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-         ¿Vas a mi casa en la noche para hacer la tarea? –le dijo Alicia a Miguel

-         Puede ser –respondió.

-         Ya pues, que sea a las ocho.

-         Listo. Y ya no pongas esa cara.

 

Y  sintió su mano rozando su mejilla. Sus ojos volvieron a brillar como linternas, se mostró engreída y sonrió. Miguel, haciéndose el sumiso, le dio un chocolate.

 

En el recreo, salieron abrazados a comer. Lleno de atenciones, invitó los antojos y hasta la acompañó a la biblioteca a retirar los libros que usarían en la tarea. A la salida, la acompañó hasta su casa y puso los materiales en su mesa. De pronto, un mensaje a su celular.

-         Me necesitan en casa – excusó

-         ¿Para qué? –interrogó ella

-         Quieren que les ayude a mover unas cosas –continuaba

-         ¿Cosas de qué? –insistió

-         No sé, ya los conoces…

-         Que pesados…

-         Bueno, amor, puedes ir leyendo. Voy, como que ceno, y regreso a las ocho como quedamos.

-         No, quiero…

-         Ya pues. Regreso, ¿ya?

 

Y se fue.

 

Alicia comenzó a leer. Sobre su tarea se decían muchas cosas en los libros. Extrajo un resumen sustancioso luego de hojear varias enciclopedias; y miró el reloj: eran las doce de la noche. Y ni cuenta se había dado.

 

Su comida, aún servida en la mesa, se había enfriado. Fue a la cocina y guardó la avena en el refrigerador, pues y no tenía apetito. Su paciencia y su angustia no dieron más: fue a su teléfono.

 

Las cinco veces que insistió,  el celular le respondió con la contestadota automática. En la última, le dejó un mensaje:

 

“¿Amorcito, dónde estas? Ya terminé la tarea, te estuve esperando. Llámame tan pronto como puedas.”

 

A la una de la mañana estaba en su cama. Boca arriba, tapada, miraba el cielorraso de su cuarto, sin pensar en nada, sólo flotando. A las dos, se durmió.

 

La mañana la recibió con el día en llovizna. Llegó tarde al aula, pues se había levantado tarde; y Miguel la esperaba, muy molesto por su impuntualidad.

 

-         ¿Qué paso? – le dijo.

-         ¿Qué pasó contigo? – respondió ella

-         Estuve ocupado y me ganó la hora

-         Cualquiera avisa

-         Me cortaron la línea y no tenía crédito en mi celular.

-         ¿Y los locutorios para qué están?

-         Me ganó la hora, Alicia. Punto.

-         Dejé un mensaje en tu celular. ¿Tampoco lo oíste sonar?

-         ¿Cuál mensaje?

-         Revísalo. Debes tener llamadas pedidas…

-         No lo he encendido, se descargó la batería…

-         Tienes razón –añadió-. Aquí hay cinco llamadas perdidas. Disculpa, amor, debí avisarte.

 

Alicia no respondió. Luego de un rato, Miguel añadió:

 

-         Bueno, la tarea es para mañana. En la noche me mandas los datos a mi correo. Yo devuelvo los libros a la biblioteca. ¿Te parece?

 

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