Su voz de poco estrógeno repintó el entendimiento del flaco, que remontó las pupilas en el cauce de una mirada débil hacia mí.
- Gordo, casi pelo el bollo- me dijo tratando de sonreír, en hernia directa a la comisura derecha.
Más que una risa, se le treparon a la frente todas las arrugas de la cara en un sólo nudo gris, como una torcedura de alma.
- Me asustaste flaco- le respondí- ¿Cómo te sientes?.
- Bueno, mejor- aceptó en un parpadeo de casi desvanecimiento- , aunque no bien, debí haber obrado la vida...
La enfermera y yo cruzamos miradas de complicidad ratificada.
- Eso te salvó- le dije, sonriendo a la mitad, y el resto bajo una tristeza hermética.
- Bueno, entonces vale- aceptó con la serenidad típica del ausente.
Cualquiera diría que la lavativa le cambió el estilo de vida porque desde entonces no volvió a exigir "cosas"; yo todavía sustento la teoría de que más que la lavativa de por sí, fue el roce con la muerte lo que lo cambió. Como fuere, su supervivencia compró mi conciencia y no tuve más remordimientos.