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El aire que se respiraba aquella mañana se había enrarecido; la calima, la agotadora calima estival había dejado paso a los colores dorados del otoño... apenas, en unas horas, o tal vez, en un espacio de tiempo superior a las emociones que viajan incansablemente a nuestro lado. En el cielo se difuminaban sin haberse difuminado los colores del otoño; mil estallidos de magia se percibían en aquella fresca mañana otoñal y aún los ojos de su alma no se habían despertado...


Las nubes caprichosas dibujaban en el firmamento mil esbozos libres, únicamente mecidos, transportados por el viento; una ligera brisa hacía estremecerse a las más delicadas hojas de aquel robusto chopo..., pequeñas gotas gélidas de aquel amanecer anunciaban la pronta llegada de un invierno, mientras que las últimas flores del campo se habían enterrado y aún los ojos de su alma no se habían despertado...

La tierra ya no era seca y estéril, un manto variopinto de tonalidades se había apoderado de ella; en el exterior, el silencio precedía a la calma de aquella mágica mañana, roto ocasionalmente por el eco de los leves crujidos, que más que crujidos parecían lamentos de las tiernas hojas yacidas en el suelo...


Ella dormía placidamente, debajo de la fina sabana se marcaba caprichosamente la silueta de un cuerpo no despierto; el viento la traía insistentemente aromas perfumados de la hierba mojada; afuera, los gorjeos de los pájaros presagiaban que aquella mañana un corazón dormido se despertaría y que miles de hadas dejarían de revolotear por los ojos entornados de un alma soñolienta.


Su tez rozada levemente por la brisa, la hizo contraerse, un hormigueo la envolvió por entera y el inicio de lo que parecía una sonrisa comenzó a perfilarse en sus labios, más aún los ojos de su alma no querían despertarse... Se la hinchó el pecho y recordó la oscuridad de los que siempre estuvieron y no estuvieron, viajó al país de las irisaciones y deseó que sus hadas no la abandonaran.


El cielo se tiñó oscuro, y miles de gotas sin formas cubrieron todo, con rabia, gota a gota, sin pausa, uniforme, fría,..., se desperezó tranquilamente, ingenuas risitas encontraban su eco en la transparente sabana, se levantó a tientas y se asomó a la ventana, inspiró el olor a tierra mojada, se empapó de la fresca lluvia otoñal, admiró la belleza que la envolvía con los ojos de su alma, sonrió, se sintió feliz; retrocedió unos pasos, se inclinó hacia su desgastado bastón blanco guía, su fiel compañero, y salió de aquella habitación.


Aquella mañana sería la primera mañana de sus muchas mañanas,...aquella mañana comprendió que no necesitaría los ojos materiales de su efímera vida, tan sólo los ojos de su alma, los cuales siempre subsistirían en la felicidad de su libertad.


Caminó...y sonrió..., aquella mañana todos la contemplaron como jamás lo habían hecho hasta entonces, algunos, tal vez los más insensatos, se aventuraron en apreciar un especial brillo en sus opacas pupilas, una estela de paz que ni ellos mismos alcanzaban a entender. Ella se detuvo, se giró, y los observó, observó toda su vida a través de ellos y decidió dejar volar a sus asustadizas hadas.


Sí, decididamente, aquella mañana sería la primera mañana de sus muchas mañanas.....

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