Hoy estoy aquí, parece un hospital... No recuerdo nada, y todo es muy confuso en lo que queda de mi mente. Aún no llego a la mayoría de edad, tengo diecisiete. Mi vida. Mi vida ha sido un desastre. Siempre he preferido consumir que comer. He probado de todo: marihuana, bazuco, cocaína, heroína, pastillas, cualquier cosa que me hiciera olvidar dónde estaba o quién era.
Ahora estoy en una camilla, con un tubo en el brazo, escuchando el pitido monótono de las máquinas. El olor a desinfectante me llena los pulmones, mezclado con algo metálico que no logro identificar. Cuando abrí los ojos por primera vez, no sabía ni cómo me llamaba. Vi un techo manchado y una lámpara vieja que parpadea.
Hay voces fuera de la habitación. Enfermeras que susurran mi edad como si fuera un crimen. Un doctor que revisa mi historia clínica con el ceño fruncido. A veces entran y me preguntan cosas sencillas: mi nombre, si recuerdo qué día es, si sé por qué estoy aquí. Yo solo parpadeo y trato de recordar algo que no duela.
Entre sueños, me llegan imágenes borrosas: una ambulancia. Alguien llorando. Un paramédico que me sostuvo la cabeza. Una mano apretando la mía. No sé si fue real o si lo imaginé todo.
Un doctor me habló con calma. Me dijo que había tenido suerte de llegar a tiempo. Suerte. Qué palabra tan rara para alguien como yo. ¿Suerte de qué? ¿De seguir vivo para sentir este vacío?
Estoy cansado. Tengo miedo. Pero también siento algo más. Una rabia. Una chispa. Una voz que dice: “no más”.
Me arde el cuerpo. Me duele el alma. Pero por primera vez en años, tengo hambre de algo diferente. Hambre de vivir.
Hoy no saldré corriendo. Hoy me quedaré aquí. Aunque sea solo por esta noche. Porque tal vez, solo tal vez, esta noche sea el principio de algo distinto.






