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Una historia en versos

I

Fue allá por el treinta y nueve
cuando se unió a la cuadrilla,
y en menos de una semana
ya no sentía las rodillas.

Para terminar aun peor
aquel sol  descomunal,
con un sueldo de miseria
y poca agua para  tomar.

Alfonso se había quedado
sin changa en su profesión,
y no había en toda Rocha
mas que acabar siendo peón.

Alguien le aviso un día
que para remodelar  piedras,
el Fortín de San Miguel
necesitaba manos buenas.

Cuarenta y cinco en total
casi todos de la zona,
que debían reconstruir
el fuerte, el parque y la casona.

había que limpiar los yuyos
que cubrían todas las ruinas,
para después rearmar los muros
y el bastión con todo y letrinas.

Una obra prodigiosa
que Don Horacio Arredondo empezó,
y siendo hombre de empuje
todo el solo organizo.

Mas contó con gran ayuda
pues fue además inteligente,
y a Baldomir convenció
quien era entonces presidente.

Trabajo habría por diez años
al menos eso decían,
y allí Alfonso se quedo
con su profesión dormida.

Pulir las piedras al sol
un trabajo noble y honesto,
aunque por romper espaldas
pocos estaban dispuestos.

II

En una mañana tranquila
como a las seis mas o menos,
lo mandaron al muchacho
para  que ayude en algo nuevo.

Con don Correa estaría
ocupado en la cantera,
acarreando piedras nuevas
y algunas otras tareas.

Allí la paso aquel verano
recorrió todo el paraje,
pues lo que mas le gustaba,
era el tremendo paisaje.

Detrás del cerro de piedras
bajando por una cañada,
escondida junto al monte
de una cueva vio la entrada.

A nadie le dijo nada.
Era su descubrimiento.
Ya oportunidad tendría
de meterse cueva adentro.

Su interés tenia un sentido,
y ahora estaba la ocasión,
de usar sus conocimientos
como biólogo de profesión.

Sin querer Alfonso había
un paraíso encontrado,
con flora y fauna a su lado
que seguro estudiaría.

Allí vio un  zorro plateado,
animal raro de ver,
también un guazubirá,
pasando muy cerca de el.

En el monte pudo hallar
una gran variedad de plantas,
chicas, grandes, cortas y altas,
todas dignas de estudiar.

Cada vez que terminaba
su jornada en la cantera
a la quebrada arrancaba
a estudiar especies nuevas.

III

Fue entrando ya en el otoño
que un viernes se fue a observar,
de la cueva el bello entorno
y ahí si se animo a entrar.

Junto a una roca  quedose
viendo unas huellas distintas,
que solo había visto en fotos
pero nunca tan cerquita.

“Sin duda son de un felino”,
pensó Alfonso con sus dudas,
“yo por el tamaño diría
que podría tratarse de un puma”.

“Mas son incluso mas grandes
y por lo hondas yo creo,
que el peso de este animal
supera al dicho primero”.

Claro que lo mejor seria
seguir guardando el secreto,
pues de ser el indiscreto
terminaría en  cacería.

Si lo que pensaba era cierto
debería ser cuidadoso,
de que nadie  descubriera
al cazador mas hermoso.

Desde entonces aprendió
y busco lo mas que pudo,
entre sus libros de estudio
todita la información.

Eran las mismas pisadas,
la guarida era perfecta.
Tenia monte, tenia agua,
y no le faltarían presas.

“Si tan solo yo pudiera
aunque fuera una vez sola,
verlo saltando algún tronco
o agazapado a la sombra”.

“Mas solo una que otra huella
me dice que anda rondando,
cual depredador fantasma
escondiéndose y esquivando”.

IV

Mas la ocasión no tardo
y llego un día en que Alfonso,
sentado junto al arroyo
sintió repentino asombro.

Allá entre sauces y matas,
jadeante y atento estaba,
el  jaguar de negras manchas,
con su altivez y elegancia.

Trato de describirlo
usando papel y pluma,
mas siendo tan desconfiado
el jaguar se dio a la fuga.

“Ahora si que pude verlo
ya nadie me hecha el cuento,
y hasta lo tuve tan cerca
que casi sentí su aliento.”

Pero era extraño entender
que tal animal anduviera,
recorriendo estos parajes
y rondando esta pradera.

Para nadie era un secreto
que estaba bien extinguido,
y que hace ya muchos años
no se veía este felino.

V

Quiso el destino indiscreto
que un día Alfonso olvidara,
unos libros y un bosquejo
de su hallazgo en la quebrada.

El rumor corrió enseguida
y llego hasta el capataz,
quien mando llamar a Alfonso
para el misterio aclarar.

“Mira muchacho” le dijo,
con voz segura e imponente.
“yo quiero que seas honesto
y que la verdad me cuentes”

“ha llegado a mis oídos
que en lugar de trabajar,
te la pasas escondido
para la fauna estudiar”

“encima dicen que andas
inventando unas historias
de jaguares imposibles
deambulando entre las sombras”

“yo se por tus documentos
que en la capital estudiaste
y por no encontrar trabajo
aquí de peón terminaste”

“te pido que corrobores
si en verdad has visto al gato
y si tenés pruebas concretas
que demuestren el hallazgo”

Alfonso comenzó entonces
a mostrarle sus dibujos,
sus libros con descripciones
y toditos sus apuntes.

El hombre guardo silencio
como recordando algo,
luego encendió un cigarrillo
y se le quedo mirando...

“yo también llegue aquí un día,
para ayudar a don Arredondo,
y me enamore del lugar,
del monte y de sus entornos.”

“y viendo todo tan verde,
tan imponente y salvaje,
mi mente empezó a imaginar
ver cosas en el paraje”.

“el animal que tu dices
fue hace mucho exterminado
y fueron los portugueses
los últimos que lo avistaron”

“sigue siempre mi consejo
y no pierdas la cordura,
yo lo se por experiencia,
aquí no hay tal criatura”.

“trabaja aquí un tiempo mas,
hasta que algo en lo tuyo encuentres,
pero mientras te lo pido,
no mas historias inventes”.

VI

Alfonso se decidió una mañana
a renunciar al empleo,
y rumbear a buscar trabajo
de nuevo en Montevideo.

Pero antes de marcharse
pidió permiso a don Correa,
para ir por ultima vez
a visitar la cantera.

Y camino detrás del cerro
y bajo por la cañada,
y allá junto al arroyo
unos ojos lo observaban.

Alfonso le sonrió
y el jaguar muy lentamente,
se perdió en el tupido monte
con serenidad sorprendente.

Y fue entonces a despedirse
del capataz de San Miguel,
pero antes de partir le dijo
que debía hablar con el.

VII

“señor le debo confesar,
que tenia usted razón,
y entiendo que ha volado
mucho mi imaginación”.

“esta mañana anduve
recorriendo aquella zona,
y me di cuenta enseguida,
que me engañaron las sombras”

“lo que aquel día yo vi
a distancia junto al arroyo,
solo eran ramas y flores,
moviéndose junto a un tronco”.

“Las ramas eran oscuras
y las flores amarillas,
con el viento se meneaban
cual animal en la orilla”.

“Perdone mi estupidez
es que soy muy fantasioso,
si me quedo un tiempo mas
de seguro veré hasta osos”.

“Por eso es que me regreso
de nuevo a la capital,
de seguro allá habrá algo
en que me pueda ocupar”.

Y tras una despedida
se marcho Alfonso enseguida,
dejando atrás intereses
de su profesión en la mira.

Lo mejor que pudo hacer
fue disimular su hallazgo,
y rogar para que nadie
vuelva a encontrar esos rastros.

Y que así dejen tranquilo
al ultimo sobreviviente,
el solitario jaguar,
el ultimo de su especie.

Fin.

Jorge Luis Caraballo.
Mayo, 2002

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