(Cuando tú no estás)
La soledad es cuando uno oye mejor el sonido del reloj que llevamos por dentro y se asombra de que siempre esté adelantado. Al menos el mío. La soledad viene a mi sólo cuando tú no estás, porque entonces es más fuerte. La presiento exactamente en el momento en que entra, sin tocar puertas o ventanas, y se sienta en el sillón de los cuentos de nunca acabar.
Dicen que el oído es el órgano de los sentidos que nunca descansa, y es verdad, por eso la oigo cuando estoy despierto y aún cuando estoy dormido porque es una voz que manipula mis recuerdos. No los tuyos, porque se disolvería en ellos, sino los míos, los que más duelen. Ella es para mi una mujer celosa que me defiende de todo aquello que pueda alejarla de mi mente. Para ella no existe la premura, ni tiempo de espera, ni arena en un reloj, siempre está allí. Aunque sólo es capaz de tejer el pasado existe siempre una ventana, para el futuro, donde no ves el Destino, sino el futuro de los recuerdos como uno mismo quisiera que hubieran sido.
Lo sé, todos los que ella visita lo saben e inevitablemente abrimos la ventana y echamos un vistazo a lo que pudo ser. No hay nadie en este mundo que la pueda dejar a un lado y hacerse de la vista gorda. Ella espera su tiempo, al fin y al cabo tiene muchos a quién acudir que no tienen a quién acudir ellos, pero cuando regresa siempre entra más donde nadie entra, descubriendo nuestros secretos más íntimos y adueñándose de ellos. Y cuando llegaste tú, el dolor y la oscuridad se fueron alejando de mi vida tan suavemente como rápido habían llegado.
Eras como un ángel de luz que se había atravesado en mi camino espontáneamente llenando de risas y algo de desconcierto lo que siempre había sido mutismo y seguridad. Entonces, el tiempo de la soledad lo reemplacé con tu recuerdo y era yo quién le hacía a ella las historias tan largas y llenas de detalles, como las que ella hace. Entonces se fue, sin prometer regreso, y con ella se fueron los granos de arena de mi reloj de tiempo.
Cuando volvió la primera vez sólo trajo pena y dolor, armas que laceran lamente y la piel, pero no quedan el tiempo suficiente para herir de muerte. La segunda vez trajo el miedo, no el miedo natural que se vence al saber que otros lo han vencido, sino aquel del cual no hemos oído hablar. Ese que se apodera primero del estómago con una sensación de frío que quema, aquel que conoce de nuestras posibilidades e incluso las disminuye, ese que amarra nuestra lengua, tapa los oídos y confunde las imágenes.
El miedo que aún esta aquí susurrándome al oído, que no descansa, el final de la batalla que siempre supe que no podía ganar. Y aunque es difícil vivir con la certeza, es casi imposible vivir cuando tú no estás.