Comenzó la carrera, la facultad estaba en su ciudad, además privada, la mejor del país decía su padre, los dos primeros cursos le fue bien, su padre estaba contento, todo sobresaliente, con diez, aparentemente todo iba por buen camino.
David vivía en la más completa infelicidad y no sabía de quien era su vida, si de él o de su padre, nada había que le hiciese feliz.
Un día en la cafetería donde solía tomar café, solo en la mesa en la que siempre se sentaba, se le acercó alguien.
-¿Puedo sentarme contigo?- le preguntó una voz.
Extrañado la miró como si hubiese visto un espejismo.
-Si te he molestado, lo siento, adiós.
-No, no, por favor, siéntate- dijo presuroso.
Ella lo miró y él bajó la cabeza ruborizado.
-No te avergüences, supongo que te preguntarás quien soy, no nos han presentado.
David sabía quien era, la veía todos los días en la misma cafetería que él y le parecía guapísima, pero inalcanzable.
-Me llamo Sara, ¿Y tú?.
-David- le contestó tembloroso
-Bien David, si me he sentado contigo es porque llevo observándote hace mucho tiempo y, espero no parecerte muy descarada, me gustas mucho, me gustaría conocerte mejor. Si me he atrevido a decirte esto es debido a que he advertido que eres bastante tímido y sólo te atreves a mirarme de reojo ¿Qué me dices?.
David la miraba estupefacto, no sabía que decir y todo le parecía imposible, incluso pensó que sería una broma pesada de alguno de sus compañeros.
-Oh, lo siento David, pensé que yo también te gustaba, lo siento mucho- se levantó, pero la agarró por el brazo.
-No te vayas, por favor. Dime la verdad ¿Te ha mandado alguien para que me gastes una broma?- no sabía que respuesta obtendría y su corazón latía como nunca.
-¿Por quien me has tomado? Nunca me prestaría a una broma de ese tipo, es cruel- le contestó indignada.
-Perdóname Sara... - sus lágrimas taparon su boca
-¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?- le preguntó extrañada.
-¿No querías conocerme mejor? Espero que sigas queriéndolo y así lo entenderás todo ¿Qué me dices?- no supo de donde sacó el valor.
-Que sí.