi gusto, con demasiada liberalidad y frecuencia. El escucharla en tus labios, lo repito, me suena más  a insolencia que a un prurito de  delicadeza de tu parte. Tras su perorata, la muerte volvió a tomar asiento al tiempo que como al desgaire, pero en un movimiento bastante femenino no exento de rubor, jaló hacia sí parte de su túnica que se había deslizado sobre su hombro, dejando casi al descubierto parte de uno de sus redondeados senos, en seguida, los dedos de su mano peinaron su cabello con gracia felina llena de sensualidad. De los abismos de sus ojos, sendos puntitos de luz, brillaron como dos ascuas incandescentes. De un  esmirriado arbusto que trataba de sobrevivir entre las rocas, el destino cortó una pequeña rama, dándose golpecitos en la palma de la mano con ella, y casi en tono casual, se dirigió a la muerte. – Lattia – lo que acabas de afirmar, me parece bastante ofensivo, sin embargo, lo tomaré a la ligera, quiero atribuirlo a tu estado de ánimo, que por cierto, me causa extrañeza. No ha sido mi intención agraviarte ¡de ninguna manera! Pero, pienso que estamos llevando nuestra conversación por derroteros algo delicados.  Desde el principio, hemos llevado a cabo nuestras tareas en franca y total armonía, cada uno en su respectivo lugar, por supuesto, y ningún desacuerdo se ha suscitado entre nosotros, lo cual, es completamente imposible, y nosotros lo sabemos. Mi papel, tú lo sabes, se circunscribe a señalar el derrotero de cada uno de los seres humanos, y el tuyo, es determinar la meta final de cada uno de ellos. Ni tú ni yo manejamos las cosa al azar, o a nuestro capricho, seguimos la mecánica establecida de acuerdo a los parámetros señalados, y ninguno de los dos influimos de ninguna manera en los ordenamientos. Por desgracia, somos simple y llanamente dos complementos de una misma forma, que nos guste o no, para eso fuimos programados. Por lo tanto, creo que es mejor olvidar este desagradable momento y cada quien a su tarea, yo seguiré con lo que se me ha encomendado, señalar a cada ser su camino, tú, truncar ese camino en la hora señalada, que según mi criterio, es un  mecanismo bastante simple, ¿no lo crees? Un  extraño silencio envolvió a los dos personajes, silencio interrumpido a intervalos  por el alarido de las olas que venían a estrellarse en el duro cantil. La muerte se fue incorporando lentamente, enfrentando a su interlocutor. El dedo índice de su mano derecha se apoyó en el pecho de éste .

-Querido Klattman- (con un rentitin en la voz) que bueno que traes a colación  el asunto de los papeles que ambos venimos desempeñando desde el principio de los tiempos. Pues bien, has tocado el meollo de la cuestión, Tu señalas, tú guías pero, yo corto,!yo ejecuto! Y, sí, todo mundo contento. Qué mecánica tan simple y fácil , ¿verdad?. Las miradas de ambos se cruzaron. Al Destino llegó a parecerle ridícula esta situación anómala e inusitada, pese a ello, su mente se negaba a aquilatar en toda su extensión lo que estaba sucediendo. ¡Era absurdo!. El, el destino, en una singular conversación con su inseparable compañera desde el fondo de las eternidades, solo que, ésta vez, no era una simple y amena charla como tantas otras que por siempre habían llegado a entablar. ¡No! Definitivamente no era lo mismo. Algo grave se estaba desarrollando y él se sentía rebasado por este acontecimiento inusual. Algo que, ¡No es posible! Que esté sucediendo, -se repetía asombrado--. Contemplaba a la Muerte como una entidad extraña, como una irrealidad surgida de su cerebro. Entre ellos no existía ningún lazo afectivo que los uniera. Careciendo ambos de sentimientos o, de cualquier manifestación mortal en cuanto al aspecto anímico, cada uno seguía los lineamientos marcados de antemano en sus deberes. La voz de la Muerte en el mismo tono sarcástico lo sacó de sus cavilaciones. Sí, querido Klattman, una mecánica simple y fácil en la cual yo llevo la peor parte, ¿por qué?, por la sencilla razón de que, por siempre, yo he sido y sigo siendo manipulada, ¿por quien? Eso tú y yo lo sabemos. ¡Pero esto se acabó! Aún en su tono dolido la voz de la Muerte sonó determinante. En seguida, y, separándose lentamente del Destino y con cierta amargura en la voz,-prosiguió- Desde siempre, mi tarea a sido la mas ingrata tanto así que, entre los seres humanos, ha existido hacía mi presencia un temor atávico. De mil maneras tratan de eludirme, se me desprecia en forma irreverente, se han buscado miles de formas para evitarme, hasta en los seres irracionales el temor instintivo los aleja de mí. Solamente los enfermos terminales, aquellos para quienes es imposible soportar sus dolencias o, en todo caso, quienes en un momento dado , debido a alguna deficiencia pierden el instinto de conservación o, los que en un acto de locura me buscan, pero no como una agradable solución a sus quebrantos, me buscan como la única opción desesperada, donde no tiene ya cabida la esperanza. La voz de la Muerte se dejaba escuchar como un salmo plañidero al tiempo que sus pasos la llevaban de un lado a otro de su interlocutor que, pensativo, seguía con la mirada el ir y venir de su compañera. Sin embargo,-la interrumpió este- tú gozas de satisfacciones que han sido vedadas `para mí, y, que yo considero que es una forma de recompensarte por lo que consideras una desigualdad entre tú y yo. ¡Satisfacciones! Ja, ja, no me hagas reír. El ser humano se pasa la vida tratando de escabullirse de mí, cosa que me causa risa porque, quiérase o no, El Principio ¡ soy yo! No soy el final, sin embargo, ellos llegan a enterarse de la realidad hasta que vislumbran el “final” de su existencia. ¿Qué pasa entonces?. Una vez que los acojo en mi refugio, cuando llegan a morar en mis dominios, cuando conocen la realidad de mis arcanos. ¡Entonces sí!. Me glorifican y me enaltecen, y en mi encuentran todo aquello que soñaron lograr en vida pero, ¿antes? Soy la innombrable para ellos. Cuando el  ser humano transita por los  caminos de la vida sin tropiezos ni sinsabores que lo limiten en sus aspiraciones, lo atribuye a su “sino” ése misterioso hado que ha sido benévolo para ellos, cuando los imponderables contrarían sus deseos, con ese conformismo fatalista amalgamado a su esencia espiritual, se limita a decir con vergonzoso laconismo. ¡Son cosas del Destino! Pero,  ni una sola queja, ni un solo reproche hacía ti. Nada mas ,”son cosas del Destino”. Demasiado cómodo amigo, ¿no te parece?. Tanto a ti como a mí nos fue vedado revelar al ser humano la incógnita de su existencia, en base a ello, en ti encuentra la luz de la esperanza pero, en mí, solo intuye las sombras y el silencio. Por milenios, hemos analizado la idiosincrasia del ser humano. Lo hemos visto destruirse con la furia del ser irracional. Su intelecto rebasa las fronteras de nuestro entendimiento. Lo conocemos perfectamente, capaz de ofrendar su vida por el mas pueril de sus ideales. Sus actos lindan con lo sublime, cuando no lo superan. Es grandioso y noble, malvado y cicatero. Dios y demonio, criminal y santo. Ese es, el ente humano lleno de grandeza y mediocridad. Por ese miserable ser contradictorio, tú y yo, desde el principio, hemos llevado a cabo nuestra tarea abominable. Ignoramos las normas de las que emanan nuestros cometidos, simplemente cumplimos y ya. ¡Cuantas veces he dudado en llevar a cabo una labor que me ha sido penosa!. Cuantas veces he pensado en cortar el hilo equivocado, sin embargo, he tenido que acatar las directrices. ¡Ese! Ha sido mi problema. ¡Y nada mas!. La Muerte detuvo su paso quedando de perfil ante su interlocutor. Clavó la mirada en la distancia y,-comentó- Ya lo ves ,Klattman, soy un consumado fracaso. He desahogado ante ti mis mas íntimos sentimientos que, sinceramente, hacia mucho tiempo comenzaban a inquietarme pero, como te dije antes, es mi verdad y no pienso cambiar de opinión, por lo tanto, ¡No vuelvo a tomar una existencia mortal entre mis manos!. El Destino contempló a la Muerte fijamente. Sus formas incitantes se adivinaban bajo la tela sutil de sus ropajes. Las últimas palabras de ella  habían llegado a sus oídos como un susurro lastimero. Sin embargo, adoptando un tono neutral y, como si recitara alguna letanía aprendida de memoria,-contestó- Quizá tengas alguna razón en lo que dices pero, recuerda, nosotros somos dos entidades abstractas que, en forma aparente y para los mortales, regimos la existencia de cada uno de ellos. Nosotros,!por fortuna! Carecemos de lo que el ser humano denomina sentimientos. El bien y el mal son dos conceptos que, si bien, conocemos el valor intrínseco de ambos, nos es indiferente el uso que se haga de ellos. La perspectiva que tenemos del Universo en su conjunto, es completamente diferente a la que el ser humano tiene de él. Debemos de considerar que tú y yo somos dos autómatas programados para llevar a cabo una labor, una labor infame, quizá sea cierto, pero es nuestra misión y debemos cumplirla. ¿Qué ignoramos las causas y efectos del porque la cumplimos?. ¿Qué importa?, en todo caso, es la única razón de nuestra existencia. En cuanto a lo que argumentas con respecto a tu rebelión, porque así lo considero yo, una rebelión, me parece que estoy en desacuerdo contigo. La Muerte guardó silencio. Con los dedos de sus manos entrelazados tras de su espalda, tornó a caminar lentamente hasta la orilla del precipicio. Al llegar allí, sus ojos otearon el horizonte. El mar, un espejo refulgente, reflejaba la limpidez lunar. El eterno batir de las olas atronaban el entorno como el recio galope de las eternidades. Un torrente de lágrimas baña el rostro de la Muerte, rueda por sus mejillas y llega hasta su pecho como un infinito manantial de plata. Al contemplar tal espectáculo y lleno de asombro, un nudo amargo atenazó la garganta del Destino que, incapaz de reaccionar ante ésta situación, bajando el rostro se encerró en un helado mutismo. ¡Nos estamos volviendo locos! –pensó- Ante ésta

idea, miles de sentimientos desconocidos se agolparon en su mente, al tiempo que su mirada seguía el ritmo armonioso de las estrellas desplazándose por las rutas de los cielos. El cuerpo de la Muerte se agitaba tratando de reprimir los sollozos que amenazaban con salir de su garganta. Sus senos, como dos aves atrapadas de improviso, pugnaban por salir de su prisión. Un vientecillo comenzó a soplar tenuemente, agitando en forma leve el níveo ropaje de la Muerte. El Destino clavó su mirada en ella. ¡No! No es locura,-murmuró para sí- Nos estamos volviendo humanos. . Se fue acercando lentamente a la Muerte por la espalda de ésta. Llegó hasta ella y, tiernamente, tocó sus hombros con ambas manos. Acarició su espalda, pasó sus manos bajo los brazos de ella y, hundiendo sus manos entre las ropas, tomó los senos desnudos, calientes, palpitantes, al tiempo que sus labios se posaban dulcemente en el cuello de ella. Una nube densa, larga, oscura, se fue interponiendo entre la luna y la tierra. Un temblor hasta ahora desconocido, se apoderó de la Muerte. Un temblor que llegó hasta el fondo de sus entrañas. El entorno se pobló de sombras. El vientecillo que hacia unos momentos amenazaba con arreciar, se fue tornando poco a poco en una cálida brisa que envolvió a las dos figuras.

El Sol emergió por el oriente, como una bola de fuego lanzada al espacio por una mano gigantesca. Las brumas se fueron disipando. La niebla que se había asentado en la escarpada montaña, fue ascendiendo paulatinamente. Bajando por un sendero zigzagueante escondido entre la maleza de la ladera, el destino caminaba pensativo, su rostro imperturbable no reflejaba ninguna emoción . Antes de llegar a un recodo, detuvo su paso dirigiendo la mirada hacia lo lejos. Allá al pie de la montaña, y ante un conjuro de la muerte , las olas habían detenido su eterno movimiento, dejando un pasillo entre ellas y el acantilado. En el mencionado pasillo, la muerte se entretenía recogiendo el Cronopax, el cual, al contacto con los rayos del Sol, dejaba escapar destellos irisados. Recogió el ovillo que había arrojado la víspera, y desenrollando los hilos, uno a uno los fue colocando amorosamente en el artefacto. Ante esta escena, el destino desvió la mirada, una mirada llena de ternura. Dos lágrimas furtivas rodaron de sus ojos, con un movimiento maquinal de sus manos, secó estas y reanudó su camino......

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