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En las horas la mañana  el boicoteado dormir de Salvador se vio infaustamente interrumpido por los estentóreos e inoportunos gritos de su madre, que estuvo a punto de derrumbar la puerta debido a los fuertes golpes que dio sobre ella con su mano abierta, mientras llamaba con desespero a su hijo.

 “ Salvador, estás bien?” preguntaba una y otra vez la encanecida y porfiada mujer, visiblemente asustada por no encontrar respuesta a sus clamores. Los gritos finalmente llegaron a los oídos de Salvador, que a lo lejos escuchaba la rogativa voz de su madre entremezclada con el sonar de los terroríficos pasos que habían convertido su noche en la más amarga de todas. Su último sueño le había dejado completamente perplejo, pues consideraba absurdas las características del mismo. La hermosa mujer que le había despreciado, los infantes que le habían tomado por un payaso y el mensaje que jamás conocería lo perturbaron profundamente. Queriendo olvidar las irracionales circunstancias acaecidas a lo largo de la noche, y buscando desterrar de una vez por todas de  su mente aquellos pasos siniestros, había cerrado sus ojos con determinación, y tras acostarse con el rostro vuelto hacía a las sábanas del lecho, había cubierto con la blanca almohada su cabeza, procurando que aquella nube de oscuridad  le produjese un profundo sueño.

En esa misma posición se encontraba cuando el pertinaz gritar de su madre penetró en sus oídos. Con lentitud y sin abrir sus ojos, le pidió con solicitud  que en un acto de misericordia se detuviera. Ella, obedientemente, acabó con el bullicio y así Salvador tuvo un periodo de paz para terminar de despertarse. Todavía sin mirar a su alrededor giró su cuerpo, y su rostro, en dirección al techo,  bosquejó diferentes gestos que enseñaban su malestar por la mala noche que había pasado y por el incesante andar de los tacones que arremetía contra su atribulado cerebro. Suspiró con impaciencia y entonces abrió sus ojos  en busca de la realidad.

En un principio sintió una profunda irritación en sus corneas  y el panorama que  alcanzaba a ver era borroso y oscuro. Esto le parecía sumamente normal, sobre todo por hallarse en las primeras horas de una mañana que sucedía a una noche de inquietudes y desvelo. Frotó lentamente sus párpados con suavidad y nuevamente dirigió su vista al techo en busca de un nuevo diagnóstico. Sin embargo, todo continuaba siendo nebuloso en  su percepción óptica. Con preocupación se recostó sobre el espaldar de su cama, y mojando los dedos de la mano derecha con el agua que a tientas encontró servida en un vaso de cristal sobre una pequeña mesa junto a él, humedeció sus ojos con la esperanza de terminar con aquella tragedia que parecía otra de sus pesadillas. No obstante, esta vez no se trataba de un sueño.

Salió con prontitud  de su cama buscando la salida de su alcoba hacia el comedor de su casa, donde se escuchaban las voces del resto de sus familiares que desayunaban sosegadamente.  Sufriendo varios golpes a causa de los tropiezos en el camino, llegó hasta ellos y sin querer disimular el pánico que le ocasionaba su situación pidió a su madre que le ayudara. Ella, por su parte, con decoro y circunspección, le pidió que se calmara y  mantuviera compostura, ya que su padre se veía alterado por el estrépito que causaba. Le ayudo a sentarse junto a Dionisio, su hermano menor, en uno de los puestos del extenso comedor y le rogó en voz baja que mientras terminaba el desayuno guardara silencio y recato. Agregó, como simple consuelo, que rezar un poco le ayudaría a mejorar, mientras ella acompañaba a su esposo a terminar su desayuno.

Salvador, ofuscado por su inesperada situación llegó a un grado sumo de desespero al ver, o más bien al escuchar, como su familia continuaba tomando su desayuno sin inmutarse por su tragedia. Percibía a su lado los movimientos de su hermano, que deglutía precipitadamente y no dirigía la palabra a ninguno de los comensales. Sus padres, por otro lado, iniciaron una conversación completamente irrelevante en torno a asuntos que, más que cotidianos, eran insustanciales. Finalmente, en franca rebeldía e irritación, exigió literalmente a gritos que se le diera algo de atención.

-         Qué le pasa a este imbécil? – preguntó su padre con molestia,  levantando la voz.

-         Tranquilo, Adolfo. – interpeló su esposa – solo está algo nervioso; parece que amaneció con un problema en sus ojos.

-         Problema? – interrumpió Salvador con aguda voz – esto no es solo un problema. ¡me estoy quedando ciego!

-         ¡Ya te he dicho que no interrumpas cuando hablamos! – gritó Adolfo, el padre de Salvador. Nunca empleaba un tono amable al dirigirse a su familia, en especial a su esposa. Terminó su desayuno y con voluntaria indiferencia se levantó de la mesa y salió de su casa, sin siquiera decir una palabra de agradecimiento o cortesía a su familia.

La mañana estuvo cargada de reconvenciones para Salvador de parte de su madre. Mientras le daba de comer como a un bebé debido a su repentina incapacidad,  le rogó con vehemencia que no provocara a su padre, ya que no quería tener que soportar sus reproches y disgustos. Valiéndose de algunos remedios domésticos, trató de curar el trastorno visual de Salvador, quien anunciaba con preocupación la celeridad en el desarrollo de su afección, ya que el paso de las horas, a diferencia de lo que su madre aseveraba, solo había empeorado su situación.

Para las horas de la tarde su problema había degenerado en una ceguera total. No podía creer que aquella pesadilla absurda de la maestra, la mofa de los rapaces y su incapacidad para leer hubiese sido una premonición de semejante tragedia. La incertidumbre que le habían provocado los sueños la noche anterior no se podía comparar con el dolor y  la aflicción de encontrarse completamente ciego y consciente de haber recibido una advertencia, aunque esta fuese simbólica.

Entrada la noche la familia se reunió a tomar la cena como de costumbre. El comer juntos y siempre a las siete de la noche en punto era uno de los mandamientos impuestos por el “general Adolfo”. En realidad el padre de Salvador sí había sido un militar en los años de su juventud. Sin embargo, solo alcanzó a ser un sargento debido a su prematura desvinculación del ejercito por insubordinación a sus superiores. Era un hecho que tenía problemas para aceptar la autoridad ajena, pero muy buena voluntad para regir, como lo demostró la educación estricta y casi tiránica que dio a sus dos hijos. La severidad y el rigor de su carácter eran conocidos incluso  por sus vecinos que en tono amistoso le llamaban “general”, apelativo que él agradecía en sumo grado, aunque no lo  manifestara verbalmente.

La mesa estaba servida. Salvador y Dionisio, juntos como siempre, se hallaban sentados y sin decir una palabra. Su madre, frente a ellos, mantenía su cabeza inclinada y también guardaba silencio. Finalmente, el “general” apareció en el comedor y se sentó sin saludar a nadie. Juntó sus manos con reverencia y en voz alta pronunció una oración escueta y mecánica. Acto seguido inició la ingestión de sus alimentos, dando así la señal de que entonces los demás podían empezar a hacerlo también. Salvador, queriendo evitar accidentes, se limitó a tomar un poco de agua durante la presencia de su padre en el comedor. Cuando este se levantó, pidió a su madre que le brindara su asistencia para poder comer algo.

 Aún comía Salvador, auxiliado por su madre, cuando a la puerta llamaron con timidez.

- Deben ser Roberto y Margarita - dijo él. Roberto era su gran amigo de infancia, y su acompañante, Margarita, era una hermosa periodista que había llegado a la vida de Salvador un año atrás, convirtiéndose en su prometida.  Esperaron que anocheciera para visitarle, concientes de la acritud y escasa hospitalidad  de don Adolfo.

Tras saber lo ocurrido, Roberto animó a su compañero diciéndole que solo era un daño temporal y que pronto se recuperaría. Le comentó algunas anécdotas de conocidos suyos a los que les sucedió exactamente lo mismo y que ahora se hallaban perfectamente. Ahora bien, en cuanto a lo de sus premonitorios sueños, acompañados de misteriosos pasos, se mostró bastante incrédulo.

-         “No tiene sentido, Salvador. ¿Cómo vas a saber por sueños lo que sucederá? – le dijo con escepticismo.

-         Eso se llama oniromancia – dijo Margarita, sentada muy cerca de Salvador, aunque parecía estar distraída.

-         Y tú crees en eso? – preguntó Roberto

-         Por qué no?- dijo ella

-         Pues por que es absurdo – replicó él. Guardó silencio un instante y entonces agregó – Salvador, yo no dudo que seas un gran pintor y que seas mi amigo, pero también reconozco que eres algo obsesivo. Esto es solo una enfermedad pasajera; no inmiscuyas al destino o a tus sueños.

-         Roberto – dijo entonces Salvador – yo no he dicho que sea un adivino. Solo te estoy contando lo que me pasó. Por favor créeme; por algo eres mi amigo.

-         Soy tu amigo – dijo Roberto -  y mañana te llevaré al médico si lo deseas, pero no me pidas que te crea que ahora sueñas las cosas que están por suceder.

-         Yo si te creo – dijo frívolamente Margarita que, como es obvio, no tenía inconveniente en interrumpir a los demás.

Un silencio momentáneo ofició como mediador entre los dos amigos que incómodos con la discusión, y con las interrupciones de Margarita, querían quedar en buenos términos antes de despedirse.

-         No importa si te creo o no. - concluyó Roberto - Mañana iremos al hospital y veremos cómo sigues.

-         Yo también voy con ustedes – dijo Margarita.

-         Gracias, de verdad. – dijo Salvador en medio de suspiros – ustedes son lo únicos en quienes puedo confiar. Amor, mañana, si estoy mejor, podemos hablar. Qué querías decirme?

-         No importa – dijo ella -  después lo hablamos.

Ya era casi media noche. Tras despedirse con ternura de su amado, Margarita salió del estudio e intercambió unas palabras con Dionisio que acababa de llegar a su casa en estado de embriaguez y con torva apariencia. Roberto se despidió de su amigo y le pidió que conservara la calma y que, por supuesto, contara con él. Mientras salía iba diciendo a Salvador que no pensara más en aquellos sueños, y en tono jocoso dijo antes de cerrar la puerta:

-Y si es verdad que te sueñas el futuro, entonces sueña conmigo y con mi hija. Pero, por favor, que sea algo bueno, sí?

 

 

 

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