Un humo blanco comenzó a invadir todo el lugar, el sordo crepitar de las llamas de un fuego que partía del sótano se dejó oír uerte y claro, el aire comenzaba a faltar. Los ojos miraban de un lado a otro pero solo cuerpos inertes de ojos inquietos les respondían. El suplicio vino después, cuando el aire comenzó a faltar, cuando las llamas comenzaron a tocar las carnes vivas de los hombres y mujeres que no podían siquiera gritar. El fuego creció rápido, inundó las dos salas principales de la casa devorándolo todo, principalmente a los ojos que parecían querer volar para salvarse del suplicio....
Seis de la mañana. Las sirenas de un carro de bomberos rompe la quietud de la ciudad a esa hora de la mañana, el incendio de la casa ha sido avisado y los bomberos van presurosos a detener el siniestro, cuatro cuadras antes de llegar oyen una explosión que rompe los vidrios de los edificios y casas que circundan la casa de Germán. Cuando llegan solo encuentran escombros de toda la casa, no hay nada de pié. Algunos ojos todavía brillan en la oscuridad del sótano donde cayeron los inertes cuerpos al estallar la casa, los ojos reconocen figuras sobre ellos.
Cuerpos sobre cuerpos, un caos enfermizo de vida en muerte. Los ojos ruegan por apagarse lo mas pronto posible, el fuego consume a los que están sobre ellos cubriéndolos de los escombros. Los ojos tienen la esperanza de que los que acaban de llegar puedan rescatarlos, pero no lo hacen, solo pueden combatir contra el fuego que consume la torre de concreto en lo que se ha convertido la casa, tampoco nadie grita, nadie pide auxilio, nadie se queja, ni se mueve, concluyen que no hay nadie..., los ojos los escuchan y quieren gritar, pero si no pudieron antes, tampoco podrán ahora.
Quince días después una pala mecánica retira los escombros en la casa de la calle 8, de pronto un grito detiene a todos los trabajadores en saco, los cuerpos consumidos por el fuego aparecen allí con todo su terrorífico espectáculo y saliendo de las entrañas de esos cuerpos cientos de ratas que corren a esconderse entre la tierra. Un único ojo los mira observar el dantesco espectáculo pero tampoco puede gritar, ya no tiene lengua ni nada con lo que pueda emitir un sonido. Quince días esperando que alguien lo salve y cuando llegan, la pala mecánica se lleva la mitad de aquel cuerpo que mantuvo vivo a merced del cuerpo que tenía bajo suyo.
Quince días y el único ojo se apaga...