Al llegar a la capital, Juan no tenía ninguna idea de cómo lograría vivir solo en la ciudad, su único familiar era Héctor, un tío que hacía poco tiempo llegó a la ciudad. Inmediatamente se bajo del tren, Juan se dirigió a la primera iglesia que encontró, rezo dos padrenuestros y se santiguo. Ahora tenía que buscar a su tío Héctor.
Héctor vivía en un pequeño cuarto en lo que antiguamente era una casa de familia rica, ahora era un inquilinato más del centro de la capital. Todo había cambiado luego del 9 de abril. Al tocar en la puerta del cuarto de su tío, Juan sintió que su mundo cambiaria, todo era bonito pero estaba muy descuidado, al contrario de cómo era en su casa. El tío Héctor abrió.
-Quiubo mijo, no lo esperaba hasta dentro de una semana, pero siga. Aquí lo único que le puedo ofrecer es un asiento, siga mijo.
-Gracias tío, veo que si recibió el telegrama de mamá, ella le manda saludos.
-¿Como esta?
-Bien, ya sabe que desde que mataron a mi papá lo único que hacemos es trabajar como burros, malditos rojos, si pudiera los mataría a todos.
-Cuide sus palabras mijo, aquí no es como en el pueblo, aquí no solo hay gente “buena”, aquí hay de todo mijo, cuide sus palabras. Pero bueno, que piensa hacer mijo.
-No se tío, lo que sea, sumerce sabe que uno hace todo lo que a uno le manden. Desde que se pueda y mi Diosito deje.
-Mijo, eso era lo que yo quería oír. Acompáñeme afuera, tengo hambre y tengo que decirle algo.
Caminaron unos minutos hasta un parque donde parecía que estuvieran solos, solo al cabo de unos minutos sintieron que alguien se acercaba.
El tercer personaje en escena aparece, es un hombre muy elegante, lleva un traje azul con rayas blancas, un sombrero de ala y unos bonitos zapatos de charol.
-¿Quién es este? Usted ya sabe que esto es un secreto.
-Tranquilo, Juan es mi sobrino y quiere entrar en el negocio.
-Héctor, ya sabes que esto es muy serio y peligroso.
-Don Matías, eso no me lo tiene que repetir. Yo lo sé de sobra.
-Allá usted, desde que este niñito no sea sapo o se moje en los pantalones todo está bien. Pero puede que tenga un trabajo donde necesito alguien que no sea muy aguerrido, ¿El niño sabe leer?
-Mijo ¿Que tal sabe leer?
-Pues se leer, pero garabateo muy mal.
-Eso es suficiente. Dentro de poco llegaran instrucciones y usted necesitara quien se las interprete.
-Entonces, ¿está contratado?
-Sí, pero no va a trabajar con usted el va a llevar las cuentas de una lavandería.
-¿Como así?
- Si, es un trabajo temporal pero importante, de todas formas es importante, y no siendo más espere las instrucciones de mañana, por el momento mande al niño a esta dirección, hasta mañana.
La despedida fue corta y seca.
José llego temprano a la lavandería, le dijo al dueño que era el recomendado de don Matías y de inmediato le dieron un cuaderno que tenía nombres en rojo, nombres en azul y nombres en negro,
-¿Que significan los colores?
- No mucho, los rojos son los que mandan a lavar un pantalón, los de azul una chaqueta y los de negro son los que mandan a lavar el vestido completo.
-¿y el número que va después del nombre?
-Eso significa cuantos días tenemos para entregar la prenda.
Con esa información más la indicación de que tenia que actualizar ese cuaderno todos los días con una lista que le enviaban desde un pueblo cercano que no tenia lavandería, José se dedico entusiastamente a su labor. A las pocas semanas y tras ahorrar unos cuantos centavos, compró por primera vez en su vida un periódico de la capital del día, en su pueblo llegaban con días y hasta semanas de retrazo; lo devoro de cabo a rabo, leyó todo; pero lo que más le causo impresión fue el hecho de que reconoció algunos nombres dentro del obituario.
No logro recordar de momento donde los había escuchado, pero se le hacían muy familiares; en especial uno, Hermes López Dueñas, no solo por lo sonoro sino porque haciendo memoria recordó que no lo escucho en algún lugar, lo había leído.
La semana transcurrió sin más detalles, su tío se la pasaba fuera, llegaba constantemente por la noche o la madrugada, y para José le era muy extraño que llegara agitado y que nunca más desde el primer día de su encuentro le volviera a hablar.
Al mes de su llegada a la capital se le hizo costumbre y también algo extraño que cada vez más los obituarios le fueran familiares; hasta que un domingo olvido en la lavandería su periódico; no lo había leído y tenia mucho tiempo libre y pocas cosas que hacer por lo que decidió volver a recuperarlo y por que no saludar a su amigo Paco, que era como el portero del edificio, solo que era un muchacho de unos doce años que quedo huérfano desde el día de la revuelta y que el señor Álvaro, el dueño de la lavandería, le daba unos centavos y tal cual comida por cuidar que nadie entrara a robar.
-Que más Paquito, ¿mucho trabajo?, o como siempre sacándole las monedas de los parquímetros.
-Hola misio José, no que va aquí más aburrido, pero ¿Qué se le ofrece?
-Nada especial, lo que pasa es que se me quedo el periódico y estaba cerca, por eso vine a ver si podía entrar y sacarlo rapidito.
-Tranquilo misio José, aquí no hay nadie ni nada los domingos, esto parece cementerio de pueblo, dentre no mas que’so no hay problema.
José entro y saco el periódico, pero le causo curiosidad que la libreta de cuentas estuviera abierta, se acerco y la ojeo, algo andaba muy mal.
Al ojear un poco más se fijo mucho en unos nombres que estaban tachados, todos eran nombres que estaban en negro, y todos llevaban un mes desde que se les entrego su pedido.
Pero lo que más llamo su atención fue un nombre, Hermes López Dueñas, y de nuevo trato de recordar donde lo escucho.
A su memoria llego ese día en el parque leyendo su primer periódico, Hermes López Dueñas, ahora recordaba bien en donde leyó ese nombre tan extraño, el lo escribió unos días antes de que su obituario fuera escrito. Pero a su parecer era una cruel coincidencia del destino.
Pero esa coincidencia se le hizo cada vez más frecuente, razón por la cual llevó un registro paralelo de los nombres en negro y lo comparo con los obituarios del mes siguiente.
Y para su sorpresa encontró que de trece nombres de la lavandería diez estaban muertos. Y al seguir indagando cayó en la cuenta que los nombres en negro alguna vez estuvieron escritos en rojo, el creía que los clientes eran fieles a su lavandería, pero esto le hizo pensar que algo extraño pasaba dentro de la lavandería.
Dos días después, le pregunto a don Álvaro sobre aquella coincidencia, para tantear el terreno y, por que no, descubrir aquello que ocultaba la lavandería.
-¡Que me estas diciendo! No puede ser que mis clientes se mueran, eso me perjudica, de donde te voy a pagar, no me había percatado. No puedo creer que eso me este sucediendo.
Y salio dando gritos y palmotadas al aire, dando la impresión que era algo fatal para el y para su empresa.
A José le pareció algo sobreactuada su reacción y se pregunto, si sus clientes morían tan seguido, ¿Cómo no se dio cuenta de ello antes?
Pero el trabajo le hizo cambiar de pensamientos y le atrajo fuertemente la atención la lista que llegaba desde el supuesto pueblo vecino.
La leyó muy concienzudamente y para su sorpresa, todos los clientes estaban en negro, copio la lista en el cuaderno de la lavandería y también en su cuaderno.
Esa misma noche su tío llego más agitado que nunca, estaba jadeante y corrió al baño, José se intrigo muchísimo.
Cuando su tío salió, se acostó rápidamente, y le dijo con una voz entrecortada “Cuídese mucho mijo, cuídese”, y se durmió.
José entro al baño y vio una toalla llena de sangre.
El domingo llego y José se dedicó a ordenar todo lo que había conseguido sobre las muertes y la lavandería, no se extraño pero si se asusto de la cantidad de coincidencias que tenía enfrente.
La lista del pueblo vecino solo tenia nombres en negro; los nombres de esa lista estuvieron por lo menos tres o cuatro semanas en la lista azul; ningún nombre rojo se repetía; los nombres azules que tenían cuatro o cinco semanas entraban a la lista negra; y finalmente la lista de obituarios era casi idéntica a la lista negra.
La conclusión era obvia, quien entraba a la lista negra moriría, además estaba la sangre en la toalla de su tío, la recomendación que este le hizo, la evasiva de don Álvaro a su pregunta, la relación de don Matías con los empleos de ambos.
Era el momento de llegar al fondo del asunto.
Decidió preguntar a la gente que conocía dentro de la lavandería, y las respuestas más comunes eran “No me pregunte a mi” y “Mejor no pregunte”, pero de vez en cuando oía “Si el rió suena…”.Algo no encajaba, la cantidad de ropa que lavaban era poca y su lista era grande; y se lo dijo a modo de comentario a don Álvaro; “que va mijo es que también tenemos otro local en otro pueblo”.Esa fue la gota que reboso el vaso, se dio cuenta que todo era mentiras, que era una fachada para cubrir las muertes y que la lista del otro pueblo era la forma sutil de hacerles llegar la orden de muerte a quien ellos decidieran.
José empezó a afanarse y quería salir corriendo, pero se calmo y tomo una decisión, se iría lo antes posible de esa lavandería.
Esa noche fue muy extraña, su tío estaba en la pieza antes que el, lo saludo y le dijo que si salían a tomara algo.
-Vamos mijo, hoy me pagaron un negocio atrasado.
Su cara no demostraba lo mismo, estaba como triste y a la vez resignado.
-Mijo, tome, cómprese una botella de aguardiente y lo que usted quiera. Le dio un billete de cinco pesos.-Apúrese y no vamos por ahí a hablar un rato.
José se compro dos botellas de aguardiente y se las entrego a su tío.
-Vamos mijo, allí en esa esquina hay una banca, vamos.
La conversación fue nostálgica, ambos hablaron sobre los recuerdos de su pueblo y su familia, Héctor le contó como había perdido a su esposa y a sus hermanos, le contó porque se fue del pueblo.
-Por eso estoy aquí, pero vamonos pa’ la pieza, ya es tarde y usted tiene que madrugar.
Los dos, tío y sobrino, Héctor y José, caminaron, ebrios y abrazados; sin rumbo, José no sabia ni donde estaba parado. Pensaba en todo lo que descubrió, los muertos, la lista, su tío, su mamá, el mismo, don Matías, don Álvaro, Paquito; pensaba y pensaba hasta que se cayó, o mejor dicho su tío lo soltó.
Se incorporo como pudo y miró a su alrededor, no reconocía nada, estaba como en su pueblo, en un gran pastizal, pero olía a porqueriza, le pareció escuchar a su papá, ¿era un sueño?, ¿que estaba pasando? Y finalmente vio a su tío llorando.
-¿Qué pasa Tío?
-Tengo que matarlo mijo.
La borrachera se le despejo con esa frase. José sintió que todo el mundo se le volvía negro y mal oliente; miro de nuevo a su alrededor y vio que estaban a la orilla de un rió de mierda, una alcantarilla, probablemente era el desagüe del matadero.
-¡Que dijo tío! Es una broma, ¡me va a matar!
-Si mijo, tengo que matarlo, no debió preguntar cosas que no le interesaban.
- ¡No tiene que matarme! Ya no voy a preguntar nada, me voy a ir a otro lado.
-No importa, ya sabe mucho y no lo van a dejar ir así de fácil. Y si lo dejo vivo y seré el que tenga que irme o el que muera.
Bang.
Era raro, José nunca creyó que fuera a morir ahogado en un rió de mierda, no sintió que le hubieran disparado, pero sintió como si una mula le diera un patadon en su pecho.
Escucho a su papá, estaba en su casa, todo olía a campo, a tierra fresca; pero el tenia mucho sueño, tenia un cansancio de todos los años que su mamá sufrió por criarlo, el cansancio que tuvo con sus hermanos por no poder salvar a su papá, el cansancio de conocer más de lo que debió saber.
José se rindió, le gano el cansancio y cerro sus ojos.