A pesar de las decenas de textos que le era posible elegir, siempre prefería el mismo: leyó un pasaje que recordaba sin recurrir a las páginas. Su voz era bella y viril. Después de afinar su laringe comenzó: “poco a poco fueron esfumándose de su memoria las fisonomías que viera; olvidó el aire de las contradanzas, dejó de ver con la claridad de antes libreas y salones; desaparecieron algunos detalles, pero el recuerdo perduró.”
Su vida se planificaba día a día y era la misma planificación todos los días. Todos los días la misma planificación, era su vida. Levantarse a las seis, por la mañana, y regresar a las ocho, cuando desaparece el sol; cenar lo mismo cada noche; leer una novela frente a la estufa (o recitarla); reposar la vista en las paredes, en los muebles y accesorios divinamente ordenados: danzantes, en su quietud, de un baile tan armónico; acostarse mirando el cielo blanco, hasta cerrar los ojos.
En tales momentos, atravesaban el cristal de su ventana las luces de los comercios, las bocinas apagadas de automóviles, la imagen de un ave perdida... y él prefería sentir los disonantes sonidos, tan arbitrarios y molestos en ocasiones, y hacerlos participar, a estar abandonado a la contemplativa soledad. Cuando el sueño ya casi lo vencía, noche tras noche, creía conversar con un alarido, un silbato de policía, el ronronear de algún motor. Ora abrazaba un haz luminoso que traspasaba sus pesados párpados, ora penetraba en una extraña sociedad nocturna, onírica, hasta reiniciar el ciclo. Pero allí, era feliz.
Sin embargo, aún no se había acostado. Sólo percibía asombrado y orgulloso la monotonía de su vivienda, con el libro en su mano izquierda (usaba un dedo para indicar la página en que se había detenido), semicerrado, mientras el calor de la leña eterna le asaba el rostro. Ese día, como algunos otros, se animaba a romper su rutina y minutos antes de marchar al dormitorio llenaba un vaso con whisky, acabándolo de dos grandes tragos. Así, el viaje de la lucidez al ensueño era menos desesperante. Entonces sí, se dispuso a dormir, apagando antes el hogar con sus maderos intactos de siempre.