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  -¡Te he dicho mil veces que no quiero que vengas con esta mierda!.

  -Pe... pero si es un nueve y medio, es sobresaliente.

  -¿Un nueve y medio, un sobresaliente? ¡¡Un diez!! ¿Es que eres subnormal profundo? Sólo quiero que traigas dieces ¡Pedazo de burro! Si quieres triunfar tienes que ser el mejor y el mejor tiene que aprobar todo con diez ¡Cojones! ¡Fuera de mi vista zoquete!.

  Con los ojos apretados para que no lo viese llorar, David se fue derecho a su habitación, allí a solas lloró todo lo que tenía que llorar y más, para que su padre no le escuchara puso música, eso sí, clásica, su padre no le permitía oír otro tipo de música, decía que era la mejor para la concentración y el estudio y que era la que los eruditos escuchaban.

Ya no sabía que hacer, había pensado hablar con él, pero ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Acaso lo escucharía? Había hecho de él un chico introvertido, sin amigos, inseguro, con la autoestima tan baja que podía andar sobre ella, sus compañeros lo veían como al gilipollas empollón presuntuoso que no habla con nadie, que lejos de la realidad, David ansiaba por tener aunque fuese un solo amigo, pero no sabía que decir, si alguien le hablaba era para pedirle los apuntes o para que le explicase algún concepto que no había entendido y él lo hacía aún sabiendo que sólo se dirigían a él por puro interés.

  Ya estaba en C.O.U y al terminar el curso iría a la Universidad, quería estudiar filosofía, su asignatura favorita, no sabía como decírselo a su padre, que había planeado su futuro, estudiaría derecho para luego trabajar en el bufete con él y sus tíos.

 

  Casi terminando el curso se atrevió a comentárselo a su padre.

  -Papa ¿Podría preguntarte algo?- su voz temblaba.

  -Dilo ya de una vez y lo que sea al grano, nada de rodeos- le dijo sin mirarlo mientras leía el periódico.

  -Veras, es sobre la Universidad, quería saber...

  -¿Tú eres idiota? Que sin rodeos, actúa como un hombre.

  -Es que, no sé si lo...

 Su padre se acercó a él y lo miró directamente a los ojos, su mirada lo decía todo, la ira podía palparse.

  -Quiero estudiar filosofía- lo dijo de un tirón, con los ojos cerrados esperando la respuesta.

 Hubo un silencio que podía escucharse, pero de repente estalló el volcán.

  -¡¿Filosofía?! ¡¿Filosofía?! ¡Además de retrasado crónico eres maricón! Si ya lo sabía yo, tengo en casa a un maricón ¿Lo eres?- le preguntó con malicia.

  -No papa, no lo soy- le contestó asustado.

  -¿Sabes? Tal vez estudies filosofía- la cara de David se iluminó- ¡Pero cuando yo éste bajo tierra! No me hagas perder mi tiempo con tus gilipolleces, y ya sabes que estudiarás derecho ¿Algo que añadir?.

  -No.


      

Comenzó la carrera, la facultad estaba en su ciudad, además privada, la mejor del país decía su padre, los dos primeros cursos le fue bien, su padre estaba contento, todo sobresaliente, con diez, aparentemente todo iba por buen camino.

David vivía en la más completa infelicidad y no sabía de quien era su vida, si de él o de su padre, nada había que le hiciese feliz.

 

Un día en la cafetería donde solía tomar café, solo en la mesa en la que siempre se sentaba, se le acercó alguien.

 -¿Puedo sentarme contigo?- le preguntó una voz.

Extrañado la miró como si hubiese visto un espejismo.

-Si te he molestado, lo siento, adiós.

-No, no, por favor, siéntate- dijo presuroso.

Ella lo miró y él bajó la cabeza ruborizado.

-No te avergüences, supongo que te preguntarás quien soy, no nos han presentado.

David sabía quien era,  la veía todos los días en la misma cafetería que él y le parecía guapísima, pero inalcanzable.

-Me llamo Sara, ¿Y tú?.

-David- le contestó tembloroso

-Bien David, si me he sentado contigo es porque llevo observándote hace mucho tiempo y, espero no parecerte muy descarada, me gustas mucho, me gustaría conocerte mejor. Si me he atrevido a decirte esto es debido a que he advertido  que eres bastante tímido y sólo te atreves a mirarme de reojo ¿Qué me dices?.

David la miraba estupefacto, no sabía que decir y todo le parecía imposible, incluso pensó que sería una broma pesada de alguno de sus compañeros.

-Oh, lo siento David, pensé que yo también te gustaba, lo siento mucho- se levantó, pero la agarró por el brazo.

-No te vayas, por favor. Dime la verdad ¿Te ha mandado alguien para que me gastes una broma?- no sabía que respuesta obtendría y su corazón latía como nunca.

-¿Por quien me has tomado? Nunca me prestaría a una broma de ese tipo, es cruel- le contestó indignada.

-Perdóname Sara... - sus lágrimas taparon su boca

-¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?- le preguntó extrañada.

-¿No querías conocerme mejor? Espero que sigas queriéndolo y así lo entenderás todo ¿Qué me dices?- no supo de donde sacó el valor.

-Que sí.


Ya estaba en el último curso y la vida parecía darle una oportunidad, pronto trabajaría, aunque no fuese lo que él quería, pero sí que tenía lo que más había ansiado durante toda su vida: el amor.

Lo tenía todo planeado, cuando llevase un año trabajando y hubiese ahorrado lo suficiente, no quería pedirle nada a su padre, se iría a vivir con ella, no creía en el matrimonio, al ver el resultado del de sus padres, su madre estaría borracha por cualquier ciudad de Francia, no tenía residencia fija, así que desde muy pequeño se quedó solo con su padre que nunca hablaba de ella.

Estando en el salón su padre y él, el primero rompió el silencio:

-Sé que sales con alguien desde hace algún tiempo- le dijo sonriendo.

-Sí papa, se llama Sara- le contestó contento.

-Sara ¿Eh? Sí, ya lo sabía y dime ¿Te quiere? ¿Y tú a ella?.

No podía creer que su padre le hablase con cordialidad sin propinarle ningún insulto.

-Sí, nos queremos muchísimo ¿Quieres conocerla?- le preguntó entusiasmado.

-No hace falta hijo, ya la conozco, no me mires así, la he investigado y es una pobretona de mierda que sólo va por mi dinero imbécil- sus palabras asestaron a David como una flecha.

-¡Eso es mentira!- le gritó.

-¿Te atreves a levantarme la voz cabrón? Te voy a partir la cara y aunque fuese mentira ¿Crees que te daré un duro, trabajo para que te lo gastes con esa zorra? Y que lo sepas, si no la dejas me encargaré personalmente que nadie te dé trabajo y con lo inútil que eres tampoco lo encontrarías.

David lo miro con odio, con todo el odio que contenía su corazón. Se dirigió a su habitación, abrió el cajón de la mesilla de noche, buscó como un loco y al fin lo halló, un tarro de tranquilizantes que tomaba en época de exámenes; corriendo fue a la cocina a por un jarro de agua y un vaso, volvió a la habitación, puso música y una a una fue tragando cada pastilla, buscó papel y escribió, se tumbó en la cama boca abajo, como  hacía para dormir, sólo que de este sueño no se despertó.


Hasta al día siguiente no le encontraron, fue la asistenta cuando fue a limpiar su habitación, al principio creyó que estaba dormido, pero se extrañó que llevase la ropa del día anterior y no se hubiese quitado los zapatos, lo llamó suavemente.

 -David despierta.

 Al ver que no se movía y estaba frío llamó al padre alarmada temiéndose lo peor. El padre llegó alterado.

 -¡David! ¡Levántate inmediatamente! Hoy tienes un examen y vas a perderlo, tienes que traer un sobresaliente, un diez. ¡Que te levantes de una puta vez!- le dio la vuelta y se encontró a su hijo muerto.

 -Vallase, llame a una ambulancia- su voz ya no sonaba como antaño, apenas la tenía.

 Vio un pequeño papel en la cama, lo cogió y leyó:  


 ENHORABUENA PAPA, HAS SACADO UN DIEZ

 

 

FIN

 

María del mar San José Maestre

Rota, 10 Enero 2000

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