Ahora, luego de esa triste evocación del pasado, veinte años después, me siento a esperar la hora, pues acude a mi memoria los rastros de aquella fecha que concuerda con la de hoy, miro el reloj nuevamente, falta solamente un cuarto de hora para la medianoche. Al mismo tiempo que escucho los golpes en la puerta, miro por la ventana la caminata diaria de mi abuelo, de la vieja, de mi hermano y de todos los muertos que esconde la vieja casa; es Cidro mas desportillado que nunca, que ahora es una sombra silenciosa, que apenas puede arrastrar los pies. Trae un libro en sus manos, es el mismo libro que yo había visto ahogarse en el río y había sido salvado por él días después; hablándome con la mirada, se acerca hacia mi con las páginas abiertas donde se encuentra mi nombre junto a la fecha de hoy. Me muestra con el índice, que justo debajo de mi nombre, y con la misma fecha, esta el nombre suyo. Entonces se encuentran nuestros ojos en una muda respuesta, y lo último que puedo leer de aquel libro... antes de nuestra infausta partida al mas allá... es el nombre de una vieja que había muerto una semana antes que mi hermano... y que Cidro, con el último aliento... con los últimos resquicios de aquel día... antes de mirar con nitidez el rostro de Josué... me dice... tomando mi mano:– Es tu abuela... -.
©Patricio Sarmiento