Ya estaba en el último curso y la vida parecía darle una oportunidad, pronto trabajaría, aunque no fuese lo que él quería, pero sí que tenía lo que más había ansiado durante toda su vida: el amor.
Lo tenía todo planeado, cuando llevase un año trabajando y hubiese ahorrado lo suficiente, no quería pedirle nada a su padre, se iría a vivir con ella, no creía en el matrimonio, al ver el resultado del de sus padres, su madre estaría borracha por cualquier ciudad de Francia, no tenía residencia fija, así que desde muy pequeño se quedó solo con su padre que nunca hablaba de ella.
Estando en el salón su padre y él, el primero rompió el silencio:
-Sé que sales con alguien desde hace algún tiempo- le dijo sonriendo.
-Sí papa, se llama Sara- le contestó contento.
-Sara ¿Eh? Sí, ya lo sabía y dime ¿Te quiere? ¿Y tú a ella?.
No podía creer que su padre le hablase con cordialidad sin propinarle ningún insulto.
-Sí, nos queremos muchísimo ¿Quieres conocerla?- le preguntó entusiasmado.
-No hace falta hijo, ya la conozco, no me mires así, la he investigado y es una pobretona de mierda que sólo va por mi dinero imbécil- sus palabras asestaron a David como una flecha.
-¡Eso es mentira!- le gritó.
-¿Te atreves a levantarme la voz cabrón? Te voy a partir la cara y aunque fuese mentira ¿Crees que te daré un duro, trabajo para que te lo gastes con esa zorra? Y que lo sepas, si no la dejas me encargaré personalmente que nadie te dé trabajo y con lo inútil que eres tampoco lo encontrarías.
David lo miro con odio, con todo el odio que contenía su corazón. Se dirigió a su habitación, abrió el cajón de la mesilla de noche, buscó como un loco y al fin lo halló, un tarro de tranquilizantes que tomaba en época de exámenes; corriendo fue a la cocina a por un jarro de agua y un vaso, volvió a la habitación, puso música y una a una fue tragando cada pastilla, buscó papel y escribió, se tumbó en la cama boca abajo, como hacía para dormir, sólo que de este sueño no se despertó.