Las hormigas consideraron conveniente dejar a la rosa sola, contentas, en el fondo, porque aunque insignificantes y viviendo en bola, ellas sí podían amarse a pesar de su vida laboriosa y poseían corazón, aunque muy pequeño, pero de capacidad asombrosa.
-Es tan bella, que me da pena que se marchite -murmuró una hormiga con voz queda y triste.
Esa noche, la luna no alumbró pues solidaria se eclipsó, el búho se durmió y el ruiseñor no cantó.. La doncella tampoco suspiró, el poeta no escribió...pues la rosa, jamás la cabeza levantó.
Dios escuchó el lamento de la flor y después de mucho pensarlo, decidió darle una oportunidad en el amor. Con polvos de estrella y vapores de nube fue convertida en una avecilla de plumaje suave que levantó el vuelo segura dispuesta a ir tras el amor que siempre perdura. Por eso, se marchitan desde entonces: cumplen su misión y después su tiempo vence.
Un día, al mirar hacia el lugar que ocupaba, la encontramos marchita, arrugada y fea. Es que se ha marchado llevándose consigo su belleza rara llena de candor dejando en su lugar pétalos sin vida y ramas sin color.
Tal vez, junto a la flor halles una diminuta pluma. Guárdala con cariño y celo como si se tratase de un pedazo de luna. Seguramente, se desprendió del ser alado cuando, presurosa, levantó el vuelo en busca de un enamorado. Ahora la rosa no es tan solo un adorno sin corazón, es también un alma en alborada llena de efusión.
-¡Levántate rosa! -gritaron al unísono todos los seres- Levántate y vuela hasta el cielo pues libre eres.
Elena Ortiz Muñiz