José Carlos no le dio gran importancia al cuarto; ese era ya su departamento. Lo sabía, lo sentía.
Después de que la mujer, Angelita, decía llamarse esta, le mostró las dos recamaras, el baño y cocina José Carlos fue directamente a la compañía arrendadora y en dos días tenía ya todos los requisitos cubiertos. Finalmente tenía un departamento para él sólo.
La mudanza fue cosa sencilla. Comenzó con pasar sus cosas habituales entre él mismo y con l ayuda de un amigo de la universidad. Para la cama televisión, y algunos muebles contrató a una pequeña camioneta de mudanzas, que dado la cercanía del lugar, no le cobró gran cosa. Finalmente todas sus cosas estaban ya regadas por el departamento y listas cada una para ocupar su lugar. Mario estaba tirado en la cama boca arriba mientras José Carlos acomodaba sus compactos y algunos libros. En sí, Mario no había ayudado a cargar lo mas pesado; todo lo contrario. Pero ahí estaba, reposando en la cama de su amigo como si él hubiese subido los cuatro pisos cargando la base de madera de la cama en la que estaba.
- ¿Y para cuando la fiesta Carlitos?
José Carlos estaba acomodando sus compactos; alfabéticamente, como siempre, como a él le gustaba. Ese era, tal vez, una de sus mayores fijaciones: sus cosas, las de él realmente, deberían estar acomodadas según como él lo quisiera. Según su experiencia, después de la fiestas no era la resaca lo que más dolía, sino el tener que acomodar todo tal y como estaban antes de. Volver a acomodar compactos, videos, el estero, libros, todo, eso era lo que realmente le fastidiaba.
- Pues la otra semana- dijo volteando hacia Mario rápidamente y regresando a sus compactos. Apenas estaba en la A, y entre Aerosmith y Alanis Morrisette la pequeña columna cuadrada iba creciendo.
- ¿Vas a invitar a todos?
- Pues... De hombres a casi todos. De mujeres esas sí, a toditas las del salón.
Mario se incorporó rápidamente. En su rostro había una sonrisa tan libidinosa y siniestra como la del Guasón a punto de quitarle la capucha a Batman.
- ¿Vas a invitar a Rosy, verdad, grandísimo hijo de mala madre?
José Carlos volteó con un reflejo de la sonrisa de Mario.
- ¡Pues claro! ¿Quién crees que va estrenar mi cama y mi cuarto?
- Y pues ya te tocará estrenar a ti. Ya sabes lo que dicen los compañeros. Rosalilia está intacta y sin experiencia.
- Y... esperando quien le enseñe. Como quien dice: yo.
- Y la niña muriéndose por ti. Eres un grandísimo cabrón suertudo.
- Lo sé, lo sé.
José Carlos regresó a sus compactos y Mario volvió a acostarse. Después de unos segundos sin decir nada, volteó a ver a José Carlos y le preguntó:
- Oye... ¿Y para mi qué?
- Pues lígate a Maya. Si quieres te presto el otro cuarto- dijo José Carlos sin voltear.
Mario soltó un "¡JA!" que resonó en todo el departamento.
- ¿Maya? ¡Sí como no! No me pides nada. Esa niña es casi, casi inalcanzable. Dudo mucho que quisiera perder, ella también, su virginidad, suponiendo que aun la tenga, conmigo. Además no sabría como abordarla, con eso de que solamente se tratar a putas, verás que una niña de esas se me hace bastante difícil.
- Pues inténtale. Qué pierdes. A lo mejor al calor del tequila siempre sí se deje.
- No lo sé. A lo mejor y como dices, al calor del tequila. Oye y qué no tienes vecinas aquí.
- No. Solamente este departamento y el de enfrente están ocupados; y el de enfrente es de un abogado, creo.
- ¿El 102? - preguntó Mario sonriendo.
José Carlos volteó.
- Sí, caramba, el 102. Pero que grandísima estupidez esta de poner la numeración al revés.
Mario quiso saber a que se debía la extraña numeración de los departamentos. José Carlos no lo sabía; no había querido cruzar muchas palabras con la lúgubre portera. Mario estuvo de acuerdo en que lúgubre era la palabra que mejor definía a la mujer que abría la puerta del edificio.