Aquel día fue hermoso y aquellos que le siguieron fueron inolvidables, le declaré el amor que había nacido en mí una noche mientras mirábamos la plateada luna llena apoyados en la baranda en el mismo lugar donde la viera por primera vez, ella no me dijo nada, me miró como solo ella sabe hacerlo pero no me dijo nada y yo nada pude deducir de la mirada incógnita que brillaba en sus ojos.
El viaje duró dos semanas, las dos semanas mas felices de mi vida, viví como si fuese aquella mi propia familia, yo, que jamas pensaba en encadenarme a un hogar, si ella hubiese dicho solo una palabra, allí mismo renegaba de mis pasadas convicciones y unía mi vida a la de ella, sin ningún reparo.
Una mañana que llegamos a costas mejicanas ella me dijo adiós, tomó otro barco y se fue, solo su dulce niña se dio la vuelta para despedirse, y con aquella espontaneidad que solo los niños poseen, me mandó un beso desde las escaleras que las alejaban de mi vida. Y desde aquel amanecer que su barco partió vivo constantes horas de tormenta, envuelto en un mar embravecido por la melancolía y el amor, recordándola, amándola, sintiéndola con mas fuerza a cada minuto.
Por eso me recluí aquí, en esta solitaria isla, donde nada me quitará su recuerdo, donde nadie me dirá que ella ya tiene dueño.
F I N