-Mijo, tome, cómprese una botella de aguardiente y lo que usted quiera. Le dio un billete de cinco pesos.-Apúrese y no vamos por ahí a hablar un rato.
José se compro dos botellas de aguardiente y se las entrego a su tío.
-Vamos mijo, allí en esa esquina hay una banca, vamos.
La conversación fue nostálgica, ambos hablaron sobre los recuerdos de su pueblo y su familia, Héctor le contó como había perdido a su esposa y a sus hermanos, le contó porque se fue del pueblo.
-Por eso estoy aquí, pero vamonos pa’ la pieza, ya es tarde y usted tiene que madrugar.
Los dos, tío y sobrino, Héctor y José, caminaron, ebrios y abrazados; sin rumbo, José no sabia ni donde estaba parado. Pensaba en todo lo que descubrió, los muertos, la lista, su tío, su mamá, el mismo, don Matías, don Álvaro, Paquito; pensaba y pensaba hasta que se cayó, o mejor dicho su tío lo soltó.
Se incorporo como pudo y miró a su alrededor, no reconocía nada, estaba como en su pueblo, en un gran pastizal, pero olía a porqueriza, le pareció escuchar a su papá, ¿era un sueño?, ¿que estaba pasando? Y finalmente vio a su tío llorando.
-¿Qué pasa Tío?
-Tengo que matarlo mijo.
La borrachera se le despejo con esa frase. José sintió que todo el mundo se le volvía negro y mal oliente; miro de nuevo a su alrededor y vio que estaban a la orilla de un rió de mierda, una alcantarilla, probablemente era el desagüe del matadero.
-¡Que dijo tío! Es una broma, ¡me va a matar!
-Si mijo, tengo que matarlo, no debió preguntar cosas que no le interesaban.
- ¡No tiene que matarme! Ya no voy a preguntar nada, me voy a ir a otro lado.
-No importa, ya sabe mucho y no lo van a dejar ir así de fácil. Y si lo dejo vivo y seré el que tenga que irme o el que muera.
Bang.
Era raro, José nunca creyó que fuera a morir ahogado en un rió de mierda, no sintió que le hubieran disparado, pero sintió como si una mula le diera un patadon en su pecho.
Escucho a su papá, estaba en su casa, todo olía a campo, a tierra fresca; pero el tenia mucho sueño, tenia un cansancio de todos los años que su mamá sufrió por criarlo, el cansancio que tuvo con sus hermanos por no poder salvar a su papá, el cansancio de conocer más de lo que debió saber.
José se rindió, le gano el cansancio y cerro sus ojos.