Identificarse Registrar

Identificarse

Índice del artículo


Durante la noche no tuvo un buen descanso. Sus sienes estaban empapadas en un frío sudor, mientras discurría a través de una pesadilla. Dentro de los párpados fuertemente cerrados se dibujaban rostros de mujer, borrados por manchas rojizas y negras, oía voces que se revolvían en su cráneo, vomitaba voces que provenían desde lo más profundo para morir en el silencio superfluo de la habitación, callaba, se retorcía entre las sábanas... Hasta que al fin sonó el despertador, como una campana anunciando una pausa para aquel indeseable reposo. Al abrir los ojos y respirar unos segundos, tieso en la cama, supo que estaba con temperatura alta, y también que no faltaría al trabajo.


Algo mareado empujó sus cobijas con los pies y dentro de la obscuridad fue tanteando hasta encontrar la ventana. La abrió con parsimonia y de pronto las facciones de su rostro cambiaron, como quien ingiere veneno. Se le retorció el estómago y un helado escalofrío lamió su columna. En un intento desesperado, gritando demoníacamente volvió a bajar aquella cortina. Confuso como estaba aquella mañana, había abierto por error la ventana del sur, con vista al callejón.


Todavía en el horizonte escaseaba la luminosidad (pudo observarlo al levantar la persiana correcta, y percibir luces aún en vela sobre la avenida) y casi era la hora de marchar. Su ánimo se arrastraba por el suelo, desgarbado y suplicante. Pero había decidido que iría, no era prudente arriesgar el empleo por una inocua fiebre. Ni sería la primera vez que algo así ocurriese. Algo, no obstante, le había pasado por vez primera esa noche: tener una pesadilla. Nunca, a pesar de estar enfermo o con fiebre, había tenido una.


Cuando el dueño único del lugar no se hallaba en casa, los ambientes permanecían congelados, las agujas del reloj antiguo hacían lo posible por ser silenciosas, pronunciando un tictac reprimido, las ventanas prohibían la entrada al sol. El baño desaparecía sumiso, marginado por los límites del soberbio living. Todo el sitio se fusionaba para conformar un universo incorregible, y cada elemento era un cuerpo con vida propia, que emanaba luz y calor. Desde lo alto el edificio entero parecía sonreír y gobernar la ciudad, todo omnipotente. Pero él llegaba siempre a las ocho, haciendo resonar su llave en la cerradura. Era entonces cuando la puerta cedía el paso, enojada por su propia traición, y todo se desvanecía nuevamente.


Aquel especial día, distraído por el mareo que le causaba la fiebre, había olvidado cerrar la puerta del dormitorio. Cuando regresó del trabajo, limpió sus zapatos y, mientras entraba al estar (iba ojeándolo todo con una mirada inquisidora), fue cuando halló la puerta que debería estar cerrada, abierta; no tuvo otro remedio que apresurarse a clausurarla. Su estado no era todavía el mejor, aunque le rugía el estómago Decidió acostarse temprano esa noche, luego de una cena rápida, pero con la comida, se fortaleció no sólo su vientre sino todo el cuerpo (se enorgullecía no poco cada vez que descubría cuán fuertes anticuerpos viajaban por su sangre). De esa forma no fue necesario destruir el curso habitual de su vida: pudo tomar un libro, y con su hábil boca lo desnudó palabra por palabra. Sentado en su sillón, enfrentaba al hogar de leños invencibles, esta vez, apagados. Su voz fluía con facilidad y belleza, y adornaba el silencioso ambiente, aunque la nariz repleta de mocos deformase el sonido normal.

 

email

¿Quiere compartir sus eventos, noticias, lanzamientos, concursos?

¿Quiere publicitar sus escritos?

¿Tiene sugerencias?

¡Escríbanos!

O envíe su mensaje por Facebook.

Están en línea

Hay 224 invitados y ningún miembro en línea

Concursos

Sin eventos

Eventos

Sin eventos
Volver