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Dick aún guarda el luto en su corazón. Cada pensamiento y cada movimiento fuerte buscan la forma de olvidar. Pule constantemente un mueble cuando recuerda, terminándolo como si fuera un féretro. Es una catarsis a su recuerdo. "Ella no ha muerto", pero el amor en su interior sí. Se lo repite cada mañana como un disco rayado, aunque sus palabras se escuchan huecas hasta para él mismo.

Siempre tiene en mente la seguridad de Nell, su hija. Conoce el estado mental de Jane como la palma de su mano. Su enfermedad, más algunas escapadas, le aguaron el cerebro, convirtiéndola en una mujer de mucho cuidado. Cada mañana a las cinco menos diez, Dick se levanta, prepara un café negro sin azúcar, y los alimentos de Nell antes del trabajo. Dick pule muebles, como ya saben, en la ebanistería local, con tanto esmero y pasión por el oficio como un cardiólogo en una cirugía de corazón abierto. "Big Dick", como lo llaman algunos de sus amigos, es un buen hombre, de torpes decisiones, ¡eso sí!, y gran herramienta entre sus pantalones. Su proyecto de vida con la hermosa Jane no fue suficiente para sanar una mente trastocada por droga, alucinaciones y recuerdos pasados.

Dick termina su trabajo con el último encargo de ese día. Son las dieciséis y treinta; y escucha en la radio luego de apagar la pulidora eléctrica.

"Reporte urgente: última hora. Motín en el reclusorio Bernondale."

Dick se acerca hasta el radio, dando algunos pasos algo encorvado.

– Se tiene noticia de varias reclusas heridas y otras seis en fuga. –

Dick concentra toda su atención en la voz aguda que emite el pequeño radio (JVC) lleno de un polvo blanco.

– Aún no se tiene el reporte de las prófugas. – 

Habla la comentarista con un tono de ansiedad en su voz. Puede ser por lo ocurrido o porque la dosis de amitriptilina ya no es suficiente en su organismo.

– Estaremos ampliando más información en el transcurso. ¡Y recuerden! ¡La noticia somos nosotros! –

Dick recordó el último paseo a la playa, el sol brillante golpeando las olas azules y cristalinas, la arena suave y relajante, y las palabras de Jane a hombros encogidos, que aún golpean su memoria como el segundero de un reloj suizo.

– «¡Nunca estarás sin mí, te lo juro!» –

Giró su cabeza hacia el lado derecho mirándolo fijamente, abre un poco su boca en una expresión de poder y exhala un poco de aire que alcanza a percibir el rostro de Dick.

Este sigue desorientado por la noticia, y tiene un presentimiento latente. Toca su cabeza y la inclina en un gesto de preocupación. El overol impregnado de aserrín refleja el desorden en su mente. "Todo ha acabado," piensa, "su vida, la de Nell, la de Jane". Es una montaña rusa sin retorno, recordó esas palabras de una vieja película mafiosa. Todas sus preocupaciones anteriores han quedado ahí: las deudas, la pensión, su jefe. Todo pasó a segundo plano luego de este suceso que lo tiene atormentado. Hasta logró ver en su mente a Willy, su jefe, atravesado por una flecha en el culo, y en la base de la flecha una frase: "¡Bienvenidos, esta es una fiesta familiar!".

"¡Qué locura!" Pensó. Parece una infección la esquizofrenia y las alucinaciones que van y vienen y se esparcen por el aire, más y más. "Las malas decisiones siempre tendrán una consecuencia." Anónimo. Dick espera en el sillón, rasca sus bolas por encima del overol, y aumenta el volumen del televisor para captar cada palabra del reportaje. Los comerciales de avena y desodorante natural hicieron crecer más su desesperación. No es lo que quiere escuchar. La sudoración fría, sus latidos acelerados, el chasquido de sus dientes, el movimiento constante de sus dedos eran una prueba verídica del tamaño de su ansiedad.

Jane, entretanto, no concibió estar más en ese sitio. Era un lugar abominable. "¡Todo, sin omitir un pedazo de baldosa, los barrotes oxidados, o una comida de viernes en la noche!" Y más aún sin su hija. Jane ama a su pequeña, es su única realidad. Sintió una motivación más para hacer lo que hizo. "Nadie ha dicho que esté bien, y nadie lo dirá" personalmente creo que hay situaciones que... Jane sabe que tiene que esconderse por algunos días o meses, dependiendo de la situación. Se detuvo de una forma abrupta en medio de la marcha y recordó el dibujo desfigurado de la "familia" que le dio Nell en su cumpleaños veintisiete. Intentó devolverse y recuperarlo, era lo único que poseía de Nell. Un dibujo a crayola donde estaban los tres: Dick era el más alto, Jane con unas líneas representando su cabello rojo, y Nell, la más pequeña, con un moño en su cabeza, tomando la mano de Jane. Su prioridad era "desaparecer" en toda la extensión de la palabra.

Mientras corre en su desesperación acompañada de tristeza, recuerda a su tío Levi; pero más que a él y su temperamento recio, piensa en la cochera de su casa, ahí puede esconderse algunos días entre toda la chatarra polvorienta. El tío Levi es un veterano de guerra solitario y cascarrabias. Algunos días, toma su uniforme de soldado y lo utiliza para salir al porche y sentarse tomando un café hirviendo como la lengua de las tías religiosas. Observa el horizonte como una pintura que ha visto muchas veces, desasombrado, como esperando un momento que ya dejó de sorprenderlo. Es una escena triste y a la vez melancólica.

La casa de Levi es de madera de cedro, espaciosa y bien terminada. Al lado está la cochera donde Levi ha guardado chatarra por algunos años. No sabe nada de noticias pues no enciende el televisor, ni recoge la prensa que lanza el chico de la bicicleta. Está absorto en su mundo. En su realidad prosaica, realidad que hace ya mucho tiempo que vive con él. Solo acostumbraba ver las noticias y la novela con Esther, su difunta esposa. Jane ha llegado a la cochera de la casa muy sigilosamente por la parte de atrás. La noche está cayendo y Levi ha regresado al interior de la casa. Un taco atravesado en la puerta es la única seguridad del lugar. Jane lo levanta despacio e ingresa sin hacer ruido. Sus pupilas se ajustan a la oscuridad del lugar, dándole algo de visión en un sitio oscuro. Trató de no tropezarse mientras se mueve. Cajones, avisos, repuestos de carros, tubos de plástico, llantas. Todo estaba dispuesto. Era un buen lugar para pasar la noche, un poco desordenado, pero con algunos movimientos y la sagacidad femenina puede ser un buen sitio. Su mente está oscura como aquel lugar, su estómago vacío y su cuerpo cansado y atropellado. Piensa en la ley e imagina que está rodeada, luces policíacas rodean la propiedad, los agentes se acercan con su uniforme azul oscuro y la pistola entre sus manos. Se acercan más, y más, y más. Y respira, y se da cuenta que es su mente moviendo las fichas a su amaño. "Nuestro peor enemigo siempre será nuestra mente."

En una esquina del lugar, un poco de luz deja ver una araña que se mueve en su tela. Jane la observa asombrada, como una pequeña descubriendo el mundo. La araña espera el momento exacto. Solo con pequeños movimientos deja que la tela vibre y busque atrapar algo en esa vibración casi imperceptible. Los pequeños ojos oscuros sin párpados esperan y esperan en una quietud total. Jane disminuye su respiración como si fuera una cazadora más, sus palpitaciones disminuyen y sus sentidos se agudizan profundamente. Es una escena casi tenebrosa en aquella oscuridad del lugar, pero también es poética y fantástica. El pequeño rayo de luz azul tenue, la oscuridad que envuelve la cochera, el silencio, y el ruido del silencio. Todo se mezcla en una atmósfera casi mítica, casi irreal y perturbadora.

Jane continuó así por algunos días, sigilosa, escondida, solo comiendo hongos que encontraba en las noches e insectos que compartía con su compañera. Una araña. Sí. Igual que ustedes me reí y es la verdad. Se puede encontrar más compasión en un animal que en la propia humanidad.

Los días pasaron y Jane, aunque debilitada por el hambre y la tensión, se mantenía oculta en la cochera de Levi. La araña, su compañera inesperada, tejía su red pacientemente, y Jane se encontraba fascinada por su constancia y perseverancia, sintiendo que en ese pequeño ser había una lección que aprender.

Una noche, mientras la oscuridad envolvía la cochera, Jane escuchó el crujido de pasos acercándose. Contuvo la respiración, sus músculos tensos, lista para cualquier eventualidad. La puerta se abrió lentamente y una figura se asomó en la penumbra.

– ¿Jane? – susurró una voz familiar.

Era Levi. El viejo veterano había notado movimientos extraños en su cochera y, con su instinto militar, decidió investigar. Al encender una linterna, iluminó a su sobrina encogida en un rincón, sus ojos reflejando la desesperación y el miedo.

– Ven, vamos a adentro – dijo Levi con voz firme pero compasiva.

Jane, agotada y sin fuerzas para discutir, se dejó llevar. Una vez dentro de la casa, Levi le ofreció comida y un lugar donde descansar. Jane comió en silencio, sintiendo por primera vez en días un rayo de esperanza. Levi no hizo preguntas, entendiendo que las respuestas vendrían a su debido tiempo.

Al amanecer, Jane se sentó en la mesa de la cocina, observando a Levi mientras preparaba café. Ella sabía que no podía quedarse allí indefinidamente. Necesitaba encontrar una solución para Nell, para su familia.

– Tienes que irte, Jane. Pero no puedes hacerlo sola – dijo Levi, mirándola directamente a los ojos. – Conozco a alguien que puede ayudarte a salir del país, empezar de nuevo. Es peligroso, pero es tu mejor opción.

Jane asintió, comprendiendo la gravedad de sus palabras. Con la ayuda de Levi, trazaron un plan meticuloso. Levi llamó a un viejo contacto de la guerra, alguien en quien podía confiar. Los días siguientes fueron un torbellino de preparativos y despedidas silenciosas.

La noche de la partida llegó. Jane, vestida con ropa discreta y un bolso con lo esencial, se despidió de Levi con un abrazo largo y sentido. Él le entregó un sobre con dinero y una carta para Nell.

– Para que sepa que su madre siempre la amó – dijo Levi, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.

Jane se marchó, desapareciendo en la oscuridad. Con la ayuda de los contactos de Levi, logró cruzar la frontera y comenzar una nueva vida en un lugar donde las autoridades no la buscarían. Encontró un pequeño pueblo costero, un lugar tranquilo donde pudo trabajar y mantenerse fuera del radar.

Cada día, Jane pensaba en Nell y en Dick. Les escribía cartas que nunca enviaba, guardándolas en una caja de madera. Soñaba con el día en que podrían reunirse de nuevo, cuando la tormenta hubiera pasado y las heridas hubieran sanado.

Mientras tanto, en la ebanistería, Dick continuó puliendo muebles, su corazón un poco más liviano con cada pasada de la lija. Nell crecía rodeada de amor y cuidado, con la promesa de que algún día, de alguna manera, su familia volvería a estar junta.

Y así, aunque separados por el destino, Jane, Dick y Nell vivieron con la esperanza y la certeza de que el amor verdadero, aunque probado por el tiempo y la distancia, nunca muere realmente.

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