Desatada tormenta nocturna...
Has perturbado hasta los latidos de mi corazón.
El ruido que tus gotas hacen al caer, son un murmullo incoherente de sílabas atropelladas. Ya no puedo escuchar ni mis propios pensamientos.
Gritas en cada trueno, golpeas en cada relámpago. Aturdes y asustas.
Quien es el valiente o desafortunado que tienes atrapado entre tus húmedas garras, la muralla acuosa de tu presencia no me deja ver las calles por la ventana.
Solo distingo figuras etéreas, sombras instantáneas, entre relámpago y relámpago.
Ha retumbado un trueno tan cerca... me ha quitado el aliento de un susto y la electricidad con el golpe a tierra.
Oscuridad.
Completa oscuridad, el vecindario completo a quedado a oscuras.
Y esta tormenta no amaina.
Flashes de luz de un azul cegador son lo único que permite ver algo.
Me alejo de la ventana y voy por la linterna. El celular alumbra mi camino pero como sucede siempre que algo es necesario, la batería está por agotarse.
Espero poder encontrar la linterna antes que este aparato muera.
Tengo un depósito de cachivaches que he jurado reorganizar cada vez que tengo que buscar algo en él, como ahora, que no encuentro la linterna.
Entre el ruido de la lluvia contra la ventana, el silbido de un viento constante que se filtra por quien sabe qué rendija, los cachivaches que muevo de lugar y caen al suelo y la la mortecina del celular me han metido un deja vu en el cuerpo de una situación parecida. Un diluvio como ahora.
Tenía aquella vez 23 años, era la primera vacación que tomaba en mi vida. A pesar de estar trabajando desde hace años, era el primer trabajo donde tenía el derecho a una vacación y la iba a aprovechar. La planeé durante meses y aquel corto viaje a la montaña me parecía la idea perfecta.
Nada empezó bien, el bus que me llevaría hasta el comienzo del camino me había cambiado de lugar y estaba incómodo en un asiento simple cuando había comprado uno doble y la mochila perjudicaba a todos a mi alrededor.
Un viaje pesado, aburrido y doloroso de 6 horas. El sol casi está al salir y el clima demasiado fresco.
Cuando bajé del bus y pude estirarme cuan largo soy sentí crugir todas mis articulaciones, tenía el cuerpo contgracturado.
Pero ya estaba casi en el camino y eso me animó, recordaba la ruta que años atras había caminado en otra vacación, con los compañeros de barrio y de colegio. Aquella había sido nuestra primera aventura, teníamos todos 15 años, sabíamos a donde queríamos ir, una ruta escrita que nadie conocía y un punto de partida: "El camino del inca".
Habíamos llegado en un destartalado camión aquella vez, pasado el medio dia. Aun no había una ruta que pasara por aquí.
Mientras me dirijo al inicio del sendero, recuerdo a aquellos 6 jóvenes alocados que comenzábamos una aventura.
Mochilas al hombro, repletas de comida y algo de ropa (al menos yo), uno que tenía la guitarra en lugar de mochila, otros mas abrigados que yo y uno que ya estaba festejando las próximas borracheras sin haber empezado a caminar.
Recuerdo las risas y las bromas mientras la aventura empezaba, teníamos el mundo por delante y nos lo íbamos a comer.
La lluvia sigue en tormenta, los cachivaches parecen haberse multiplicado desde la última vez, la linterna brilla, pero por su ausencia, y el celular va a apagarse de un momento a otro. Escucho el silbido del viento y mi cabeza regresa al sendero.
He comenzado la ruta, en mi recuerdo ellos también.
A las tres horas de caminata comenzamos la subida hacia la cumbre, ninguno se esperaba lo que pasó. Era invierno y de pronto, a pesar del sol, la temperatura bajó de golpe, era como si al subir un peldaño hubiésemos entrado a un refrigedador a máxima potencia. Las nieves se presentaron ante nosotros de golpe, al doblar un recodo de la montaña.
Todos nos pusimos casi la ropa completa que llevábamos en las mochilas.
Atento a aquel recuerdo, me arropé mejor aunque llegaría hasta la cumbre a media mañana y el sol estaría en su cénit(esperanza rota en pleno ascenso).
Encontré por fin la linterna, casi al fondo de un montón de herrumbrosas herramientas, pero sin baterías. Menudo problema, hacía tanto que no la utilizaba que las baterías estaban colapsadas.
El silbido constante me trajo a la memoria el viento y el frío de la cumbre.
En mi viaje solitario llegué a los pies del cerro de mañana y me quedé una media hora descansando y comiendo algo para tomar fuerzas, el recuerdo de la primera subida me tenía un poco fastidiado, ahora sabía que era un buen trecho de subida y hielo. La primera vez había sido una sorpresa y la subida entre hielo y escarcha nos había dejado a todos mustios y cansados. De pronto el jovial compañero de alcohol se hizo héroe. De trago en trago el calor nos reconfortó y terminamos el camino entre cansados y un poco borrachos, Estábamos solos y sin adultos que controlen.Y entre el alivio del camino concluido y la vista de la planicie por la que deberíamos ir para encontrar el camino de bajada se desató el infierno.
Era como visto y no visto. Una neblina espesa nos cubrió completamente casi en segundos. Un poco asustados nos agrupamos los seis para no perdernos, la poca euforia desapareció y solo atinamos a buscar el camino de bajada, entre gritos que se ahogaban entre la niebla.
El frio era aterrador, parecía que todo se nos estaba congelando, la nariz, las orejas, los dedos de las manos. La ropa ayudaba muy poco y la sensación de frío aumentaba mas al escuchar el silbido del viento que bajaba de la cumbre.
La tortura duró un buen rato, hasta que pudimos ver otra vez la planicie y un sendero que se divisaba apenas.
Entre el viento que comenzaba a arreciar, la neblina que se había convertido en llovizna y el frio que agarrotaba los miembros, aquello se convirtió en una odisea digna de nuestras mas acaloradas tertulias a tiempos vista después del descenso.
Nunca nadie lo contó igual, tal vez sea porque cada quien solo había visto su parcela de tierra entre la niebla. La mia era lúgubre y blanca, con sombras que gritaban y que corrían hacia adelante, no divisé el sendero, seguí las sombras y caí de bruces al sendero, con las manos agarrotadas, llenas de escarcha y el silbido del viento sobre mi cabeza.
El sendero estaba libre de viento y niebla y el sol incipiente de un atardecer próximo nos pareció medio dia. nos sentamos a descansar y acabarnos la botella que nos daba calor. Lo dicho, hubo un héroe esa tarde.
Llegando al sendero que subía la cumbre me asaltó el miedo de ese viejo recuerdo, si todo pasaba igual posíblemente acabe perdiéndome. Pero sería medio día y tendría el sol de mi lado.
La tormenta parece amainar, está menos ruidosa, pero el silbido no seja y la luz del celular va a rendirse en cualquier momento.
Siento frio, no solo por el viento que se cuela quien sabe por donde, sino por el recuerdo de aquella aventura.
Cerca de la cumbre me fijé en los detalles que tenía en la memoria y todo era distinto, Aunque no el sendero y la curva, esos eran como los recordaba, lo distinto es que al doblar la curva las nieves estaban muy arriba, tan arriba en la montaña que parecía imposible que aquella vez hayamos estado encima.
La montaña estaba perdiendo su corona blanca y todo era pedruzco y tierra,
Mas tranquilo seguí subiendo para llegar al paso y como aquella vez todo sucedió rápido, esta vez no fue niebla, fue oscuridad.
El cielo se cubrió de negar nubes y empezó a caer un temporal como el de esta noche. Diluvio.
Relámpagos y truenos retumbaron fuerte en la cúspide y me esteremecieron.
Y como hace un momento, aquella vez un rayo cayó tan cerca que me lanzó a metros de donde estaba. Casi perdí la conciencia, solo escuché el silbido del viento como un lamento. Un silbido que ahora se me hace conocido.
La lluvia embarró todo el lugar en segundos, me levanté apenas, aturdido, mojado y con un suave zumbido en los oidos. Entre la lluvia busqué el sendero y lo descubrí rápido. Se nota que ahora es zona de turismo este lugar.
Y aunque aquella vez la nieve y el viendo se quedaron sendero arriba, esa vez la lluvia no me dió tregua hasta bien entrada la tarde.
Tenía mojada hasta el alma y ya hacía rato que odié la idea del maldityo viaje.
Estoy buscando desde rato el silbido que viene de algun lado junto con la tormenta...
Aquella vez, despues del diluvio tuve dos horas de un sol esplendoroso que terminó secando mis ropas puestas.
Ahí recordé de porqué la vuelta a ese lugar, la bajada del cerro al valle por el camino del inca es espectacular y los paisajes se te quedan grabados a fuego en el subconciente, aparte que el camino de piedra que lleva milenios es impresionante a dia de hoy.
El silbido viene de una esquina de la ventana, casi cubierta por la cortina, lo encontré.
Cubro el pequeño hueco y como si de un sortilegio se tratase, el sonido y la lluvia sesan casi al unísono.
La luz vuelve como para terminar el milagro.
Me acerco al montón de cachivaches tirados por aquí por allá cuando buscaba la linterna y entre todos esos trozos de basura distingo dos fotos.
Son del mismo lugar, en una somos seis, en la otra estoy solo. En una hay menos casas y mas verde, la otra tiene los cerros pelados y mas casas alrededor.
Son pedazos de recuerdos, que se han ido acumulando unos sobre otros, como las matroskas rusas.
FIN