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Dígase lo que se diga, jamás había existido problema semejante, ¡vaya! Ni siquiera algo que pudiese considerarse extraño, y no había ninguna razón para ello.


Dentro del esquema habitual y preciso que se iba conformando segundo a segundo en el singular mundo donde se desempeñaba, no había ocasión para ningún error, sin embargo, algo extraño estaba ocurriendo y, precisamente, ese era el problema que hoy afligía a la Muerte, problema que, en forma ominosa se reflejaba en sendas llamaradas que brotaban de las oscuras cavernas de sus ojos.


En realidad, la muerte se encontraba en un aprieto, ¡En un verdadero aprieto! y no era para menos, si un rayo hubiese caído junto a ella, no la hubiese cimbrado en tal forma.


Para ser sinceros, la Muerte reconocía que, en cierta forma, ¡solo en cierta forma! Tal vez, en ella había algo de culpa al respecto.


¡Un ser humano extraviado! –musitó la muerte- ¡Vaya problema! Y un estremecimiento sacudió su osamenta.


Desde el principio de los tiempos, la Muerte se había habituado a una simple rutina y, parte de esta rutina, por supuesto, incluía toda clase de imponderables a los que se había acostumbrado con el tiempo.


Los zafarranchos, los tumultos, los sismos, las guerras. Todo esto formaba parte de los –gajes del oficio- como ella solía llamarlos in-mente cuando le daba por recordar algún pasaje de su existencia.


Una piedra sin dirección, una bala perdida, un obús mal dirigido, un desplome inoportuno. Todos estos detalles estaban comprendidos dentro de su oficio, un oficio un poco sui—generis si se quiere, pero un noble oficio, sin duda,


Sin embargo, lo que había descubierto apenas unos momentos antes, la había dejado anonadada a grado tal que, de tener la capacidad de exteriorizar sus emociones, habría quedado ¡lívida de muerte!.


Su cerebro, al borde del desquiciamiento, analizaba, evaluaba, desechaba  y reordenaba sus pensamientos y siempre llegaba a la misma conclusión. ¡Imposible, imposible! –se repetía- al tiempo que sus pasos nerviosos retumbaban de horizonte en horizonte, al igual que dos yunques fantasmas forjando eternidades.


Los dedos de sus manos se entrecruzaban entre sí en movimientos espasmódicos haciendo crujir sus coyunturas cuyos sonidos óseos llegaban vibrando hasta la negrura de los abismos siderales.


Sentóse sobre una roca en el interior de la inmensa caverna por cuya entrada, los rayos del Sol, en su agonía, penetraban tímidamente, como temiendo importunar en las elucubraciones del arcano personaje.


Después de meditarlo profundamente, la Muerte llegó a la conclusión de que, para resolver el problema que estaba a punto de enloquecerla, debía de observar desde una perspectiva imparcial el meollo de la cuestión.


Una vez analizado este en todos sus detalles, ¡estaba segura! Resolvería el problema, sin embargo, le era absolutamente imposible permanecer quieta por un solo momento. Se incorporó de su improvisado asiento retornando a su frenético deambular.


¿Qué hacer? –se preguntó en voz alta- cuyo timbre reflejaba una tristeza infinita. Contempló los dilatados horizontes que poco a poco se iban sumergiendo en la penumbra y, casi mecánicamente volvió a tomar asiento.


Un doloroso suspiro brotó desde el fondo de sus entrañas, su vacía mirada se perdió en los vacíos de la nada rememorando con nostalgia los milenios idos.


En el principio, todo había sido de una simplicidad infantil. Como era natural, el primer sistema se estableció por nombres, nombres que, por supuesto, ella los tomaba de aquellos que se identificaban con el mismo.


Una forma simple de los entes semi racionales que pululaban en el pequeño espacio que habitaban.


Este sistema podía ser manejado hasta por un niño dada su simplicidad. Mas tarde y. Acorde a los requerimientos, el control se organizó por grupos, grupos que se iban diseminando paulatinamente y ocupando espacios más amplios.


A medida que aumentaba la población humana, se adecuaron otros procedimientos igual de simples. Primero se determinó por tribus y clanes, al paso de los siglos el control se llevaba por razas.


Al disgregarse el género humano, fueron surgiendo seres con otras características, consecuencia esto de los diversos cruces de sangre entre ellos y los indistintos hábitats climatológicos en los que se iban asentando en sus incomprensibles éxodos. Aun así, el control era completamente absoluto e infalible.


Se tomaron otras normas de control en base a Islas, Ciudades y Continentes. El género humano seguía evolucionando.(en su número, claro está) por ello, a cada ente se le asignó como identificación personal una  estrella de la galaxia interior.


Hasta ese momento todo marchaba a las mil maravillas. Y todo pudo haber seguido igual,  sin embargo, el ser humano seguía fluyendo alegremente en cantidades infinitas. ¡Se multiplicaban como conejos! Por tal motivo y, aprovechando los conocimientos de ellos mismos, (que no estaban tan mal) fue preciso elaborar un control adecuado a las exigencias. Un control ajeno a cualquier error, para ello, se implantó la P.C.A. Programadora Cósmica Analítica. El  C. C. P. Contador Celeste Pragmático y, con ellos, el VERCO. Verificador de Cifras Comparadas. Sin embargo,  uno de los “juguetes” –así llamaba la Muerte al conjunto controlador- que acompañaba a estos aparatos, era la Pantalla de Cristal Molecular Suspendido adaptada a un identificador Personal. Este juguete se podía manejar a capricho, con unos simples movimientos de los dedos, enfundados estos dentro de unos dedales electrónicos, se le podía dar cualquier forma y, al mismo tiempo, dar seguimiento, si fuese necesario, a la existencia de cada uno de los mortales desde su arribo a la vida hasta  su desaparición de la misma.


Era un aparato fantástico. Civilizaciones enteras habían desaparecido de la faz de la tierra a través de los milenios pero, sus creaciones seguían vigentes y, ¡Ironía! Para su propio control.


No  cabía duda, si se hablaba de modernidad, la Muerte siempre iba un paso delante de los tiempos. El planeta entero se hallaba en sus manos. Una ojeada aquí, otra más allá y las imágenes de todos los seres vivos desfilaban ante su inquisitiva mirada.


En algunas ocasiones se llegó a interesar por alguno de ellos. Lo encuadraba en uno de los planos periféricos y, desde su observatorio, contemplaba con curiosidad el desarrollo de la existencia de éste ser.


Llegó a encontrar seres maravillosos por su talento, por su creatividad, por algún Don que lo distinguía del común de los mortales y, ¿para que negarlo? Varias veces llegó a chapucear con los lineamientos a seguir con el único fin de alargar la existencia de alguno de los ejemplares digno de su curiosidad.



Los controles de la población humana en cuánto a sus cantidades especificas son perfectos, tan perfectos que, jamás había pasado por la mente de la Muerte verificar la buena marcha de los mismos, éstos, han sido encuadrados dentro del engranaje cósmico, lo que equivale a la perfección, tan es así, que un solo error de la trillonésima parte del átomo, bastaría para desatar una hecatombe Universal.


Pero, hete aquí. De pronto, como salido de la nada, semejante a un malabarismo, ¡vaya! Como por encanto, (encanto maligno, por supuesto) ha surgido el error, la omisión, o, algo que escapa al control de la Muerte, la cual, como ya dijimos al principio, se encuentra en apuros. ¡En gigantescos apuros!. Su cerebro, semejante a una olla de presión a punto de estallar como si miles de ciclones trataran de escapar de su interior, discurre entre caminos disímbolos entre la lógica y la sinrazón. Resopla furibunda, rechina los dientes y, su nerviosismo le lleva hasta los umbrales ilógicos de la locura.


Una vez más y, en contra de su voluntad, pero acuciada por la emergencia de los acontecimientos, vuelve a consultar sus parámetros. Sus manos vuelan sobre los teclados de los distintos aparatos puestos en movimiento en forma inusual. Los número surgen, se desparraman en cascadas aritméticas sobreponiéndose unos a otros y desapareciendo para dar paso a la siguiente ola de guarismos.


Las terminales se tornan incandescentes y, una vez terminadas las ecuaciones aberrantes, los controladores vuelven a arrojar los mismos resultados. ¡Los mismos escalofriantes resultados!. La P: C: A:. Señala  unas cifra y, el C:C:P: tiene otra, lo que significa que existe un error, ¿Un error?. ¡Imposible!. ¿ Imposible ¿.  ¿Acaso los números no demuestran lo contrario?. Ella debería de saberlo, ¡Lo imposible no existe!.


Ahora bien, -se dijo la Muerte- adoptando un aire voluntarioso. ¿Cuál es el problema en sí?. Veamos, si los controles no coinciden en sus cifras de cuantificación, lo que jamás debería de ser, nos lleva a la lógica conclusión de qué, una unidad del género humano que, según los registros de la P. C: A: ha sido dada de baja, el C.C.P: la tiene considerada como ( activa ). Creo que no es necesario el averiguar la causa diferencial, -pensó para sí la Muerte- lo que interesa es lo siguiente. ¿Desde cuando existe tal diferencia?.



Desde el momento de la implantación de los controles referidos, jamás pasó por su mente el hacer una evaluación periódica de la confiabilidad de los mismos. (craso error) por tanto, no se había dado cuenta de la palpable  irreconciliación de las cifras.


Considerando todos los esquemas dentro de su lógica imparcial, le era imposible creer que existiera tal diferencia. Con cierto recelo se acercó hasta el VERCO. Con ágiles dedos tecleó sobre los botones de la consola  y en la pantalla luminosa aparecieron las cifras incoincidentes de la P.C.A: y del C.C.P:. Marcando en uno de los ángulos de la pantalla del VERCO la mínima diferencia.


Se dirigió hacía un panel que se hallaba en una esquina de la cueva, tocó uno de los botones y se encendió una pequeña pantalla. Por medio de varios movimientos de sus dedos enlazó todos los controladores a esa sola pantalla, pulsó  un botón que titilaba con su luz de un rojo intenso y, al unísono los controladores comenzaron a trabajar a una velocidad desacostumbrada.


Los números se movían a una velocidad vertiginosa dado que, tenían que ir registrando la desaparición de cada uno de los Entes humanos desde el principio de los tiempos.


De pronto, el fragor de los aparatos quedó en silencio, los números quedaron congelados en la pantalla. La Muerte leyó la cifra con la loca esperanza de que todo se debiera  a una falta de atención por parte de ella, pero, no, los números no mentían.


El próximo paso a seguir era el siguiente. ¿Desde cuando se había dado la diferencia?. Presionó el botón adecuado y una fecha saltó ante su vista lo cual, hizo aumentar su asombro. ¡Dos mil años!,- Un temblor recorrió su estructura ósea. ¿Acaso dos mil años había pasado desapercibido este asunto?. Entonces, esto significaba que existía en la tierra, confundido con la Humanidad, un Ente con dos mil años de edad. Mil novecientos noventa y cinco, para ser más exactos. Un ser que, según datos de la P.C.A: lo consideraba muerto, el C.C.P: lo registraba “vivo”.


Lo que hacía el problema mas escabroso, consistía en lo siguiente,. Hacía casi mas de un milenio que el control por nombres había caído en desuso, simplemente se llevaba el registro acumulando los números  de acuerdo al nacimiento de cada Ser. Se registraba, se archivaba y punto. Claro que no era difícil rastrear el número huidizo, sin embargo,  existía una cuestión de fondo. Siendo el destino inexorable y ella implacable e imparcial, ¿de quien era la culpa?.


La vocecilla que llegó hasta sus oídos la hizo estremecer. ¿Culpable? –se preguntó- ¿Acaso existe algún culpable?. Giró su cabeza como buscando un interlocutor a quien dirigirse. El hálito helado de la soledad le envolvió.


En ese momento, la sombra de todos los milenios  recargaron su peso sobre sus espaldas.


Jamás se había enfrentado a problema semejante, por lo mismo, se sentía rebasada por este acontecimiento.


Volvió a sentarse sobre la roca  que antes le había servido para tal fin. Sus dedos se deslizaban por la superficie de su lustroso cráneo en movimientos rectos y circulares, como sí, con este gesto, fuera a sacar del mismo la solución a su problema.


Después de unos momentos en que sus neuronas estuvieron a punto de fundirse, su ánimo comenzó a calmarse. En todo caso, el problema sí tenía solución.


Pondría a trabajar sus aparatos y recomponerlo todo. Una vez tomada la metodología adecuada, podría identificar al escurridizo Ente.


Se incorporó de su asiento y se dirigió a la gigantesca consola de la pantalla de Cristal Molecular Suspendido, enlazó los circuitos de la P.C.A: y el C.C.P: a la pantalla, al mismo tiempo, adecuó el identificador Personal a la velocidad requerida para  desarrollar el proceso. Así mismo, vació los programas pretéritos en el ordenador y se dispuso a esperar.


Debía de conocer en donde se había verificado el error o la equivocación y, sobre todo, ¿Por qué?.


Los circuitos comenzaron a trabajar  a toda su capacidad. Iba a ser una labor ardua pero no imposible.


La muerte salió de la cueva y dio unos pasos hasta pararse sobre un saliente de la elevada montaña. A lo lejos, la inmensidad del mar reflejaba como un espejo gigante la esplendorosa llama de la luna en toda su plenitud. Hacia la lejanía boreal, las nieves eternas coronaban las montañas que, como el espinazo dentado de un animal fabuloso, formaban un paisaje irreal en todo su entorno.


La muerte volvió a penetrar en sus dominios. A un lado del amplio pasillo de piedra, una llamita inextinguible ardía perezosamente en su pebetero y un aroma de incienso perfumaba tenuemente


El silencio reinaba en el interior, ninguno de los aparatos se encontraba funcionando. Sobre su consola, la inmensa pantalla de cristal molecular se hallaba encendida. Ocupando todo su espacio ¡un rostro!. La Muerte sintió un ligero estremecimiento al contemplar el rostro  del hombre, que desde la pantalla parecía taladrar con su mirada los más recónditos secretos de su mente.


Era un rostro de rasgos nobles. La mirada de sus ojos color miel, reflejaba pureza, ternura, amor, y sobre todo, humildad. En la parte superior de la pantalla, aparecía una cifra formada por varios guarismos, y , en la parte inferior un nombre.


La Muerte contempló por un momento el rostro enmarcado en la pantalla ¡claro! –se dijo para sí- ¿cómo no se me ocurrió antes?, debí haberlo sospechado. Una sonrisa de comprensión resbaló por su comisura ósea.


Se acercó hasta la consola y manipuló varios botones. Ante la pantalla de cristal molecular suspendido, aparecieron los registros incoincidentes de sus controles. Apretó un botón mas, y al momento, las cifras generales coincidieron. Se cruzó de brazos por un momento frente a la pantalla donde el noble rostro del hombre permanecía impasible, el nombre de éste: JESÚS  en pequeñas letras tridimensionales, parecía titilar ante los ojos de la Muerte.

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