Y mientras se bañaba tuvo la fuerte sensación de que lo espiaban. Incluso mientras se enjuagaba el cabello le pareció ver un rostro que se asomaba por la cortina del baño y lo miraba. Específicamente le miraba los genitales. Tal fue la impresión que lo primero que hizo fue cubrirse sus bajos como si de verdad alguien lo estuviera observando.
Procuró tranquilizarse y seguir con su rutina.
Aquel día estuvo tranquilo. Se la pasó casi todo el tiempo en la universidad. Se encontró a Mario en una clase, este no le hizo comentario alguno acerca de lo del día anterior. Después comenzó a correr la voz de su nuevo departamento y, junto con otros amigos, comenzó a organizar la fiesta. La idea de la fiesta les agradó todos y en especial a Rosalilia que no dejaba de mirar a José Carlos con una sonrisa en el rostro.
De piel blanca y ojos marrón, expresivos, con una cara de niña hermosa que la hacía lucir, realmente, como una niña pequeña, Rosalilia había sido del agrado de José Carlos desde el primer día de universidad. Le habían encantado sus ojos y su pequeña y fina boca, su cuello que, por alguna razón, era de esos que en cuanto se ven dan ganas de besarlo. Claro que la pequeña cintura también era del agrado de José Carlos, así, aun mas, sus pechos medianos pero voluminosos eran muy agradables a la vista, y ni que decir de sus redondas y bien formadas caderas.
Y ella no se portaba indiferente con él. Eso era notorio.
El plan quedó armado y la fecha de la fiesta quedó marcada para el viernes de esa semana. Todos los amigos de José Carlos, y él mismo, estaban muy emocionados. Nadie se podía atrever a imaginar que, para el miércoles de esa misma semana José Carlos estaría rindiendo declaración, de lo que pareciera una locura, ante un agente malhumorado.
Esa noche José Carlos cayó en su cama tan agotado como en los días en que entrenaba lucha grecorromana desde las cuatro de la tarde hasta las siete y media de la noche. Tenía la firme intención de terminar de acomodar todas sus cosas, pero estaba tan agotado que lo único que atinó a hacer fue a sacar todas las cosas de sus maletas y cajas restantes y dejar estas tiradas enfrente del closet donde irían acomodados. Cerró los ojos con la imagen de Rosalilia enfundada en unos pantalones a cuadros que, según él, le hacían lucir más su trasero, y con esa sonrisa de niña inocente. No recordó cuando perdió el conocimiento en la cama. Sin embargo, esa noche soñó, o al menos eso pensó él al principio, y aunque al día siguiente todos sus recuerdos eran borrosos, poco a poco fue recordando todos los detalles.
José Carlos no abrió los ojos inmediatamente. Al fin de cuentas era sólo un sueño. Eso creyó en ese momento.
Pudo sentir como alguien se apoyaba en su cama, junto a sus pies. Dos brazos y unas manos hundiéndose en el colchón. Después como subía su rodillas a la cama lentamente, como si no quisiera despertarlo; pero José Carlos era conciente, o al menos lo era de que estaba en ese estado en el que no se está ni totalmente dormido, ni totalmente despierto. Entre sueños, diría su papá. Y en ese estado, él sabía que ese alguien que se estaba subiendo su cama era una mujer y estaba desnuda. Él estaba destapado, aunque estaba seguro que antes de dormir se había tapado hasta la barbilla. Solamente llevaba unos boxers verdes; su cuerpo, marcado por los años de deporte, estaba al aire libre. Sintió como aquella mujer le rozaba las piernas con sus rodillas, como le acariciaba suavemente sus piernas libres de vello. Las manos de la mujer tocaban todo el cuerpo de José Carlos, le tocaba el abdomen como queriéndose asegurar que tan duro estaba, después su pecho. Finalmente le acarició la cara en un gesto que parecía que ella no podía creer que el viril joven que estaba en la cama fuera real. Le pasó sus dedos por los labios y José Carlos los besó. Los dedos de la mujer estaban helados, al igual que todo su cuerpo. No sentía calor corporal, sino frío. Era como si la ventana estuviera abierta y una fina ráfaga del viento de la madrugada se metiera y lo acariciara. La mano de la mujer pasó rápidamente, de su cara hacia el resorte de sus boxers. Jugó un rato con la parte elástica d e la prenda y después se metió debajo de esta. Le acarició el vello púbico y esto fue suficiente para que José Carlos se excitara. Ella le tomó el miembro erecto y él no pudo evitar emitir un gemido. A pesar de que la mano de la mujer estaba fría, la erección no se menguó en ningún momento. José Carlos sintió como le apretaba el falo de manera delicada y como comenzaba a subir y a bajar. La mano apretaba deliciosamente y a ratos soltaba el pene para acariciarle los testículos que ya estaban pegados a su cuerpo. Ella se acostó sobre él. Y él pudo olerla. Era un aroma parecido al de la tierra mojada después de una calurosa tarde de verano; sin embargo, tenía un dejo a humedad que sobresalía por el aroma a tierra empapada por el rocío. Y ese olor era persistente, en algún momento pareció que la humedad cambiaba por el olor de algo podrido.
José Carlos pudo sentir los pechos redondos y grandes de la mujer, sus pezones pequeños y duros por la excitación pegados a su cuerpo. Las bocas se encontraron y las lenguas comenzaron a pelear entre ellas. José Carlos buscó el sexo de ella y lo encontró rápidamente; era un camino que él ya conocía. Estaba húmedo; a pesar de la frialdad de esa mujer, él podía sentir la humedad lubricante proveniente del más sensible de sus interiores. Ella le soltó los genitales y le quitó el boxer. Se puso sobre él, le agarró de nuevo el pene para dirigirlo bien y comenzó a bajar poco a poco. Un gemido más. José Carlos sintió como ella se hacía penetrar lenta y cuidadosamente como si se tratara de una disección. Ella gimió también; él no la escuchó, pero lo supo. Y ella comenzó a moverse. José Carlos llevó sus manos a los senos de ella y comenzó a acariciarlos. Ella le tomó las manos y fue dirigiendo el ritmo de las manos de él. Se movía despacio, gozando cada fricción del pene dentro de ella. José Carlos dejaba por ratos sus senos y se iba a las nalgas; duras y bien formadas; como las de Rosalilia. Ella gemía a la par de que aumentaba el ritmo.
José Carlos abrió los ojos con el temor de que aquel sueño húmedo desapareciera.
Pero no ocurrió.
Era Rosalilia quien estaba encima de él moviéndose rítmicamente y disfrutando la penetración. Su pequeña boca estaba ligeramente abierta. José Carlos podía ver las vaharadas que le salían y se perdían en la penumbra del cuarto. Hasta entonces él fue conciente de que la temperatura en el cuarto había disminuido, él también veía su propio vaho salir y desaparecer. Y hasta entonces fu conciente de que a pesar de la oscuridad podía ver a la mujer que estaba encima de él. José Carlos llevó sus manos al rostro de ella y lo acercó al de él. La besó y cambió de posición. Llevó, nuevamente, sus manos a las nalgas de ella y la levantó. La puso debajo, apoyó sus manos a los costados de la mujer y esa vez, él comenzó a moverse. Ella cerró los ojos y abrió mas la boca; se arqueó levantando sus largo y hermoso cuello. José Carlos no se resistió y se acercó a besarlo. Estaba frío pero no le importó.
- Rosalilia- le murmuró al oído.
Ella dijo algo, pero José Carlos no le escuchó.
José Carlos comenzó a moverse más rápido y ella comenzó a gemir más y más. Rosalilia, o la mujer que se parecía a ella, lo abrazó y lo apretó, José Carlos pudo sentir como el orgasmo explotaba haciéndola casi gritar y mojándolo a él. La mujer lo arañó en la espalda. José Carlos pudo sentir las uñas hundiéndose bruscamente en la piel.
Ella murmuró algo.