Anahan fue señalado como líder de los rebeldes y por lo tanto fue llevado a una celda separada a punta de latigazos. Una vez allí, lo obligaron a ponerse de rodillas y posteriormente le colocaron en un cepo de madera que le aprisiono por manos y cuello… El jefe de la guardia romana en Hebron era conocido como Alessio el grande, y a sus oídos llego una mañana la noticia de la captura del ladrón de Gadara. Su mala reputación de opresor implacable era famosa desde Gaza hasta Damasco, y a el llevaron el informe de la muerte de dos soldados de su ejercito en manos de aquel renombrado reo. Inmediatamente pidió detalles de cómo fue capturado, y de cómo pudo aquel infeliz matar a dos de sus centuriones.
Tras una angustiosa e interminable noche de dolor incalculable, volvió a soplar un viento fresco fuera de los muros de la celda del ladrón, y con los primeros rayos del alba, fue llevado ante la presencia de Alessio el grande. Anahan no podía hablar, su garganta reseca era como un simple pasaje alternativo del aire que apenas si podía respirar.
Las imágenes que vagamente captaban sus ojos, eran las de un hombre parado frente a el, que ataviado con elegantes vestiduras blancas con encajes de color púrpura, sostenía en sus manos un pergamino y gesticulaba en forma recia algo que jamás pudo entender. Allí perdió el conocimiento, y tras recobrarlo en algunas ocasiones, fue viendo siempre escenas diferentes: en la primera vio, como casi de arrastro, se desplazaba por el desierto junto a otros seis o siete prisioneros, mientras varios romanos los custodiaban azotándolos casi de continuo. En la segunda dos soldados lo halaban de sus manos, mientras su cuerpo se arrastraba dejando tras de si un largo y polvoriento rastro. En la ultima ocasión en que recobro el conocimiento antes de llegar a su destino final, alguien a quien no pudo ver su rostro, le daba un poco de agua.
Su cuerpo temblaba sin parar y entre los lamentos que oía se escuchaban también fragmentos de conversaciones que no encajaban de ninguna forma: -donde estará mi familia?, -nos han traído para morir-ya diviso Betlehem-les suplico que nos den de comer-quiero ver al sanador, llevadme de nuevo a Galilea.
Un recuerdo vino entonces a la mente de Anahan. En el, siendo aun un niño, vio a su padre trabajando en el campo. Luego caminaba por un sendero entre colinas y llegaba hasta un mercado de Gadara repleto de frutas de las más variadas, cuando le invadió una intensa tentación por tomar unos dátiles persas y huir corriendo. La gente que lo miraba a los lados del mercado le señalaba que no, pero el seguía corriendo sin detenerse hasta llegar junto a su padre, el cual lo castigo.
Entonces comenzó a recobrar parte de la sensibilidad de su cuerpo, pero no lograba moverse. Fue tomado nuevamente por ambos brazos y le ataron estos a un largo madero. En esta posición lo llevaron afuera y allí estuvo parado al sol por un largo rato, sintiendo como la falta de movilidad le hacia perder nuevamente no solo el equilibrio, sino también su capacidad de razonar.
Volvió a despertar, pero esta vez, al abrir lentamente sus ojos, miro con su cabeza inclinada hacia abajo, y sus pies colgaban a unos metros del suelo. Levanto con gran esfuerzo su cabeza y al mirar a su lado, reparo en el hombre que al igual que El, yacía atado y moribundo.
Trato de hablarle pero le fue imposible.
Vio entonces la sangre regada en el suelo, emanando de los metales que en cada articulación, clavaban a los hombres con los leños, y más allá, otro reo que insultaba al del centro en iguales condiciones.
Abajo, sentados unos y parados otros, los centuriones observaban hacia el horizonte, que amenazante, se cargaba de negras nubes.
Fue entonces cuando escucho decir: “sálvate a ti mismo y a nosotros” de uno de los reos.
Y vio la luz que desde arriba le cegó, y comprendió muchas cosas, y reconoció al que a su lado miraba al cielo y pedía no ser abandonado… Millones de colores comenzaron a desplazarse frente a el, en vaivén incesante y maravilloso. Y allí estaba su padre, y recordó al viejo Nadab, a su pueblo natal, y a su existencia miserable, y pensó que si continuaba así por mucho tiempo, también vería al creador.