Desde el momento de la implantación de los controles referidos, jamás pasó por su mente el hacer una evaluación periódica de la confiabilidad de los mismos. (craso error) por tanto, no se había dado cuenta de la palpable irreconciliación de las cifras.
Considerando todos los esquemas dentro de su lógica imparcial, le era imposible creer que existiera tal diferencia. Con cierto recelo se acercó hasta el VERCO. Con ágiles dedos tecleó sobre los botones de la consola y en la pantalla luminosa aparecieron las cifras incoincidentes de la P.C.A: y del C.C.P:. Marcando en uno de los ángulos de la pantalla del VERCO la mínima diferencia.
Se dirigió hacía un panel que se hallaba en una esquina de la cueva, tocó uno de los botones y se encendió una pequeña pantalla. Por medio de varios movimientos de sus dedos enlazó todos los controladores a esa sola pantalla, pulsó un botón que titilaba con su luz de un rojo intenso y, al unísono los controladores comenzaron a trabajar a una velocidad desacostumbrada.
Los números se movían a una velocidad vertiginosa dado que, tenían que ir registrando la desaparición de cada uno de los Entes humanos desde el principio de los tiempos.
De pronto, el fragor de los aparatos quedó en silencio, los números quedaron congelados en la pantalla. La Muerte leyó la cifra con la loca esperanza de que todo se debiera a una falta de atención por parte de ella, pero, no, los números no mentían.
El próximo paso a seguir era el siguiente. ¿Desde cuando se había dado la diferencia?. Presionó el botón adecuado y una fecha saltó ante su vista lo cual, hizo aumentar su asombro. ¡Dos mil años!,- Un temblor recorrió su estructura ósea. ¿Acaso dos mil años había pasado desapercibido este asunto?. Entonces, esto significaba que existía en la tierra, confundido con la Humanidad, un Ente con dos mil años de edad. Mil novecientos noventa y cinco, para ser más exactos. Un ser que, según datos de la P.C.A: lo consideraba muerto, el C.C.P: lo registraba “vivo”.
Lo que hacía el problema mas escabroso, consistía en lo siguiente,. Hacía casi mas de un milenio que el control por nombres había caído en desuso, simplemente se llevaba el registro acumulando los números de acuerdo al nacimiento de cada Ser. Se registraba, se archivaba y punto. Claro que no era difícil rastrear el número huidizo, sin embargo, existía una cuestión de fondo. Siendo el destino inexorable y ella implacable e imparcial, ¿de quien era la culpa?.
La vocecilla que llegó hasta sus oídos la hizo estremecer. ¿Culpable? –se preguntó- ¿Acaso existe algún culpable?. Giró su cabeza como buscando un interlocutor a quien dirigirse. El hálito helado de la soledad le envolvió.
En ese momento, la sombra de todos los milenios recargaron su peso sobre sus espaldas.
Jamás se había enfrentado a problema semejante, por lo mismo, se sentía rebasada por este acontecimiento.
Volvió a sentarse sobre la roca que antes le había servido para tal fin. Sus dedos se deslizaban por la superficie de su lustroso cráneo en movimientos rectos y circulares, como sí, con este gesto, fuera a sacar del mismo la solución a su problema.
Después de unos momentos en que sus neuronas estuvieron a punto de fundirse, su ánimo comenzó a calmarse. En todo caso, el problema sí tenía solución.
Pondría a trabajar sus aparatos y recomponerlo todo. Una vez tomada la metodología adecuada, podría identificar al escurridizo Ente.
Se incorporó de su asiento y se dirigió a la gigantesca consola de la pantalla de Cristal Molecular Suspendido, enlazó los circuitos de la P.C.A: y el C.C.P: a la pantalla, al mismo tiempo, adecuó el identificador Personal a la velocidad requerida para desarrollar el proceso. Así mismo, vació los programas pretéritos en el ordenador y se dispuso a esperar.
Debía de conocer en donde se había verificado el error o la equivocación y, sobre todo, ¿Por qué?.
Los circuitos comenzaron a trabajar a toda su capacidad. Iba a ser una labor ardua pero no imposible.
La muerte salió de la cueva y dio unos pasos hasta pararse sobre un saliente de la elevada montaña. A lo lejos, la inmensidad del mar reflejaba como un espejo gigante la esplendorosa llama de la luna en toda su plenitud. Hacia la lejanía boreal, las nieves eternas coronaban las montañas que, como el espinazo dentado de un animal fabuloso, formaban un paisaje irreal en todo su entorno.
La muerte volvió a penetrar en sus dominios. A un lado del amplio pasillo de piedra, una llamita inextinguible ardía perezosamente en su pebetero y un aroma de incienso perfumaba tenuemente
El silencio reinaba en el interior, ninguno de los aparatos se encontraba funcionando. Sobre su consola, la inmensa pantalla de cristal molecular se hallaba encendida. Ocupando todo su espacio ¡un rostro!. La Muerte sintió un ligero estremecimiento al contemplar el rostro del hombre, que desde la pantalla parecía taladrar con su mirada los más recónditos secretos de su mente.
Era un rostro de rasgos nobles. La mirada de sus ojos color miel, reflejaba pureza, ternura, amor, y sobre todo, humildad. En la parte superior de la pantalla, aparecía una cifra formada por varios guarismos, y , en la parte inferior un nombre.
La Muerte contempló por un momento el rostro enmarcado en la pantalla ¡claro! –se dijo para sí- ¿cómo no se me ocurrió antes?, debí haberlo sospechado. Una sonrisa de comprensión resbaló por su comisura ósea.
Se acercó hasta la consola y manipuló varios botones. Ante la pantalla de cristal molecular suspendido, aparecieron los registros incoincidentes de sus controles. Apretó un botón mas, y al momento, las cifras generales coincidieron. Se cruzó de brazos por un momento frente a la pantalla donde el noble rostro del hombre permanecía impasible, el nombre de éste: JESÚS en pequeñas letras tridimensionales, parecía titilar ante los ojos de la Muerte.